Rusia inició su invasión de Ucrania el 24 de febrero. Solo seis días después, las autoridades locales de Jersón reconocieron que habían perdido el control de la ciudad que da nombre a uno de los oblast o regiones del sur. Un día después lo reconoció también el Gobierno de Kiev. Fue la primera gran pieza que cayó en manos de los efectivos militares del Kremlin. En ese momento vivían unas 300.000 personas en la ciudad.
Eran días en los que el Ejército ruso todavía parecía la apisonadora que el mundo pensaba que era. Todavía no habían llegado al punto de tener que abandonar sus blindados en los campos por falta de combustible, ni tener que comprar comida en supermercados locales porque sus cadenas logísticas eran incapaces de entregársela. Ni se dedicaban al robo de electrodomésticos o tecnología. Tampoco habían dejado a sus espaldas un reguero de fosas comunes y crímenes de guerra.
Casi ocho meses después la ciudad de Jersón vuelve a estar en el punto de mira. Los ucranianos airearon a los cuatro vientos que su gran contraofensiva iba a comenzar ahí y Moscú movió ficha para desplazar a la zona a sus tropas más experimentadas. Pero Kiev atacó de forma paralela en el frente de Jarkov y pilló por sorpresa a un Kremlin que contempló horrorizado cómo sus efectivos colapsaban en el noreste ucraniano y perdían en días buena parte del terreno ganado en meses.
Ucrania ha estado desde inicios de septiembre castigando las posiciones rusas apostadas al oeste del río Dniéper, pero hasta octubre se ha encontrado con un muro. Una muralla que empezó a flaquear a mediados de mes con pequeños avances junto a la orilla del río y que ha terminado finalmente con avances en los cuatro frentes (Kachkarivka, Davydiv Brid, Snigurovka y el eje Pokrovs'ke-Oleksandrivka) que los ucranianos han abierto para recuperar todo el Jersón al oeste del Dniéper.
Rusia es consciente de que, una vez han empezado a ceder terreno, la situación de Jersón capital está muy comprometida, sobre todo desde la destrucción del puente Antonovskiy que comunicaba ambas orillas del río. Es por ello que ha iniciado la evacuación de la ciudad, que en este caso, viene acompañado de un saqueo programado no sólo de las posesiones de los habitantes que quedan en la ciudad, sino también del patrimonio artístico-cultural de la ciudad.
Desde hace días no son sólo los ciudadanos de Jersón, sino también buena parte de las tropas rusas desplegados en la zona están cruzando el río para reposicionarse al este del Dniéper. Lo que no está claro ahora es si los rusos van a abandonar la ciudad para evitar pérdidas o si, por el contrario, van a lanzarse a una batalla urbana a las puertas del invierno, con peor material que los ucranianos, pero con el objetivo de erosionar lo máximo posible los recursos militares del Gobierno de Kiev.
La pérdida de la ciudad de Jersón será un duro golpe para la moral de combate rusa. Por un lado, porque confirma lo pasado desde septiembre, que la iniciativa bélica está en manos ucranianas. Por el otro, el hecho simbólico de que pierdan la primera capital de región que lograron al inicio de la invasión, cuando se hacía impensable que los ucranianos pudieran frenar a la apisonadora de Moscú. Un nuevo punto de inflexión para la catástrofe rusa en Ucrania.
El frente de batalla se moverá a Zaporiyia
Pase lo que pase en los próximos días o semanas en el asalto final a Jersón capital, la realidad es que los ucranianos van a quedar atrapados en esa zona al oeste del río Dniéper, puesto que serán un blanco fácil para la artillería rusa en el caso de que opten por intentar cruzar el cauce utilizando pontones. Hay que recordar que el puente ha sido inutilizado por los propios ucranianos para aislar la ciudad del resto de la región y de las bases logísticas rusas de Crimea, y que el ancho del río es de entre 350 metros y un kilómetro dependiendo de la zona.
