Menú
José García Domínguez

Trump, el retorno

Lo significativo de Trump resulta ser que su discurso consigue arañar muchos más apoyos entre los no blancos que el resto de los republicanos.

Lo significativo de Trump resulta ser que su discurso consigue arañar muchos más apoyos entre los no blancos que el resto de los republicanos.
Donald Trump, expresidente de Estados Unidos. | EFE

Trump vuelve. Y con mucha fuerza, tanta como para que resulte verosímil su nueva entrada en el Capitolio sin siquiera tener que forzar la cerradura de la puerta. Algo, el revival del trumpismo en las urnas, que se compadece mal con ese argumento, el canónico entre la opinión ilustrada, según el cual hay dos Américas enfrentadas a muerte. Y él, Donald, encarnaría la muy grosera y brutal quintaesencia de la más blanca, patriarcal, racista, anglosajona, heterosexual y protestante, frente a la otra América, la abierta, progresista, multicultural, multiétnica, multicolor y multitodo.

Una doctrina, esa que prioriza como clave de la gran fractura norteamericana las confrontaciones culturales en un sentido extenso, el que incluye las diferencias identitarias vinculadas a los orígenes de sus habitantes, que solo plantea un problema cuando se intenta comprobar su veracidad, a saber: que resulta completamente falsa. Sí, es completamente falsa. Es completamente falsa porque, contra lo que dictan las apariencias difundidas de modo obsesivo por las cámaras de las televisiones, resulta que Trump no es el líder favorito de los blancos norteamericanos. Es verdad, por lo demás, que los blancos votan de modo mayoritario a los republicanos. Pero eso no tiene nada que ver con Trump.

Y es que los blancos llevan ya casi medio siglo votando de modo mayoritario a los republicanos, no se trata de algo nuevo. Bien al contrario, Trump obtuvo en las presidenciales un porcentaje de votantes blancos inferior al que logró Bush en su día. Porque lo significativo en el liderazgo de Trump resulta ser justo lo opuesto, que su discurso consigue arañar muchos más apoyos entre los no blancos que el resto de los republicanos. Y ello es así porque la premisa culturalista, tan reiterada siempre, no explica en absoluto la grieta que escinde hoy a Estados Unidos en dos mitades simétricas e irreconciliables. Las batallitas culturales, esas mismas que estamos imitando ahora aquí con nuestro rendido papanatismo frente a todo lo anglosajón, solo constituyen un escenario secundario y menor de la disputa principal, la que en USA, como en todo Occidente, contrapone a globalistas frente a antiglobalistas. Lo volveremos a ver en la Casa Blanca.

Temas

En Opinión

    0
    comentarios