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Federico Jiménez Losantos

27 de octubre de 2022: Feijóo pasa a la oposición... o no

Lo único que realmente quiere Sánchez es cambiar el régimen constitucional por la puerta de atrás, al ritmo que exija su alianza de sangre con etarras, golpistas y comunistas.

Lo único que realmente quiere Sánchez es cambiar el régimen constitucional por la puerta de atrás, al ritmo que exija su alianza de sangre con etarras, golpistas y comunistas.
El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo. | EFE

El jueves 27 de diciembre de 2022 será un día decisivo en la carrera política de Alberto Núñez Feijóo. Unas horas antes de despeñarse, saltó del coche de mulas de Sánchez, que en Pretoria relinchaba de satisfacción. Dicen los cronistas genoveses que fue que el engaño sobre la rebaja del delito de sedición para los golpistas catalanes, que Bolaños negaba y Montero exhibió en las Cortes, el punto en que, como la novela de Torrente Ballester, Donde da la vuelta el aire, todo cambió. A otro perro con ese hueso. Cuca Gamarra había dicho dos días antes que las negociaciones sobre el CGPJ y el delito de sedición eran dos cosas distintas y que se negociaban separadamente. No cabía que una interfiriera en la otra, aunque parezca imposible, porque Bolaños así lo había decidido y Pons aceptado. ¿Qué pasó? Quizás que lo que Ayuso y Juanma Moreno no lograban lo hizo el instinto de conservación: que Feijóo se salvara en el último instante.

De los complejos evidentes a las encuestas ocultas

El liderazgo de Feijóo había entrado en barrena demoscópica hace ya semanas. Y dado que la economía en manos de Sánchez sólo puede ser un arma de oposición, el único factor que había ya limado el repunte del voto del PP era la interminable negociación de la rendición del PP ante Sánchez, era evidente que ahí estaba el problema: la gente volvía a ver en el PP de Feijóo el de Rajoy, es decir, el de la traición a los electores. Y aunque Vox ensaye insistentemente el tiro en el pie, y aunque conserve y hasta mejore sus expectativas –tiene mérito, con Buxadé, Ortega y Gallardo–, la caída en intención de voto del PP disipaba toda ilusión de alternativa a Sánchez. Y, por tanto, la posibilidad de que Feijóo llegue a la Presidencia. Ni con Vox.

El misterio, aunque la tradición lo muestra como fatalidad geológica, es por qué el PP insiste en traicionar sus promesas y a sus electores hasta perderlos. Los complejos ante la Izquierda, sin duda, pero ¿hasta el punto de suicidarse como alternativa? Ahí me fío de la experiencia y el olfato de Luis Herrero: Feijóo y sus 'bendodos', con González Pons a la cabeza, digo, tendido en su otomana negociadora, con Bolaños, vertical, a su izquierda.

Partamos, pues, del hecho de que la sedición no pudo ser la razón de fondo de la ruptura de las negociaciones sobre el Tribunal Constitucional, que es lo que está al fondo de la negociación del CGPJ. De hecho, fuentes genovesas decían este sábado que el PSOE no quería garantizar por escrito que no hubiera algún miembro del TC de la Esquerra o de "perfil independentista". Ya esto último muestra el disparate de sentarse a negociar con el PSOE. De "perfil independentista" será todo el TC si tiene una mayoría de izquierda. Lo único que, en realidad, negociaba el PP era una derrota que no fuera por goleada. Pero derrota, al fin. Porque lo que no quería asumir Feijóo y eso sí que es un problema exclusivamente suyo, es que lo único que realmente quiere Sánchez es cambiar el régimen constitucional por la puerta de atrás, al ritmo que exija su alianza de sangre con etarras, golpistas y comunistas.

La negación de la evidencia molesta

Esta obstinación en no reconocer la evidencia, por lo difícil que resultaba afrontarla, nos devuelve a los largos años en que Rajoy y Soraya se negaban a reconocer el golpe de Estado en Cataluña, desde antes del referéndum de Mas, hasta las leyes de desconexión de septiembre de 2017, pasando por el referéndum de octubre para legitimar la República Catalana y desembocando en su proclamación unos días después. No es que el plan separatista se escondiera o fuera difícil de entender: era el hijo legítimo del Plan 2000 de Pujol, paso por paso y punto por punto. Lo que sucedió es que al frente del Gobierno de España y del gran partido de la Derecha había una selección de cobardes que no dudaban, por comodidad, ante la alta traición.

