

Como los buenos oyentes de ‘Tirando a Fallar’ sabrán, hace algo más de un año tuve la oportunidad de, en una de las capitales del baloncesto europeo, Belgrado, llevar a cabo un serial radiofónico con diversas entrevistas a grandes nombres de la canasta en la ex Yugoslavia. Aprovechando la visita a la ciudad blanca pude asistir, en la célebre Sala Pionir —todo aficionado que se precie debería ver un partido allí en su vida—), a un encuentro de Euroliga entre el Estrella Roja y el Unics Kazan. En aquel momento, los rusos, pues a Putin aún no se le habia cruzado el cable, eran el equipo revelación en el continente. Y recuerdo tener mucho interés por ver en directo a los Lorenzo Brown —las vueltas que da la vida, eh—, John Brown o, sobre todo, Mario Hezonja, aquel talentazo forjado en el Barça y emigrado pronto a la NBA ante el que uno tenía la eterna sensación de estar ante un potencial dominador del baloncesto FIBA que no terminaba de eclosionar en tal.
Puedo asegurarle, querido lector, que lo que viví aquella tarde en ese templo del baloncesto serbio aún no se me olvida. Por el ambiente, desde luego. Por el altísimo nivel de juego del Unics, también, qué pena que nos quedáramos sin saber a dónde podría llegar aquel equipo por el despotismo de un político. Pero también por lo que vi de Hezonja, al que había observado en directo derrochar talento con el Barça, pero del que me impresionaron su evolucionado físico y su carácter.

Es imposible que este especialísimo jugador, nacido hace 27 años —casi 28 ya— en Dubrovnik, la hermosísima fortaleza a orillas del Adriático donde la historia y el baloncesto se hacen una en su muralla, no llame la atención al momento por su antropometría. Hezonja es enorme, pero más incluso por ancho que por alto. Alberga una espalda hercúlea, realmente impresionante al primer vistazo. Pero es que el contenido de ese molde privilegiado no le va a la zaga: el croata es un dechado de virtudes técnicas capaz de hacer casi cualquier cosa en una cancha. En ataque su rango de tiro es amplísimo, más acorde al usual en el otro lado del charco. También impresiona su capacidad para penetrar, pura potencia mediante, y finalizar con formas a veces inimaginables. Le sobran piernas para saltar, rebotear o defender —pues es capaz de hacerlo realmente bien, como en el último clásico de la Euroliga ante Nikola Mirotic en los minutos finales—, y recursos desde la corta, media y larga distancia para volver loco al defensor más pintado.
Hace poco reflexionaba sobre Hezonja y mi conclusión era la siguiente: si yo fuera entrenador, ¿qué físico buscaría para el alero de mi equipo? Concluí que querría el del croata. ¿Qué compendio técnico anhelaría para esa posición? Se acercaría mucho al de Hezonja, la verdad. ¿Y el rango de tiro? Ahí firmo con sangre que se me ocurren pocos más potencialmente letales que el del ‘3’ del Real Madrid. ¿Hay alguna situación ofensiva en la que no pueda encestar? No se me ocurre, francamente. Realmente, su famoso mote de ‘Super Mario’ le va como anillo al dedo a semejante portento —otro asunto es el eterno debate sobre las dañinas expectativas en adolescentes y sus repercusiones posteriores—. Pero, entonces, ¿por qué no estamos hablando de una megaestrella europea? ¿Por qué salió del Barça con la sensación de poder dar más y en la NBA no tuvo continuidad? ¿Por qué el Barça no le quiso —tal cual— a su regreso a Europa y tuvo que pasar por un Panathinaikos venido a menos y por Unics antes de caer en otro grande como el Real Madrid ya acercándose a la treintena? Mario Hezonja es, por muchas razones, un misterio.
Con el croata es casi imposible no caer en cierta contradicción. Hasta emocional, incluso. A qué aficionado no le gustaría disfrutarle a su máximo nivel durante años. Con semejante capacidad su techo está mucho más arriba que el de otros tantos a los que, seguramente, hoy se les considera mejores jugadores. De hecho, me tiro a la piscina y abro el paraguas: creo no exagerar si afirmo que la mejor versión del croata habría sido varias veces All-Star en la NBA. Como suena. No le falta nada a priori para serlo: ni el físico, habitualmente menor en Europa, ni desde luego la capacidad técnica. ¿Es su carácter el problema, como suele deducirse cuando se le pone bajo la lupa? Si es así, afirmo que no es por arrugarse. Les puedo asegurar que, volviendo a aquel partido en Belgrado, jamás en mi vida he visto un ambiente tan hostil hacia un jugador. La sangre inyectada en los ojos de los aficionados serbios tras cada canasta del croata se me quedó grabada a fuego. Y a cada proclama política, a cada exabrupto y cada insulto —en varias ocasiones, la Pionir atronó llamándole, textualmente, ‘ustacha maricón’, en plena escapada rusa—, más parecía crecer Hezonja en aquel partido. Hay que ser muy fuerte mentalmente para soportar semejante escrache y que no te afecte a tu rendimiento. Descartado pues el apocamiento, ¿es el de Hezonja un problema de rol? Pudiera ser. Lo cierto es que a veces parece que el unicornio siguiera en toriles, vaya usted a saber bien por qué, esperando demostrar que ese cóctel descomunal que salta a la vista puede llegar a engranarse en una máquina casi perfecta para jugar al baloncesto. El día que eclosione será un jugador sin parangón en Europa. El asunto es si lo veremos explotar al punto de ser ‘Super Mario’ un día sí y otro también.

