La historia nos la han contado así: después de verse despedido a mediados de los 80 de Apple, la empresa que fundó, Jobs arrancó otras aventuras empresariales y en 1997 la compañía de la manzana compró su empresa NeXT y, con ella, a su propietario, que pasó a dirigir Apple y convertirla en la compañía de inmenso éxito que es ahora. Pero hay un detalle que se suele obviar en este relato. Nada más llegar Jobs, Apple despidió a 4.100 trabajadores, cancelando o descapitalizando numerosos proyectos que había en marcha. Cuando en las siguientes jornadas para desarrolladores de Apple se lo echaron en cara, Jobs contestó que era muy mala idea dejar que los técnicos dirigieran la empresa, y que la única oportunidad para que se recuperase pasaba por que tomase las riendas alguien con una visión de lo que los consumidores querían. Anunció que cometerían muchos errores, porque iban a hacer muchas cosas muy rápido, pero que los corregirían también a buena velocidad.
No sé si les suena de algo, pero la historia se repite. No estoy diciendo que Elon Musk vaya a tener un éxito siquiera comparable con Twitter del que tuvo Jobs con Apple, pero esta idea arroja algo de luz sobre el aparente, y no tan aparente, caos que está viviendo su nueva empresa tras su compra. Un buen montón de periodistas que saben de gestión empresarial lo mismo que yo del estornino chipriota se han apresurado a burlarse de él y quejarse de que se está cargando su juguetito. Pero es que es eso justamente lo que debe hacer Musk si quiere rentabilizar su inversión. Convertir Twitter de un juguetito de periodistas de mucho progreso en algo más útil para más gente.
Cuando compras una compañía no sólo compras su producto y sus empleados: también la cultura empresarial que se ha desarrollado en ella; la forma de pensar y de actuar de sus trabajadores y directivos. Por lo que sabemos, el fundador Jack Dorsey sabía que la cultura que él había ayudado a crear en Twitter era completamente tóxica y dimitió porque se vio incapaz de cambiarla: luego se convirtió en uno de los apoyos de Musk porque tenía la convicción de que él sí podría. ¿Y cómo se cambia algo tan estable como la cultura de una empresa? Elon Musk lo tiene claro: con un shock terrible, como es el despido de casi toda la directiva y de la mitad de los empleados exigiendo al mismo tiempo a quienes se quedan un ritmo de lanzamientos que haga olvidar el ritmo de tortuga que ha adoptado Twitter durante la última década.
No sé si Elon Musk tendrá éxito. Su objetivo, convertir Twitter en el WeChat de Occidente, parece lejano. Pero al contrario que tantos expertos de tercera regional, tengo algo de respeto por uno de los hombres más ricos del mundo, que fundó PayPal en su día para luego dedicarse a proyectos mucho más difíciles como han sido Tesla, SpaceX y The Boring Company, empresas que en lugar de trabajar sólo con ceros y unos tienen como producto principal objetos físicos, máquinas que hacen cosas. Pensar que es simplemente un imbécil que no sabe qué hacer con su juguetito a quien retrata no es a Musk, precisamente. Podrá fracasar y, como decía Jobs de sí mismo, sin duda cometerá muchos errores. Pero estas primeras semanas al frente de Twitter no son una metedura de pata.