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Daniel Rodríguez Herrera

Morgan Freeman, la sirenita y el racismo

La doble vara de medir por razones de raza, sexo u orientación sexual tiene otros nombres: en concreto racismo, sexismo y homofobia.

La doble vara de medir por razones de raza, sexo u orientación sexual tiene otros nombres: en concreto racismo, sexismo y homofobia.
Morgan Freeman en 'Cadena Perpetua' | Archivo

Siendo un cuarentón y un sentimental, nadie se sorprenderá si digo que Cadena perpetua es una de mis películas preferidas. Está basada en un relato, o más bien novela corta, de Stephen King que traslada casi literalmente a la pantalla. De hecho, quizá el mayor cambio sea el narrador, un preso llamado Red, que en el original es un irlandés pelirrojo, lo que explica su apodo, mientras que en la pantalla es Morgan Freeman, que mucha pinta de irlandés pelirrojo no tenía. A todo el mundo le dio y le sigue dando exactamente igual, en primer lugar porque Freeman hace un trabajo maravilloso y en segundo lugar porque a nadie se le pasó por la cabeza que aquella elección artística tuviera un trasfondo político racista detrás. Eran los 90.

Casi treinta años después la situación es muy distinta. Desde más o menos el estreno del Cazafantasmas femenino en 2016, se ha exacerbado un doble fenómeno: por un lado tenemos como hecho habitual la sustitución de personajes con una presencia anterior, ya sea en películas, cómics o libros, en la que habían sido hombres o blancos; por otro, la explotación de estos cambios como una forma de generar polémica y publicidad atacando a los fans "tóxicos" que protestarían ante la nueva película o serie porque son racistas, machistas y además huelen mal.

Lo acabamos de ver con La sirenita y su tráiler mostrando a su Ariel negra. Los mismos que nos sermonean sobre la importancia de la "inclusión" y de que todos nos sintamos representados por los personajes en pantalla –se ve que yo no podría ni seguramente debería identificarme en ningún momento con Red ni emocionarme con su monólogo final porque él es negro y yo blanco–, nos acusan también de racistas por darle importancia a que hayan cambiado la raza de un personaje que al haber sido creado por un autor danés ha sido siempre blanco tanto en el imaginario popular como en la adaptación original de Disney.

¿En qué quedamos? Si la raza o el sexo de un personaje es importante porque inclusión y blablablá, entonces es importante siempre. Si no, estamos ante una doble vara de medir, en la que actores negros pueden interpretar personajes blancos, pero no viceversa; en que actrices pueden hacer personajes que eran masculinos, pero no viceversa; en que sólo los actores gays pueden hacer personajes gays, pero no viceversa, y así hasta el infinito de los colectivos victimistas. Pero la doble vara de medir por razones de raza, sexo u orientación sexual tiene otros nombres: en concreto racismo, sexismo y homofobia.

El empeño en poner un casting "diverso" y convertirlo en herramienta de marketing ha terminado creando un prejuicio, es decir un juicio hecho a base de experiencia y reconocimiento de patrones, y es que cuando se crea artificialmente una polémica de este tipo antes del estreno de una película o durante la emisión de una serie es porque el producto no es capaz de sostenerse por sus propias virtudes. No deja de ser llamativo que casi siempre que se crea una polémica en torno al color o el sexo de los personajes, la película o serie implicada sea frecuentemente un peñazo, mientras que otras que pudiendo apuntarse a la casilla de la diversidad no lo hacen suelen ser mejores.

Como todo prejuicio, no se cumple siempre, pero sí con la suficiente frecuencia como para usarlo de guía a la hora de decidir en qué emplear nuestro limitado tiempo de ocio frente a la inmensa oferta del streaming. Hay, además, una razón detrás de él: cuando se pone tanto acento en la diversidad, es probable que los cerebros detrás de la producción sean parte de la secta woke, y por tanto consideren que sus personajes son perfectos como son por el hecho de formar parte de una de las minorías oficialmente oprimidas. Que los obstáculos a los que se enfrentan son sólo externos, fruto de una sociedad machista, racista y homófoba. El resultado: personajes que naturalmente no cambian ni se desarrollan a lo largo del metraje porque cómo podrían hacerlo si a los ojos de sus creadores son maravillosos desde el inicio aunque a los del espectador resulten bastante insufribles.

Frente a este empeño de imponernos basura narrativa ideologizada, yo al menos he terminado refugiándome en las series coreanas, que no suelen ser una maravilla, pero al menos respetan las reglas básicas de la ficción y no dan la turra. Pero debo hacerlo porque soy racista, supongo.

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