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Javier Arias Borque

Putin mueve ficha para evitar la gran catástrofe en Ucrania, ¿está a tiempo?

Los cambios legales evitarán las deserciones en masa; los referendos anexionistas le permitirían declarar la guerra oficialmente a Kiev.

Los cambios legales evitarán las deserciones en masa; los referendos anexionistas le permitirían declarar la guerra oficialmente a Kiev.
Una columna de vehículos militares rusos | Cordon Press

La invasión rusa de Ucrania es el mayor lío político y militar en el que se ha metido Vladimir Putin desde que llegó al Kremlin. Acostumbrado a jugar en el escenario internacional con las cartas de la baraja marcadas, pudiendo hacer y deshacer sin respetar las reglas del juego, sin que importen unos crímenes de guerra aquí o allá para conseguir sus objetivos, la realidad es que la guerra ucraniana se le está atragantando. Pase lo que pase, va a ser la gran derrota de Putin.

El mandatario ruso forzó una guerra que pensaba que a ser cuestión de días. Así estaba planificada, como dejó patente la fracasada operación aerotransportada sobre el aeródromo de Hostomel, y ha quedado claro que nunca tuvo un plan B. Y se ha encontrado un conflicto enfangado del que es incapaz de salir airoso tras ocho meses de duros combates. Lo peor de todo es que sus militares han perdido totalmente la iniciativa después de la última contraofensiva ucraniana en el área de Jarkov.

El Ejército ruso controlaba a principios de septiembre unos 120.000 kilómetros cuadrados de suelo ucraniano, excluida Crimea, que fue anexionada unilateralmente en 2014. El 95 por ciento de ese terreno lo ganó en la gran ofensiva inicial, la que se inició el 24 de febrero. Desde finales de marzo sus avances han sido mínimos. En siete días de septiembre, Ucrania ha recuperado unos 8.000 km cuadrados, más terreno que el ganado por los ocupantes rusos desde abril.

Putin quiso evitar que Ucrania cayera en la esfera occidental. Que estuviera lejos de la influencia de la Unión Europea. Hay que recordar que la primera parte de esta guerra empezó en 2014 y el hecho que causó la crisis prebélica fue el intento del Gobierno de Kiev de firmar un acuerdo de colaboración comercial con la UE. La realidad es que ahora ya no se habla de acuerdos comerciales si no que se aprobó su candidatura para una adhesión como un miembro más.

Intentó dar un golpe en la línea de la flotación de la OTAN, que llevaba un par de décadas buscando su propia razón de ser tras el final de la Guerra Fría por el colapso de la Unión Soviética. Su campaña ha revitalizado a la Alianza como nadie pensó que fuera posible solo un año antes de la invasión. Incluso la va a hacer creer si Turquía termina dando su brazo a torcer y se aprueba la incorporación de Suecia y Finlandia, que han roto su tradicional neutralidad por miedo a Moscú.

Y por el camino ha arrastrado la reputación del que estaba considerado como el segundo ejército más poderoso del mundo. Un gigante con pies de barro que cuando la batalla se ha puesto seria ha sacado a relucir todas sus carencias: desastre logístico, unidades están mal equipadas y adiestradas, mandos deficientes, material obsoleto y mal mantenido, avances tecnológicos de última generación que no aparecen en el campo de batalla…

Un ejército ruso que si no fuera porque conserva un amplio arsenal nuclear heredado de la época soviética no sería ni la sombra de lo que se creía. Ojo, que si Ucrania no estuviera apoyada por la OTAN, que le suministra dinero y armamento a raudales, es posible que hubiera colapsado hace ya unos meses y Rusia hubiera conseguido sus anhelos territoriales hace tiempo, pero es que del considerado como el segundo ejército más poderoso del mundo se esperaba muchísimo más.

Putin ya no puede ganar esta guerra a los ojos de cualquier observador imparcial. Está claramente ante su gran derrota, ante su gran desastre. Lo que sí puede conseguir es una salida relativamente honrosa que pueda vender a sus más fieles como una victoria. Algo solo asumible por los muy cafeteros, pero es cierto que son esos los que le mantienen en el Kremlin, el resto de la sociedad rusa suficiente tiene con sobrevivir.

De ahí vienen los dos movimientos estratégicos realizados en las últimas horas. El primero, alentar a los mandamases colaboracionistas que controlan las regiones ocupadas de Donetsk, Lugansk y Jerson -es muy posible que Zaporiyia venga detrás- a que realicen un referéndum de anexión a Rusia. El mismo camino que utilizó en 2014 con la península de Crimea. Una consulta popular donde el resultado ya se sabe de antemano porque no se hará en libertad.

Un movimiento realizado justo antes de que la contraofensiva ucraniana impacte de lleno en la capital de Jersón y en las dos provincias del Donbás. Para entonces esos ataques serán considerados para Moscú como un ataque a suelo propio, lo que permitirá declarar la guerra a Ucrania si lo considera necesario -hay que recordar que ahora legalmente para Moscú no hay una guerra sino una operación militar especial, con las diferencias jurídicas que eso supone-.

Declarar la guerra hasta ahora era reconocer que la estrategia bélica que se diseñó en Moscú justo antes de la invasión fue un fracaso total y que es necesario rediseñarla por completo. Un as que Putin se guarda en la manga por si las cosas se siguen poniendo feas por el buen hacer de los militares ucranianos en el campo de batalla. Una decisión que abre la puerta a la movilización obligatoria e, incluso, al uso de armas químicas nucleares tácticas. Aunque eso sí, viendo cómo está el estado de mantenimiento del ejército ruso puede dar miedo el estado de operatividad real del armamento nuclear ruso.

Su decisión, de momento, es hacer una movilización parcial de 300.000 efectivos con experiencia militar. Ese detalle, el de la experiencia militar, es el que saca de la ecuación el movimiento político que sí le podría traer problemas, el de movilizar a los hijos de las clases altas de Moscú y San Petersburgo.

El enigma que tendría esta movilización ciudadana para ir a la guerra es si Rusia tendría capacidad para armar y dotar del material necesario a un número tan importante de reclutas –teniendo en cuenta que ha sido incapaz de hacerlo con buena parte de sus militares profesionales y voluntarios que han ido a Ucrania hasta ahora–, a lo que habría que sumar la moral de combate con lo que llegarían, algo que como ya se ha visto en esta guerra es fundamental, y que precisamente no sería la mejor.

El otro movimiento estratégico de Moscú en estas últimas horas ha tenido lugar en la Duma rusa, el parlamento nacional. Allí se han modificado varios artículos del Código Penal para evitar uno de los muchos problemas que Moscú se está encontrando en el frente: las deserciones de sus militares. Los otros problemas asociados a equipamiento, material, adiestramiento… no los puede solucionar de momento, en algún caso será cuestión de años, pero el de las deserciones, sí.

Al haber decretado una operación militar especial y, por tanto, estar en estado de paz, hacía que huir del frente no estuviera penado, como sí ocurría en estado de guerra. Putin estaba siendo víctima de su propio eufemismo. Los militares profesionales que abandonaban el frente en Ucrania solo podían ser castigados con el despido. A los voluntarios, con la rescisión del contrato por un año que firman, lo que no significa nada si has decidido huir de la guerra a la que te habían inscrito.

Ahora el código penal impondrá hasta 10 años de cárcel para aquellos que se entreguen al enemigo, huyan o abandonen sus posiciones en el frente cuando se encuentren prestando servicio en "un periodo de ley marcial, en tiempo de guerra o en condiciones de conflicto armado u operaciones de combate". El último término es el que impedirá las deserciones en el frente ucraniano.

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