Alemania es una gran nación con una filosofía tan cercana al absoluto como alejada de lo concreto. Seguramente es un tópico esa valoración de las tradiciones culturales de los germánicos. Mas nadie pondrá en duda su contenido de verdad. Y es que barbarie y especulación van más unidas de lo que creemos a lo largo de la historia de la filosofía. Diría que a veces, en verdad muchas veces, son dos caras de una misma moneda. La cultura filosófica alemana es siempre un buen ejemplo para estudiar ese dramático entrelazamiento. La rusticidad de los pueblos bárbaros siempre fue motivo relevante para desarrollar una cultura especulativa. Quizá el ejemplo más sobresaliente y, por otro lado, extraordinario de ese pensamiento nos lo brinde la filosofía de Hegel.
El creador del sistema filosófico más perfecto de la historia de la filosofía moderna y contemporánea, Hegel, lo vio con genial ordinariez: sólo un pueblo bárbaro, como fue en sus orígenes el alemán, pudo desarrollar una impresionante cultura especulativa. El propio primitivismo y simpleza de ese pueblo bárbaro, que tenía que explicar mucho con poco, impulsa a los alemanes hacia una filosofía especulativa al margen de lo real. Goethe, Bauer, Feuerbach, Marx, Schopenhauer, Nietzsche y otros filósofos alemanes protestaron contra ese espíritu especulativo, entre otras razones, porque frenaba los avances en el terreno social y económico; es famosa la petición de Goethe en su charla con Eckermann: "Menos filosofía y más sentido práctico"…
No sé hasta qué punto el espíritu alemán de hoy es más bárbaro que especulativo, tampoco sé si la buena gente alemana de nuestro tiempo ha conseguido, como quería Feuerbach, aunar "mente alemana y corazón latino". En fin, desconozco los grandes avances alemanes de los últimos años para sacudirse de sus hombros la caspa bárbara y regirse por una filosofía mundana. Pero una cosa tengo clara: Hegel es para muchas élites culturales y políticas un modelo de pensamiento. La propia filosofía de Hegel, en efecto, es un ejemplo palpable de esa dualidad; por un lado, la ingeniosa rusticidad le obliga a buscar algo muy elemental que dé razón del todo; y, por otro, cuando esa fórmula ha de ejecutarla, por ejemplo, a la hora de explicar el arte, fracasa, o peor, en el ámbito político se entrega al déspota con falsas y forzadas "legitimaciones".
Y, sin embargo, nada de eso impide que digamos que el sistema de Hegel es, en mi opinión, el más perfecto que se ha creado en la entera historia de la filosofía. Toda su filosofía está contenida en la siguiente frase: "Todo lo racional es real, todo lo real es racional". He ahí la expresión perfecta, precisa y contundente que da salida filosófica a la rusticidad del pueblo alemán. Es imposible hallar en la historia entera de la filosofía una expresión más brutal que la de Hegel. De un certero y, sin duda alguna, cruel golpe de pensamiento transforma la lógica en metafísica (otros dirían ontología, para el caso da igual). Sin ningún pudor intelectual de origen clásico, o sea sin reparar en las soluciones greco-latinas y menos aún en el mundo semítico, el gran Hegel, el hombre científico, el gran dialéctico que trató de poner orden, forma y clasificación a la creatividad poética y adivinadora de Schelling, acaba con los matices, las complejidades y cualquier otra anfibología especulativa para comprender y explicar al hombre y su mundo.
Nada de entrar en las diferentes maneras de hablar del ser. Tampoco enfrascarse en las relaciones entre los entes y el ser. Basta ya de estudiar las intrincadas relaciones entre el ser y el conocer. Y reconozcamos, viene a decir Hegel, su genial rudeza: reduzcamos el ser al pensamiento. A su pensamiento. Las categorías del pensar reflejan, según Hegel, exactamente las del ser. Toda la extraordinaria construcción filosófica de Hegel está montada sobre este gratuito postulado, o sea dar valor real y trascendental a lo que es puramente formal. ¡Bárbaro, sí, algo más bárbaro que esa abstracción estéril es imposible hallar en la historia de la cultura! Y, sin embargo, sobre esa barbarie sigue operando buena parte de la filosofía de nuestra época y, por supuesto, de las políticas contemporáneas.
Hegel, en fin, no es sólo el mayor reflejo del afán especulativo teutón sino también la cumbre de la zafiedad y ordinariez alemanas, porque obliga a explicar lo difícil y complejo con lo sencillo, o peor, con la simpleza más elemental y falsa. He ahí una clave para entender las actuales políticas de los populismos, comunismos y socialismos. Todos ellos, como si imitaran a Hegel sin saberlo, son incapaces de reconocer que lo real es cualquier cosa salvo racional. ¿O acaso es racional que se reúnan en una ciudad de Egipto, una de las más afectadas por el lío climático, los líderes del mundo para tratar de un problema que ellos consideran racional, por así decirlo, porque es real, o viceversa? La COP27 en Egipto es toda ella un despropósito. Grave es la ciudad elegida para tratar de estos temas, una ciudad balneario repleta de piscinas y lagunas artificiales en un país azotado por la pobreza hídrica, Sharm el Sheikh, pero es aún más peligroso para los 7.500 millones de seres humanos que poblamos el planeta tierra que todos los allí reunidos confundan las causas del cambio climático con los efectos. Otra vez vuelven a caminar juntas barbarie y especulación.