La única opción que tendrían para cruzar el río sería la presa-puente que une Kozats'ke y Vesele con Nueva Kajovka. Un paso donde no sólo se meterían en un embudo en el que ser pasto fácil de la artillería y los cohetes rusos, sino también donde se correría el riesgo de producir una catástrofe hídrica que arrase su propio ejército en la zona. Una presa que los rusos, de inicio, tampoco están dispuestos a poner en riesgo, pues de ella depende el Canal del Norte de Crimea, que es vital para abastecer de agua para consumo humano y agrícola a Crimea.
Por tanto, la opción más viable es que el próximo movimiento ucraniano para tratar de recuperar el sur ocupado se mueva a la región de Zaporiyia, ocupada parcialmente por los rusos, donde la línea del frente ya está situada al este del río Dniéper, unos 40 kilómetros al sur de Zaporiyia ciudad, en la localidad de Kam'yans'ke, y donde el río un problema de gran magnitud. Desde ahí sí podrían bajas los ucranianos hacia el sur para tratar de recuperar el resto de Jersón y la Zaporiyia ocupada.
A principios de semana, la agencia de noticias rusa RIA Novosti, uno de los altavoces del Kremlín, informaba de que sus efectivos militares en Ucrania habían detectado lo que sería el inicio de la concentración de tropas ucranianas en la región de Zaporiyia. Más allá de la propaganda habitual de sus noticias, este hecho tendría todo el sentido del mundo porque no tienen otra salida para seguir avanzando y recuperando terreno en el sur.
Lo que está por ver es cuándo iniciará Ucrania su ofensiva en Zaporiyia, teniendo en cuenta que todavía está por concluir la actual en la zona de Jersón al oeste del río Diniéper. Y tampoco se sabe ni cuánto tiempo le va a ocupar cerrar esa ofensiva ni el coste en efectivos y materiales que le va a suponer. Ucrania lleva un mes y medio batallando en esa zona y le ha supuesto un desgaste importantísimo, por lo que es probable que apueste por un parón técnico una vez finalice.
La llegada del invierno y sus nevadas
Pero también es cierto que, si tienen efectivos suficientes disponibles, y por ahora han demostrado una excepcional gestión de los mismos, tanto humanos como materiales, es posible que puedan compatibilizar una ofensiva a tres frentes: la ciudad de Jersón, el nuevo frente de Zaparoyia, y el eje Kremina-Svatove en el área Jarkov-Dombás.
Estamos en un momento clave, pues se está definiendo sobre el terreno la posición en la que rusos y ucranianos van a llegar a los duros meses de invierno, cuando las nieves cubran buena parte del país y el suelo se congele. De cómo sean capaces de gestionar este invierno tanto los efectivos de Kiev como los de Moscú va a depender en muchos aspectos cómo va a terminar el conflicto.
Rusia tiene algunas cartas a su favor, como el hecho de que la nieve hace casi imposible el avance sobre el terreno de los blindados y los vehículos pesados de ruedas —los oruga sufren mucho menos— que utiliza Ucrania en sus avances. O la llegada del gran grueso de los 300.000 efectivos —está por ver con qué nivel de adiestramiento y equipamiento— del reclutamiento parcial ordenado por Vladimir Putin el pasado septiembre.
Pero al mismo tiempo, el invierno abrirá una ventana de oportunidad excelente para los ucranianos. Por un lado, porque tienen mucho mejor material para afrontar estos meses. Y no sólo se trata de uniformes de invierno enviados por sus aliados occidentales, sino también de visores nocturnos y cámaras térmicas, lo que les está permitiendo actuar de noche, cuando los rusos quedan paralizados, algo vital en unos meses en el que las horas de luz solar se van a desplomar.
Por el otro lado, porque los sistemas de armas que han estado recibiendo desde Occidente en los últimos meses, muy superiores tecnológicamente a los que los militares rusos están empleando en el campo de batalla, les deberían dar una clara ventaja cuando las condiciones climatológicas se pongan en contra.