Ese escenario, conocido en el croata, se está repitiendo en cierto modo en el Real Madrid. Que Hezonja es un jugador descollante lo saben perfectamente en la casa blanca. Ya ha tenido varias actuaciones de alto nivel, como la reciente en Mónaco en Euroliga, dominando el partido como casi nadie puede hacer a este lado del charco. Y lo sabe Chus Mateo, evidentemente. Es labor del técnico madrileño conseguir que esa conjunción dictatorial lo sea de forma repetida: si no en cada partido, hecho harto complejo en el baloncesto FIBA contemporáneo, sí con mayor consistencia de la que se le ha conocido hasta ahora. "Es un jugador especial, extraordinario, con un potencial tremendo que ojalá alcance pronto. Lo está buscando y ya nos ha dado muy buen rendimiento muchos días. Es alguien muy emotivo, siempre con una sonrisa y a quien es muy fácil tratar porque es muy buen chico. Me encanta como juega y estoy seguro de que acabaremos encontrando el mejor Mario a lo largo del año. Poco a poco va entendiendo cómo queremos jugar, cada vez lo hace mejor y va a ser un jugador que nos va a aportar cosas muy importantes", me contestó el entrenador blanco cuando le pregunté días atrás, tras vencer en Granada al Covirán en partido de Liga Endesa, por la gestión que hace de su alero. Al croata, que juega con el alma, se le nota cuando no le va bien en la cancha: se cabrea, fruce el ceño, cierra el puño. Ruge. Signo del fuego que guarda dentro, quizá consciente de no haber desarrollado aún un potencial tan único. Quiere ser más y tiene motivos para desearlo. Pero la piedra filosofal para él y sus entrenadores es conseguir el equilibrio idóneo para que la ambición no se le vuelva en contra. Lograr eso con Hezonja sería poco menos que cuadrar el círculo. Una de las más complejas ecuaciones del baloncesto moderno.
Queda mucho para saber cómo será catalogada la temporada blanca. De momento, los de Mateo se llevaron la Supercopa y lideran tanto la Liga Endesa como la Euroliga, así que a nivel de resultados difícilmente nadie podrá ponerles pegas. Con todo, el futuro es imprevisible y es pronto para poner notas, pues cuando el nivel de exigencia es tan alto, a veces la delgada línea entre el éxito y el fracaso la pueden llegar a marcar simplemente unos centímetros, o acaso unas décimas de segundo. Pero lo que este redactor tiene para sí es que la mejor versión del equipo blanco en este ejercicio pasará, casi inexorablemente, por escudriñar al máximo el potencial de Mario Hezonja, uno de los jugadores más impactantes de los que campan por las canchas del Viejo Continente. Chus Mateo lo sabe y por eso se afana en encontrar el camino a su Dorado particular. La eclosión definitiva de su incunable. Si lo logra, el Real Madrid, entonces sí, será absolutamente temible.