Tampoco es que la deserción del PP ante el nítido desafío separatista catalán empezara con Rajoy. Cuando Aznar echó a Vidal Quadras a cambio del pacto del Majestic sabía perfectamente lo que hacía; por decirlo en los términos de Rajoy, "quitarse un lío". Como es lógico, cuesta abajo y sin obstáculos, el lío se hacía cada vez mayor. Pero en vez de recuperar a Alejo para el PP de Cataluña, Aznar se dedicó en su segunda legislatura, la de la mayoría absoluta, en vadear la violencia en la calle de la izquierda, atizada por un Zapatero que veía inminente su despido ante el PP, desde el Prestige a la II Guerra de Irak, y en preparar su salida a hombros de la Moncloa.

Es verdad que los que elogiamos su renuncia a mantenerse en el Poder tras dos mandatos, no vimos lo que podía pasar con su sucesión, que se alargó dos años y paralizó tanto la acción de Gobierno como la vida interna del PP. Sin embargo, cuando algunos criticamos severamente el espectáculo de la boda de su hija en El Escorial en septiembre de 2002 –precisamente un domingo en Libertad Digital, el Faraón nos distinguió con su rencor dinástico y su animadversión mediática–. Hasta que llegó la hora de la verdad, con la Izquierda en la calle, y entonces la facundia hortera y la irresponsabilidad exhibicionista se trocó en búsqueda desesperada de algún apoyo, si no para los Aznar, para la Derecha política, que era el PP. Y ahí estuvimos los de siempre: los traicionados en vida de Antonio Herrero y después, en el asalto a Antena 3 de radio y televisión, y cuando el PP ha tenido ocasión. Esa derecha mediática cuya reacción, con la de la derecha política y judicial, temía Feijóo en vísperas de su rendición ante Sánchez.

Mis dos columnas sobre el mismo asunto

Así que el 27 de octubre, a las siete de la tarde, cuando tanto desde Moncloa (Senegal) como desde el PP (Génova) se daba por inminente el acuerdo sobre el CGPJ, que legitimaba el asalto al Tribunal Constitucional, escribí y envié mi columna habitual al diario El Mundo, que rezaba así:

La derecha burocrática

El Partido Popular se ha rendido a Sánchez. Ese es el resumen de una serie de claudicaciones, fruto de sus complejos y su falta de respeto a los electores, que nos abocan a la destrucción del régimen constitucional. Hasta Rajoy, podía decirse que el PP se repartía con el PSOE los jueces. Gallardón lo describió como "el obsceno espectáculo de unos políticos que nombran a unos jueces que pueden juzgar a esos políticos". Se trataba de un doble aforamiento, el que les correspondía por su condición parlamentaria en el Supremo y no en los juzgados ordinarios, y el que les favorecía por elegir el árbitro y, además el VAR. Pero se trataba de inclinar la mesa, e incluso de volcarla, no de romperla. Ahora, sí. Y a eso se presta Feijóo.

El entonces ministro de Justicia Campo dijo en las Cortes que "estábamos de hecho en un proceso constituyente". Le faltó aclarar que no de derecho, porque se hacía a espaldas del único sujeto político legitimado para hacerlo, el pueblo español, dueño de la soberanía nacional. Y que esa propiedad se la roban unos partidos cuya única razón de ser es destruir la nación española. Todos saben que se trata de que los pumpidos, con Cándido el Malo al frente, legalicen la liquidación del régimen del 78, blinden las leyes ideológicas de la izquierda (Memoria, Trans, Sí es sí, prohibición del español en la enseñanza) que están o estarán en manos del Tribunal Constitucional y que hagan lo mismo que los golpistas bolivarianos de Iberoamérica: cambiar el régimen por la puerta de atrás. De paso, aseguran a largo plazo la alianza de Sánchez y los enemigos de España, terroristas, golpistas y comunistas, con cuyo plan para la demolición del régimen del 78 se identifica plenamente el PSOE.

