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Zoé Valdés

¿Somos seres humanos o seres cubanos? Yamil (caso I)

A los cubanos no nos dan asilo político fácilmente, la mayoría de las veces el asilo es denegado.

A los cubanos no nos dan asilo político fácilmente, la mayoría de las veces el asilo es denegado.
Cubanos pidiendo libertad | Cordon Press

En plena pandemia del virus del PCCH me contactó el sacerdote Castor Álvarez Devesa desde Camagüey, Cuba, para contarme que había un joven cubano pasando las de Caín en Grecia, que la iglesia lo estaba ayudando, aunque como es natural lo poco que podía, y que él pretendía irse de allí y pasar por Francia a España, donde lo esperaba su novia cubana. La madre del joven es una feligresa de la iglesia del Padre Castor, y estaba desesperada debido a la precaria situación de su hijo. Prometí que ayudaría en lo que pudiera. Hice algunas llamadas, pero mis amigos en Grecia no podían, por diversas razones, comprometerse en semejante empresa con un desconocido, lo que sin dudas es comprensible.

En efecto, en aquella época, ahora seguramente sumarán más, en Grecia había más de 500 cubanos varados en Atenas. Grecia no les otorga asilo político ni estatus de refugiados.

¿Cómo llegan a Grecia? Pues haciendo trayectos que en algunas ocasiones devienen auténticas tragedias. De Cuba a Rusia, o a Bielorrusia, estos países tampoco les brindan estatus de nada, pues para la mayoría de las autoridades de esos países la causa por la libertad de los cubanos no existe, y los cubanos mismos como seres aspirantes a ser libres no existen. Países donde muchos cubanos deben resistir al frío intenso, abandonados en las calles, pasando hambre, siendo asaltados y robados; incluyo a mujeres embarazadas… De Rusia o Bielorrusia transitan a veces a pie hasta países aledaños, contraen enfermedades graves, a punto de congelarse, se les desbaratan los zapatos no adaptados para la nieve, de muy mala calidad, y los pies se les revientan llagados.

Llegan, si es que lo logran, por fin destrozados, a algún punto donde puedan alcanzar el acceso a otro país próximo de España. Francia es uno de los elegidos, supongo que por el aquello de "Francia, país de libertades y de los Derechos Humanos". Sin embargo, nada es fiel a la verdad en esa frase que no expresa más que la pomposa hipocresía de los políticos franceses.

El joven de marras pudo por otra vía llegar a España, donde se encontró con su novia, que había recorrido antes la misma suerte suya, pero con éxito, ahora compartido por ambos.

Entonces, al tiempo, me avisó, preocupado por otro joven, amigo suyo, que había quedado atrás. Le respondí que iba a ser muy difícil ocuparme de la enorme retahíla de refugiados cubanos abandonados por el mundo, pero al menos debía hacer algo por este muchacho. Su novia también había podido llegar a España desde Grecia (aunque salió después que él), pero a él lo habían atrapado en la aduana francesa. En ese momento se encontraba encarcelado desde hacía tres meses, el mismo tiempo que ya llevaba el primer muchacho en España. De inmediato le pedí el teléfono de su amigo, encarcelado como digo en el penitenciario de Palisade. Obtuve sus datos y traté de ponerme en contacto con él.

No fue fácil hacerlo, le habían quitado el celular y sólo se lo devolvían una hora al día, después de haberle roto la cámara para impedir hacer fotos y filmar. Empezamos a comunicarnos por Whatssap y lo que Yamil, ese es su nombre verdadero, me iba contando me fue aterrorizando más y más. Pensaba que inventaba, no podía creerlo. Aunque en Francia había conocido casos similares que habían sido finalmente deportados. Como el de Yohandra Villavicencio, asesinada en Cuba poco después de su retorno a la isla.

Yamil había hecho el trayecto como pudo junto a su chica desde Cuba a Rusia, de Rusia a Serbia en avión, de Serbia hasta la frontera de Macedonia, donde no les permitieron entrar; tuvieron que coger frontera por el monte, complicado y sumamente riesgoso hasta Skopje, capital de Macedonia, de ahí pagaron a un taxista para que los condujera hasta otra frontera que da con Grecia, allí retomaron el camino del monte de nuevo, un burujón de kilómetros a pie, unos 60 kilómetros de recorrido, hasta el primer pueblo que encontraron en Grecia, donde tomaron un bus hasta el primer municipio más cercano a ellos, Salónica, y de ahí a Atenas, ambos enfermos y con los pies destrozados.

En Rusia habían vivido seis meses bajo un rudo invierno, en las calles, alimentándose mal, con lo que podían. En Grecia pasaron también meses devastados por la desolación; si no hubiera sido por la iglesia, no habrían sobrevivido. Allí tampoco los querían. Ellos, teniendo amigos en España, el objetivo era llegar a España. No sé cómo fue que se les ocurrió subirse a un avión en Grecia hacia Francia ni cómo los griegos los autorizaron; es cosa que si la supiera tampoco la contaría para no perjudicar a nadie.

