Famosa fue aquella frase de Manuel Azaña, que sentenció que con la Constitución de la II República España había dejado de ser católica. Escritas está en el Diario de Sesiones de las Cortes, Congreso, 14 octubre 1931). Tan era así que el mismo Francisco Largo Caballero, impulsor confeso de la Guerra Civil, llegó a advertir en el Cinema Europa de Madrid que no era admisible que fuese católico un presidente de la República. Ya que, en su opinión, siempre un presidente republicano debía ser laico, se supone que quiso decir no creyente, ateo, descreído o, en todo caso, no católico.
Además de otras agresiones a la libertad de conciencia que decían defender, la Constitución de 1931 proclamaba que "todas las confesiones podrán ejercer sus cultos privadamente. Las manifestaciones públicas del culto habrán de ser, en cada caso, autorizadas por el Gobierno". Con estas pocas palabras se condenaban los actos religiosos callejeros que, desde hacía siglos, tenían lugar en las ciudades españolas. Por ejemplo, la Semana Santa. Y, cómo no, se abría la puerta a agresiones y ataques a religiosos, frailes, curas y monjas, incluso a personas devotas cuyo único pecado político era ser miembros de la Adoración Nocturna, por poner un ejemplo. Y lo pongo porque el pobre yerno del gran filósofo español, Manuel García Morente, fue fusilado por esa única razón.
En Sevilla, por detenerme en una ciudad especialmente caracterizada por su Semana Santa en la calle, las procesiones religiosas sufrieron numerosos asaltos y embestidas, tantos que prácticamente dejaron de desfilar ante el temor de los daños personales y materiales que podrían producirse. De hecho, en 1932 no salió ninguna cofradía salvo la de la Estrella y se ha contado que, precisamente, gracias a la insistencia de un socialista devoto del Cristo de las Penas, Tomás Carrasco, que logró que el Ayuntamiento ayudara al desfile. Fue la única que salió ese año y por ello popularmente se la conoce como la "Valiente".
Ya en 1934, tras el triunfo del centro derecha en las elecciones, las cosas comenzaron a volver a la normalidad hasta 1936, donde se recrudeció la persecución hasta la famosa toma de Sevilla "la Roja" por Gonzalo Queipo de Llano en julio de 1936, fecha desde la que nunca más, hasta ahora, se ha puesto en duda la legitimidad de las Hermandades para procesionar sin peligro de la vida de sus hermanos ni para la conservación de sus imágenes. Ya dijimos que, como poco, la Iglesia española debería haber reconocido que este general, caiga o no simpático, que mató como mataron todos en una guerra terrible, ni más ni menos, impidió la masacre religiosa que, por ejemplo, sí tuvo lugar en Barbastro, Málaga y otras ciudades de España.
Sólo faltaría ahora que, como el general y su esposa Genoveva inspiraron, verbigracia, las hermandades de San Gonzalo y Santa Genoveva, los inquisidores de la Memoria Histórica, además de exhumar los cadáveres de los esposos de sus tumbas de la Macarena, quieran ahora también acometer a estas dos cofradías sevillanas.
Pero de esto hace mucho, aunque el gobierno de Pedro Sánchez quiera hacernos creer que Franco y Queipo eran unos monstruos y Largo Caballero, Prieto, Carrillo o Durruti eran unos angelitos. Eso sí, aquellos han sido exhumados y los demás, agraciados con calles, plazas, monumentos y homenajes varios. No hace tanto del auxilio de la Iglesia vasca al terrorismo etarra –inolvidable Setién—, no hace nada de la ayuda continua de la Iglesia catalana y balear a sus separatismos. Tanto es así que España no ha dejado nunca de ser católica pero la Iglesia, en cuyo nombre se fraguó la unidad nacional y el primer Estado- Imperio moderno del mundo, está dejando de ser española.
Fui alumno de los Hermanos de la Doctrina Cristiana, conocidos también por el nombre de su fundador, el francés san Juan Bautista de la Salle. Con beca desde Primera Elemental hasta 6º de Bachillerato, cursé allí mis primeros estudios y allí, uno de sus hermanos, Timoteo, nos dio en Cuarto largas sesiones sobre la historia de España. Allí aprendimos ecuaciones, derivadas, integrales, química y biología y leímos a Cervantes y a Espronceda, a Bécquer y a Aristóteles y sus Bárbara, Celarent, Darii y Ferio, y su larga etcétera. No todo fue de color de rosa, pero en absoluto fue un infierno negro.
Que ahora en un colegio de La Salle en La Comunidad Balear, que es privado, una profesora haya excluido de la clase a treinta alumnos por haber situado una bandera de España con motivo del Mundial de Catar, exige que la Iglesia española diga algo, explique algo, rectifique algo. ¿Para esto se quiere libertad de educación y educación concertada? Aunque no soy creyente, siempre he defendido la libertad de educación y la libertad de pensamiento y creencias. Pero esto de que en España se tenga que eliminar la presencia de la lengua y la bandera nacionales hasta en espacios privados, es de traca. A este paso, y es su consecuencia lógica, las hermandades de toda España dejarán de poder salir a la vía pública de nuestras ciudades. Al tiempo.