El PP ha bloqueado el asalto al Constitucional por Sánchez y sus pumpidos, por el sencillo expediente de no renovar el CGPJ. ¿Escándalo, ese "bloqueo"? El escándalo es cargarse el régimen a espaldas de los españoles. Pero lo que les preocupa, según contaba ayer El Mundo, es la reacción de "la derecha política, judicial y mediática". La habrá. Y no será sólo reacción sino indignación, ni se limitará a constatar la cobardía de la nueva dirección, idéntica a las viejas, sino a la propia naturaleza del partido. Si el PP no es derecha política, judicial ni mediática, ¿qué derecha es? ¿Burocrática? ¿Filatélica, que sólo aspira a poner el sello y cobrar el timbre de lo que escriben otros? Los jueces que resisten el asalto al régimen, los medios que lo denunciamos y el partido político de reserva, que es Vox, no se fiarán de este PP. ¿Y ha pensado en la derecha social y electoral? En mayo y en las Generales se lo recordarán.

El cambio de las ocho de la tarde

Pero sucedió que a las 20h llegaba un comunicado, muy atropellado, del PP en el que suspendía las negociaciones sobre el CGPJ. Y recibí un mensaje de David Lema, desde la sección de Opinión de El Mundo, por si quería cambiar algo de la columna, desautorizada, al menos formalmente, por el comunicado. Le pedí veinte minutos y cambié la orientación del comentario conservando el núcleo argumental, que es lo que estaba en juego. Para los que empiezan periodismo y los que creen que no es posible cambiar sobre la marcha y en un cuarto de hora, una columna pensada y meditada, como la que había mandado poco antes, he aquí cómo quedó:

El PP ante el abismo

Ayer, a última hora de la tarde, el Partido Popular frenó las prisas de Sánchez por uncirlo al plan de liquidación del régimen constitucional, que, como decían ambas partes, estaba "muy avanzado". Era el final de una serie de claudicaciones, fruto de sus complejos y su falta de respeto a los electores, que destruía al propio PP. Porque, hasta Rajoy, podía decirse que el PP se repartía con el PSOE los jueces. Según Gallardón, era "el obsceno espectáculo de unos políticos que nombran a unos jueces que pueden juzgar a esos políticos". Era un doble aforamiento, el que les correspondía por su condición parlamentaria en el Supremo, no en los juzgados ordinarios, y el que les favorecía por elegir el árbitro y, además el VAR; pero, al final, se trataba de inclinar la mesa, e incluso de volcarla, no de romperla. Ahora, sí.

El entonces ministro de Justicia Campo dijo en las Cortes que "estábamos de hecho en un proceso constituyente". Le faltó aclarar que no de derecho, porque se hacía a espaldas del único sujeto político legitimado para hacerlo, el pueblo español, dueño de la soberanía nacional. Y que esa propiedad se la roban unos partidos cuya única razón de ser es destruir la nación española. Todos saben que el plan se basa en que los pumpidos, con Cándido el Malo al frente, legalicen la liquidación del régimen del 78, blinden las leyes ideológicas de la izquierda (Memoria, Trans, Sí es sí, prohibición del español en la enseñanza) que acabarán en manos del Tribunal Constitucional y actúen como los golpistas bolivarianos de Iberoamérica: cambiando el régimen por la puerta de atrás. De paso, asegurarían a largo plazo la alianza de Sánchez y los enemigos de España, terroristas, golpistas y comunistas, con cuyo plan para la demolición del régimen del 78 se identifica plenamente el PSOE.

El PP había bloqueado hasta ahora, y a mi juicio debe seguir haciéndolo, el asalto al Constitucional de Sánchez mediante la fórmula de no renovar el CGPJ. ¿Es un escándalo ese "bloqueo"? No. El escándalo es cargarse el régimen a espaldas de los españoles. Pero El Mundo ha contado que lo que preocupaba al PP era la reacción de "la derecha política, judicial y mediática". Denla por segura. Y no se limitaría a demoler la credibilidad de la nueva dirección, sino la propia naturaleza del partido. Si el PP no es derecha política, judicial ni mediática, ¿qué derecha es? ¿Burocrática? ¿Filatélica, que sólo aspira a poner el sello y cobrar el timbre de lo que escriben otros? Los jueces que resisten el asalto al régimen, los medios que lo denunciamos y el partido político de reserva, Vox, daban por perdido al PP, que, ante el abismo, ayer dio un paso atrás.