El hecho es que su chica pudo pasar pero a Yamil lo detuvieron en la aduana francesa. De ahí lo condujeron, como dicen aquí, "firmemente detenido" a una penitenciaria para inmigrantes en Francia. Pidió asilo político y se lo denegaron, siendo Cuba junto con Corea del Norte una de las más antiguas dictaduras del mundo, a los cubanos no nos dan asilo político fácilmente, la mayoría de las veces el asilo es denegado.

Con Yamil se cebaron, como si hubieran querido desquitarse de algún viejo odio con él. De una cárcel a otra, a cuál más espantosa, al final fueron cuatro meses de angustia. Yo viví ese último mes y poco más, tratando de sacarlo del infierno en el que había caído después de haber huido de varios infiernos, y del principal: la tiranía castrista.

Sometido a grandes presiones bajo amenaza de deportación, en su comida le introdujeron drogas para mantenerlo calmado e inerte. Cuando se dio cuenta dejó de comer, hizo una huelga de hambre y de sed "hasta la muerte", declaró. Los oficiales se cagaron del miedo y usaron todo tipo de subterfugios para que abandonara. Yamil no tenía a nadie aquí. Su madre, enferma en Cuba, no sabía nada, el hijo quiso engañarla hasta el final para no hacerla sufrir, pero así sufría él más. Sometido también a situaciones graves de violencia, Yamil llegó a temer por su vida. Sin contar la cantidad de chivatos que allí mismo se hallaban detenidos y que informaban de los pasos del resto de encarcelados para granjearse simpatías y beneficios por parte de la policía.

Atención médica pésima, o ninguna, tratamiento despreciable, Yamil empezó a desesperarse y con razón. Cuando tomé su caso en mis manos, yo sin ayuda de ningún tipo, ya noté que el muchacho no podía con la depresión que lo atormentaba hasta el punto de declararme que prefería quitarse la vida (guardo sus audios). Me puse en contacto con la asociación France Terre d’Asile, que hasta ese momento bien poco había hecho, pero por fin, alertados por mí acerca de a lo que se exponían, empezaron a tomarse el caso en serio.

Por supuesto que busqué abogados. Me. Jacobi, a quien conocía vía Darío Méndez, se interesó a medias además de que pedía una suma altísima que no podíamos permitirnos. Con ayuda de una amiga, de mi dinero, y con un envío de un familiar de Yamil desde Miami, pudimos entonces contratar a otro abogado, cuyo nombre no puedo citar porque ahora mismo está tratando otro caso de una joven cubana en Francia, del que escribiré también en breve.

Fue un duro batallar, sobre todo para Yamil, con el que todavía hablo hoy de aquellos días y no ha olvidado ni un milímetro de lo vivido, tratando así, con su testimonio, de ayudar con los casos posteriores que he tenido aquí, bandeándomelas sola sin apoyo de nadie.

En plena pandemia por fin pude ir a buscar a Yamil al Palacio de Justicia donde lo soltaron antes de lo previsto y sin avisar a nadie. Mientras iba en el taxi él me iba enviando mensajes: "No sé si va a reconocerme, estoy en una esquina con una bolsa en la mano, pero no sé ni donde me encuentro…".

El taxi dio algunas vueltas, todavía estábamos semiconfinados, por fin lo vi… Nada le había quitado esa pinta de cubano despavorido que todos hemos tenido alguna vez, los ojos desorbitados, la manera de esperar a alguien que venga en nuestra búsqueda, una jabita de nilón con pocas pertenencias, y por fin la alegría de tenerme enfrente, y yo de tenerlo a él, sonriente y libre… aunque no del todo.

Lo llevé a mi casa, donde durmió tres días o, mejor dicho, apenas se durmió. Buscábamos la forma de subirlo a un bus o a un tren, sin documentos, pues le habían retirado el pasaporte, y si iba a buscarlo corría el riesgo de ser detenido nuevamente… Intentamos por el bus, pero el agente de la agencia de viajes no sólo no lo aceptó, sino que alertó a la policía. Tuvimos que correr bien lejos, hasta que regresamos a mi casa… Al día siguiente logré subirlo en un tren hasta Perpignan, donde un ‘passeur’ se encargaría de cruzarlo a España. Las fronteras todavía se encontraban cerradas debido a la pandemia. Sí, mucha gente hizo caja con la pandemia del PCCH, y no sólo los multimillonarios de las vacunas.

Confieso que respiré aliviada cuando Yamil me llamó desde Barcelona, terminado de hablar con él colgué el teléfono y me eché a llorar. Desde entonces he llorado mucho con estos jóvenes cubanos que se aventuran llegando a Europa con tal de hallar la libertad. Y aquí en Francia lo que encuentran es desprecio, cárcel, maltratos y venganza… En la próxima columna les contaré de otros casos venidos detrás de Yamil… Por ejemplo, el de una joven cubana que mientras que Francia acepta un barco de inmigrantes en Marsella, ella, con sus 18 años, participante del 11J en el 2021, está padeciendo una historia similar a la de Yamil… Finalmente: para Inmigración y sus autoridades, ¿qué somos? ¿seres humanos o seres cubanos? Seguimos.

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