Yo he nacido viejo porque he querido. Esto no debería tener nada de excepcional. Al fin y al cabo, el mundo está plagado de gente así, nacida como quiso porque quiere, y el hecho de ser viejo es un oficio igual de vocacional que cualquier otro, pienso yo. Sin embargo, algo me lleva a decirlo de esta forma tan vehemente, tan de pocos amigos, como si por alguna razón tuviese que defenderme de las críticas antes incluso de que sucedan. Yo he nacido viejo porque he querido, me sale decir. Y al instante me doy cuenta. Qué tajante, me digo. No hace falta ponerse tan fiero. Pero no lo borro ni me enmiendo porque la frase ha nacido así y otra intuición que me ha acompañado desde la infancia es que las ideas de las que después me siento más orgulloso suelen ser las que me surgen sin pasar ningún filtro.
También es verdad que esto de nacer viejo no es un oficio agradable. Uno está expuesto a multitud de reacciones imprevisibles. Y, por norma general, casi todas tienden a ir acompañadas de miradas de conmiseración y muecas de pena. A mí siempre me ha sorprendido la mala fama que tiene mi vocación. Pero como soy viejo de nacimiento no suelo darle demasiada importancia a las opiniones juveniles, que todavía no comprenden los secretos de la edad.
Nacer viejo es vivir cargado de pasado, que viene a ser lo mismo que vivir cargado de futuro sólo que sin el pesado incordio de la incertidumbre. Por norma general, la gente tiende a pensar que tener demasiado pasado es malo y que lo bueno es tener cuanto más futuro mejor. Pero esto se debe a un fallo de concepto, creo yo. Y tanto lo creo que me atrevería a decir que la principal causa de tristeza en el mundo está relacionada con el mañana. La melancolía juvenil proviene de tener un exceso intangible de futuro; la senil, de no tenerlo. Por eso, el mejor momento para ser viejo es cuando se es joven, que es cuando se tiene más tiempo que perder y menos miedo a la única certeza incierta que ha existido a lo largo de la historia. No hace falta añadir que me refiero a la muerte.
Ser viejo de nacimiento es una elección, quiero remarcar. Uno nace viejo y después lo escoge. Se reafirma en su senectud y acompaña sus días de una serie de infinitas acciones aparentemente triviales pero que son necesarias para mantener viva la llama de la militancia. Lo primero es desconfiar de lo nuevo. Probar cosas nuevas es lo que llevó al primer hombre que murió intoxicado por ingerir setas sospechosas a morir envenenado. Lo segundo es confiar en la sabiduría ajena, apoyarse en el progreso que acrecientan los demás. Comer las setas adecuadas sin correr el riesgo de no volver a comer nunca más sólo se puede conseguir gracias a la loable labor de esos jóvenes que están dispuestos a sacrificarse con tal de "vivir experiencias".
Nacer viejo, me permitirán la insistencia, lleva aparejadas una infinidad de ventajas de las que poco se habla. Pero no por ello dejan de ser infinitamente ventajosas. Ser viejo es saber lo que a uno le gusta. Comprender que la gente siempre será como es y que a la realidad no le importa. Por eso, un viejo de nacimiento no tardará en dejar de hacer todo aquello que se supone que hay que hacer antes de llegar a ser viejo. Ya lo ha vivido, aunque nunca lo haya vivido, y ahora puede permitirse el lujo de dejarse llevar por sus verdaderas pasiones, que pueden variar desde quedarse un viernes por la noche en pantuflas para ver películas de John Ford hasta recorrer la costa francesa en moto o perderse en un festival de música electrónica en Oslo, si le van esas cosas.
Intuyo que lo que quiero decir es que en lo único en lo que consiste nacer viejo es en no tener la necesidad de matar al padre para aprender de ese trauma. Quienes nacemos viejos sabemos que uno puede convivir con su padre sin demasiados problemas. Y reconocemos que no hace falta desarrollar teorías subversivas ni negar todas las certezas posibles para tener cristalino que la felicidad no es tan complicada: consiste en ser bueno, hacer lo que hay que hacer, practicar la compasión y reconocer que se vive mejor acompañado que solo. Para hacerlo, eso sí, primero hay que descubrir que lo importante de la compañía está en la que se ofrece, y no en la que se recibe. Pero todas esas cosas las va dando el tiempo.