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Emilio Campmany

Los rusos también amaban a sus hijos

Rusia es hoy una cleptocracia en la que hay tan poca libertad como en China y tanta incompetencia e ineficacia como en tiempos de la URSS.

Rusia es hoy una cleptocracia en la que hay tan poca libertad como en China y tanta incompetencia e ineficacia como en tiempos de la URSS.
Mijail Gorbachov y el dictador de la RDA, Erich Honecker, un mes antes de la caída del Muro de Berlín. | EFE

Es lo que nos dijo Gorbachov mediante una canción de Sting, inspirada en una muy rusa melodía de Prokofiev. El imperio del mal era capaz de producir otra clase de líderes, unos que ya no querían matar de hambre a su pueblo, que ya no respaldaban sus argumentos con zapatazos sobre el pupitre en la ONU, que ya no enviaban tanques a invadir los países amigos. Pero los cambios de la Rusia de Gorbachov no fueron para acabar con el comunismo, sino para salvarlo. Y resultó que el comunismo no puede sobrevivir si hay una pizca de libertad. Dar cancha a la iniciativa económica individual, dejar que los satélites decidan libremente su futuro, proporcionar información independiente a la gente y permitir que se exprese sin miedo es incompatible con el comunismo. Para salvar al régimen, Gorbachov le quitó las cadenas al monstruo de la libertad y ya no supo controlarlo. No sólo, sino que además destruyó el imperio que a los zares les costó siglos levantar y las otrora repúblicas soviéticas, aprovechando la marea de libertad, se independizaron.

Esto es lo que al menos creímos entonces. Y aun hoy es seductor pensar que cualquiera que intentara lo que Gorbachov intentó tendría que naufragar necesariamente por ser el comunismo como es. Sin embargo, durante esos mismos años, Deng Xiaoping demostró que se puede triunfar donde Gorbachov falló. Es verdad que la república popular disfrutó de ventajas que la URSS no tuvo: China no era enemiga de los Estados Unidos, sino aliada desde la visita de Nixon en 1971 y no tenía un imperio que conservar. El caso es que el Partido Comunista Chino supo contener la libertad política mientras abría las compuertas a la libertad económica. Luego, compró a su pueblo las ansias de democracia con bienestar material. En Occidente creímos que esa situación no podía ser permanente y que la libertad económica acabaría trayendo como en Rusia el resto de libertades. Pero no fue así. No sólo China sigue siendo una dictadura comunista, sino que Rusia se acabó reconvirtiendo en otra en la que, aunque hay nominal libertad económica, desde luego no hay libertad política.

Gorbachov sólo fue una bendición para los satélites soviéticos. Entre sus vacilaciones y la firmeza de Reagan, Thatcher y sobre todo Juan Pablo II, casi todos esos países lograron salvarse del yugo comunista poco más o menos pacíficamente sin apenas dejarse pelos en la gatera. Está por supuesto la excepción yugoslava, pero de la guerra que se desató allí poco después no tuvo tanto la culpa la caída del comunismo como las contradicciones internas del país. Por supuesto, también en Rusia Gorbachov acabó con el comunismo, pero aparte que lo hizo sin querer, tampoco supo traer la libertad y Rusia es hoy una cleptocracia en la que hay tan poca libertad como en China y tanta incompetencia e ineficacia como en tiempos de la URSS. Tan sólo falta el pretexto ideológico, que es lo que han sabido preservar en Pekín. Y, sin embargo, esperemos que al final resulte que allí los rusos siguen queriendo a sus hijos tanto como los ucranianos aman a los suyos.

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