Esta afirmación es compatible con el hecho de que seguramente fue el presidente más realista desde los tiempos de Pedro I. Fue el único que no se dejó cautivar por su propia propaganda, el único que fue capaz de darse cuenta de las limitaciones de su gran país y sobre todo fue el primero que descubrió a tiempo la inferioridad moral del comunismo y de Rusia frente al mundo libre. Y este es un pecado mortal en una sociedad que durante siglos ha convivido con su gran tragedia: un imperio que se medía por el ornato de sus palacios, por sus grandes industrias pesadas que no tenían actividad, por sus éxitos deportivos basados en un imperativo político, por sus misiles nucleares y por su capacidad de poner a sus pies a países dominados por dictadores corruptos que vivían de las riquezas que se expoliaban al pueblo ruso.
La Perestroika fue una rendición que, ahora, a la vista de lo que ocurre en Ucrania, entendemos mucho mejor. La Unión Soviética que sojuzgó a media Europa en la tiranía durante cuarenta años y que no titubeó en poner al mundo al borde del colapso nuclear en 1962; la superpotencia que financiaba el terrorismo y a los partidos comunistas de Europa, con el mayor ejército del mundo, con una tecnología que parecía superar a Estados Unidos, no fue capaz de impedir en 1987 que un joven alemán de diecinueve años, Mathias Rust, aterrizara impunemente su avioneta en la Plaza Roja sorteando todo el sistema defensivo soviético. Para cualquier dirigente ruso que viera esa imagen de los viandantes acercándose a la avioneta, fue la prueba definitiva del colapso del comunismo y de la URSS.
Gorbachov era el único líder político ruso tras la muerte de Andropov y Chernenko que no había formado parte del Comité Central de Stalin; había vivido el crecimiento económico de los sesenta y la crisis de finales de los setenta desprovisto de la memoria criminal que dominó Rusia durante décadas, de manera que era un político débil a la manera rusa, es decir, abierto a la crítica y a la realidad y dispuesto, en consecuencia, a ceder, algo que Putin, seguramente el político más amado de la historia de Rusia, nunca haría. Una frase suya en una entrevista explica su choque con la realidad:
Imagínese un país que vuela al espacio, lanza Sputniks, crea un sistema de defensa así y no puede resolver el problema de las pantimedias de las mujeres. No hay pasta de dientes, ni jabón en polvo, ni las necesidades básicas de la vida. Fue increíble y humillante trabajar en un gobierno así.
Gorbachov tuvo la mala suerte, para su régimen, de llegar al poder en unas circunstancias únicas. Esta situación de debilidad rusa no se debió a la "guerra de las estrellas" de Estados Unidos, ni al colapso económico, ni a las divisiones internas dentro del Pacto de Varsovia. Fue una victoria en toda regla de Occidente basada en cuatro pilares únicos en la historia contemporánea. Después de décadas decadencia intelectual y moral, Occidente reaccionaba llevando al poder a cuatro referentes morales y políticos de una magnitud que todavía no ha llegado a comprenderse: Reagan, Thatcher, Juan Pablo II y Kohl. Cuando uno observaba las expresiones del líder ruso cuando se reunía con estos gigantes, se notaba admiración, envidia. Se dio cuenta que su país estaba derrotado y que solo seguir el camino de esos referentes salvaría a la nación rusa de la desaparición. El comunista reconocía que ese era el camino, demasiado tarde y demasiada sangre derramada impedían que el pueblo ruso asumiera esta realidad.
Tolstoi, seguramente el ruso que mejor ha entendido y explicado Rusia, decía que: "La ambición no hermana bien con la bondad, sino con el orgullo, la astucia y la crueldad". Y este fue el error de Gorbachov, se había equivocado de país y de sistema político, y aunque nunca lo reconoció abiertamente, estoy convencido de que lo acabó comprendiendo. Rusia solo es ambición y esto no casaba bien con el tardo-buenismo de Gorbachov.
Gorbachov, obviamente y como no podía ser de otra manera, fue nefasto para Rusia. Cuando el régimen se desmoronaba y los países sojuzgados por décadas de tiranía se soltaban los grilletes, tuvo al menos el entendimiento de que no tenía forma de impedirlo. La liberación del mundo no fue consecuencia de la comprensión o benevolencia rusa sino de su incapacidad para evitarla. No tenía los medios necesarios para una invasión militar ni las agallas para jugar a la amenaza nuclear porque, a diferencia de todos sus antecesores, o sucesores, sentía su inferioridad moral, económica e intelectual.
Seguramente si Gorbachov hubiera llegado al poder con la panda que actualmente dirige Occidente, no habría libertad en Polonia ni en media Europa, el terrorismo nacionalista o separatista habría conseguido sus objetivos y no se hubiera producido ninguna Perestroika.
El amado Putin representa justo lo contrario, y por eso le quieren. Es la tragedia de un pueblo que vive en el siglo XVI, dominado por políticos corruptos, por Torquemadas y con la ambición de creerse el mayor poder de la tierra, simplemente porque los que tienen algo se lo deben a este sistema y los que no tienen nada no pueden ni quejarse. A Rusia le falta una auténtica revolución social y política liberadora, pero eso sería el final de un sistema que Gorbachov intentó preservar.
Son muy pocos los que lamentan su muerte en Rusia, para ellos es el culpable de haber matado un sueño que Putin les ha devuelto. ¡Qué mal debe estar un pueblo cuando confunde las pesadillas con los sueños! Su dimisión, o más bien su huida, es la demostración más palpable de su fracaso; no supo enfrentarse al golpe comunista y entregó el poder al único político del momento que demostró a su pueblo lo que más valora: agallas, pero que carecía de todo lo demás. El reconocimiento de su derrota al menos sirvió para que el mundo libre fuera un poco mejor, pero no fue una decisión propia sino el reconocimiento de que ni siquiera con un baño de sangre habría impedido la victoria de la libertad. Hoy el mundo se aboca al cataclismo por el régimen que Gorbachov no supo desmantelar y por un país que no supo reformar y por unos líderes que crecieron en el partido político de Mijail Gorbachov.