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Carmelo Jordá

Tamames y Vox: así no se hacen las cosas

Empieza uno a estar harto de escribir esto, pero ni Vox ni el PP parecen asumir que no se enfrentan a un presidente o un partido normales.

Empieza uno a estar harto de escribir esto, pero ni Vox ni el PP parecen asumir que no se enfrentan a un presidente o un partido normales.
Fotografía de archivo de Ramón Tamames, tomada el 21 de junio de 2022. | EFE

Si Ramón Tamames fuese de verdad un candidato de consenso, al surgir su nombre como presidenciable de la moción de censura de Vox la noticia habría caído como una bomba política, el Gobierno habría entrado en pánico y el PP se vería en una situación francamente incómoda, con Génova echado humo para decidir qué podían hacer en tan complejo trance.

Lo ocurrido ha sido más bien que la izquierda se ha descojonado, el PP se ha frotado las manos y ni siquiera en los ámbitos periodísticos más cercanos a Vox el nombre de Tamames ha despertado entusiasmo alguno. Y esto no tiene nada que ver con su brillantez como economista, su pasado político o sus grandes méritos vitales, porque ser un gran hombre en la investigación académica no te convierte en un buen candidato a presidente, incluso a una presidencia low cost, si me permiten el término, como la que tendría el ex del PCE.

Así que ni es de consenso, ni tiene experiencia de gobierno –sólo ha sido diputado y concejal–, que eran los dos requisitos que habían marcado Santiago Abascal y, además, es muy mayor. Se pregunta la gran Cristina Losada en una de sus excelentes columnas si acaso no se puede hacer política siendo viejo, pero por una vez no estoy de acuerdo con ella: pone como ejemplos de políticos entrados en edad a Joe Biden, que efectivamente me parece un argumento muy sólido en contra de la política geriátrica, y al gran Ronald Reagan, que dejó la presidencia con 78 años, once menos de los que tiene un Tamames que, además, está muy lejos de ser Reagan, por muy buenos ojos con los que lo miremos.

Por último, está también el propio show montado con el proceso de selección: señores de Vox, así no se hacen las cosas, si estás buscando durante meses una especie de hombre de consenso providencial no vamos conociendo candidatos a ser candidato: el primer nombre que conocemos tiene que ser el definitivo… y tiene que ser bueno.

Sin olvidar la tournée mediática del candidato nonato, de repente estrella de las entrevistas no se sabe muy bien en calidad de qué, pero con más hambre de foco que una corista de Broadway. Dicho sea todo, insisto, con el máximo respeto a una trayectoria que, efectivamente, es muy respetable… pero que no te cualifica como aspirante a la presidencia del Gobierno.

Mal está lo que mal empieza

Es, por ahora, el último capítulo de un empeño que ya al nacer parecía no sólo condenado a la derrota en la votación el Congreso –que no voy a decir que sea lo de menos, pero casi– sino también a fracasar políticamente, porque la política es un juego al que no se puede jugar con brochazos tan gruesos.

¿Se merece Pedro Sánchez una moción de censura? Sí, sin duda. ¿Podría haber una moción de censura que le hiciese daño al presidente y sus socios? Sí, pero tendría que ser otra, con otro candidato que ni siquiera sabemos si existe –¿hay una sola persona en España que suscite un mínimo consenso político?– y, sobre todo, tendría que ser de la oposición, no de uno de los partidos de la oposición.

Empieza uno a estar harto de escribir esto, pero ni Vox ni el PP parecen asumir que no se enfrentan a un presidente, ni siquiera a un partido: si quieren desalojar a Sánchez de Moncloa tendrán que hacerlo superando una maraña política formada por no menos de una docena de grupos y grupúsculos, que se extiende por todos los poderes del Estado y que tiene un dominio brutal sobre buena parte de los medios de comunicación y prácticamente todas las televisiones.

Por supuesto, no es preciso que se reúnan por la mañana para decidir qué se hace cada día en el convento, pero un mínimo de coordinación sí es conveniente y probablemente hasta necesaria: no se pueden tomar iniciativas como una moción de censura al buen tuntún y con el deseo más o menos oculto de que la otra parte "se retrate". Miren, si quieren retratos recurran a un fotógrafo, por favor, que aquí el que ya está de sobra retratado es Sánchez y el juego es otro.

Con estos mimbres, estos antecedentes y en este momento político una moción de censura sólo va a servir para darle aire a un Gobierno que cada día se ahoga más, desviar la atención sobre los verdaderos problemas de los españoles –los precios, la situación económica cada día, el escandalazo de la suelta de violadores, la sumisión del Ejecutivo a lo peor de la política española y mundial…–, y ofrecer a Sánchez y a todos sus esbirros parlamentarios la posibilidad de reunirse y dar sensación de unidad frente al ataque "despiadado" de las "derechas extremas". Un plan perfecto a menos de cuatro meses de unas elecciones vitales.

Pero miremos el asunto desde el lado positivo: aún no se ha metido la pata del todo y algunos ya han vivido los días de gloria que parecían añorar terriblemente. Es el momento de dejarse de gestos y retratos y ponerse a trabajar.

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