¿Y qué hará ahora Feijóo?

Me quedé con las ganas, por las prisas y la falta de espacio, para decir, que más que un paso atrás, Feijóo daba, como los cangrejos, un paso al lado, y que había que ver si cambiaba de dirección el cefalópodo o sólo se había parado. Tras leer el ya histórico comunicado de las 20h, además de la corrección de un lapsus calami que mostraba lo apresurado del texto y la urgencia de enviarlo, llegué a la conclusión de que Feijóo había cedido por temor a echar a perder su liderazgo a los pocos meses de heredarlo, pero no por convencimiento de que la única estrategia de victoria en la derecha es romper del todo con Sánchez, y no pactar nunca nada, pero nada, con él.

Eso quiere decir que no me fío del PP. Bueno, del PP no se puede fiar nadie, ni los que lo votan a pesar de su falta de fiabilidad, pero en este caso hay algo que me gustaría conocer: ¿encargó Feijóo una encuesta sobre el efecto que entre los votantes iba a tener su pacto, en rigor, rendición, ante Sánchez? Conociendo las costumbres del PP, juraría que sí. Y que ese dato acabó siendo el factor decisivo de la marcha atrás, o al lado, o a la corrección sobre la marcha, de lo que era una entrega evidente a Sánchez.

La tesis de Luis Herrero es que, en el análisis de Feijóo, tras unos meses, al votante de derechas se le habría olvidado este asunto. Pero como eso no estaba claro, la encuesta podía haber sido: "¿Cree usted que el pacto judicial con el PSOE le llevará a no votar al PP en las próximas elecciones? ¿Cree que el liderazgo de Feijóo en el PP está en peligro si se confirma su pacto judicial con Sánchez?". Podría añadir alguna más, pero con esas dos preguntas, basta. No dudo de la respuesta. Si acaso, me gustaría saber el número de los que contestaron "será imperdonable" o "adiós, Feijóo".

Alguno pensará que fiarlo todo a las encuestas no acredita mucha reciedumbre moral. Pero es que en el PP, por razones históricas, y con alguna excepción –en rigor, una excepción– las convicciones morales ceden siempre ante el complejo por lo que digan los medios de izquierda. Es más fiable la opinión de los votantes que las decisiones de los profesionales de la política, que en el PP son pavorosamente cobardes. De hecho, preferiría que Feijóo se gobernase por las encuestas, en las que ya había empezado a caer, antes que por esa convicción del PP, convertida en costumbre, que es rendirse ante la Izquierda en cuanto sus medios de comunicación aprietan.

¿En manos de quién está mejor el PP: Ayuso o Sánchez?

El fracaso de Sánchez en su asalto a la Justicia por la espantá de un Feijóo al que consideraban ya rendido –excelente el análisis de Rubén Fernández en LD– ha dado paso ya a la trampa para maricomplejines: "Feijóo está en manos de Ayuso". ¿Y qué creen los idiotas de Izquierda y los idiotizados de Derecha que al votante del PP le asusta más: que Feijóo esté en manos de Ayuso o en las de Sánchez? Porque en manos y a pies de Sánchez quedaba, de firmar su rendición. Pero mantener siquiera de forma verbal la pose negociadora, como hace al final el comunicado ya histórico, muestra la gravedad de la infección ideológica del PP. ¿Aún les da miedo que la Izquierda les llame poco dialogantes? ¿Cabe mayor necedad? Pues todo este infecto cambalache judicial es un modelo de su costumbre de traicionar a sus votantes para que les perdone la Izquierda.

En resumen: ¿me fío de este cambio? No. ¿Creo que Feijóo se mantendrá firme? Lo dudo. ¿Creo que le conviene pasar de verdad a la oposición, y que se juega su liderazgo? Sí, sin ninguna duda. ¿Creo que cerrará este episodio de torpezas y claudicaciones? Me gustaría creerlo. Preferiría verlo.

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