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Enrique Navarro

Un año en Ucrania: ¿podremos evitar la Guerra Mundial?

Rusia se está desangrando y no puede terminar esta operación con la victoria estratégica que esperaba Moscú.

Rusia se está desangrando y no puede terminar esta operación con la victoria estratégica que esperaba Moscú.
archivo

Muy pocos eran capaces de predecir hace un año que a estas alturas estaríamos todavía en guerra, y de que Ucrania habría sido capaz, con la solidaridad aliada, de contener al gigante ruso, que a su vez se está desangrando en un conflicto que no puede terminar en la victoria estratégica que esperaba Moscú.

En todo este tiempo se han escrito miles de análisis sobre las operaciones militares, las consecuencias a futuro del conflicto y las alianzas surgidas o fortalecidas ante esta tragedia provocada por Rusia, una vez más, en la sufrida Europa.

Pero la cuestión de fondo que quiero plantear, es si Ucrania es el final de una era o el comienzo de la siguiente, que se vislumbraría tremendamente peligrosa si el liderazgo económico, político y militar del mundo recae sobre potencias no democráticas y con escasas restricciones morales. En definitiva, ¿puede la actual situación derivar en una Tercera Guerra Mundial o podremos evitarla? Para analizar esta cuestión debemos tener en consideración cuatro aspectos del entorno geoestratégico.

¿Qué pasará en Ucrania? De las tres opciones posibles: victoria de un bando de forma que se consigan una parte sustancial de sus objetivos estratégicos, o el estancamiento de la guerra en una serie continua de enfrentamientos que irán perdiendo intensidad a medida que las fuerzas se vayan agotando, todo parece indicar que nos moveremos en este último, y que por tanto, no veremos el final de la guerra en 2023. Si esta fuera la realidad, la evolución de los acontecimientos internacionales llevarían la cuestión ucraniana a segundo plano, lo que sin duda sería una pésima noticia para Zelenski.

¿Hasta el momento Occidente ha salido reforzado? La respuesta es que no, de hecho podemos afirmar que la estrategia ruso-china está funcionando y la mejor prueba de ellos es que grandes potencias como India, Irán, Nigeria, Turquía, Brasil y otros, se mueven en un terreno resbaladizo esperando no salir perjudicados de este conflicto entre Occidente, entendido como el mundo liberal, social y democrático, y las potencias del nuevo Eje. Si Rusia no hubiera tenido un arsenal nuclear ni lo sacara todos los meses a la palestra para atemorizar a Occidente, la OTAN habría intervenido en Ucrania y habría derrotado a las fuerzas rusas con un despliegue de tropas. La realidad es que Europa entrega material deficiente, insuficiente y tarde, cuando el curso de la guerra para Ucrania lo decidirían doscientos aviones de combate que siguen, nunca mejor dicho en el aire; unos cientos de carros no van a cambiar sustancialmente el curso de los acontecimientos sin el dominio del espacio aéreo. La conclusión es que Rusia sigue en Ucrania con impunidad y amenaza en otros frentes con gran impunidad, y lo seguirá haciendo.

En la Conferencia de Seguridad de Múnich del pasado fin de semana, el protagonista fue el ministro de Asuntos Exteriores chino Wang Yi, que anunció que Jinping presentará una propuesta de paz a Kiev y Moscú esta semana, que obviamente, conociendo el fuerte posicionamiento con Moscú, pasará por un reconocimiento de la agresión y la partición del territorio, lo que es inaceptable bajo todo punto de vista. Recordemos que Beijing se ha negado sistemáticamente en todo este tiempo a hablar de guerra y de agresión en sintonía con los mensajes que se lanzan desde Moscú.

Incluso Wang Yi fue más allá al condenar a un «débil Estados Unidos», por agredir a China al derribar un globo espía que violó el espacio aéreo norteamericano y por alimentar la guerra en Ucrania con unos fines de dominio mundial que van más allá del actual conflicto. La reunión informal entre el Secretario de Estado Blinken y su homólogo chino acabó en continuos reproches a la otra parte y con el convencimiento de que cada uno hace lo correcto, lo que es propio de un lenguaje pre-bélico. Peguntado si podría asegurar que Taiwán no sería atacada, declaró con solemnidad que Taiwán no existe. Además, pidió a Europa que suelte sus lazos históricos con Estados Unidos argumento similar al esbozado por Putin al explicar la invasión.

También se ha puesto de manifiesto en la Conferencia que grandes potencias que incumplen los embargos occidentales están salvando a la economía rusa, sin que Occidente pueda actuar contra ellos para evitar una recesión monumental que traería seguramente el final de las democracias. Las grandes economías en desarrollo, como India, Arabia y Brasil se deslizan hacia Moscú y Beijing, en un intento de posicionarse ante el futuro conflicto mundial y mantener una neutralidad interesada.

La naturaleza de la estrategia rusa y china es tremendamente agresiva. El Pentágono está absolutamente desconcertado y atemorizado con los desarrollos nucleares de Rusia y China. Su objetivo es claro, pasar de la disuasión nuclear basada en la destrucción mutua, a una capacidad de actuar unilateralmente anulando una contundente respuesta nuclear norteamericana. Este es el propósito de los nuevos desarrollos a los que Rusia y China están dedicando ingentes recursos.

El nuevo submarino ruso Arcturus, trae de cabeza a la US Navy, un submarino totalmente indetectable a las contramedidas, con 12 misiles nucleares y que podría navegar sigilosamente hasta el Hudson; también es una grave amenaza el sistema no tripulado submarino Poseidón que es un lanzador de un misil intercontinental supersónico y por tanto de imposible destrucción por las defensas, con las mismas características de invisibilidad, y esta vez sin necesidad de poner en peligro vidas humanas propias. El Misil SATAN-2 y el sistema de lanzamiento sobre avión de misiles supersónicos, Kinjal, completaría esta triada mortal que pretende conseguir algo impensable, la superioridad nuclear. Y como Rusia no tiene restricciones de ningún tipo en el campo de batalla acaba de desarrollar el obús de 203 mm Malka, capaz de lanzar artefactos nucleares de un kilotón a cincuenta kilómetros de distancia.

Lo más llamativo es que China todavía ha dado pasos más allá que revolucionan la tecnología existente como el nuevo cañón de energía electromagnética que lanza un proyectil con una inmensa capacidad de destrucción y el nuevo misil hipersónico chino capaz a su vez de lanzar otro misil, que supone algo tan importante en la carrera del espacio como lo fue el Sputnik. Todos estos avances nos llevan al convencimiento de que existe una estrategia ofensiva nuclear con el agravante de que no habrá manera humana con las leyes de la física actuales de evitar la amenaza.

China y Rusia tienen una ambición estratégica que no es nueva, aunque muchos la consideraran obsoleta: el dominio del mundo imponiendo para ello un modelo imperialista que pasaría por tres elementos: estados ocupados militarmente para garantizar un espacio de seguridad: Ucrania, países bálticos y nórdicos, Polonia, Taiwán, Corea del Sur, Filipinas y sudeste asiático; países vasallos controlados política y económicamente: América Latina, África, Asia Central y Mediterráneo y enemigos atemorizados por la amenaza nuclear: el actual Occidente. Esta es la estrategia que se encuentra en la mente de los dirigentes rusos y chinos. Si esto es ciencia ficción, el tiempo nos lo dirá, pero lo que hemos aprendido de la historia, es que todos los que se han preparado de una forma tan intensa para una agresión militar, la han terminado acometiendo.

A la inmensa mayoría de la población, todo esto le parecerá una locura, pero es real. ¿Por qué Alemania y Japón llevaron el mundo al horror y el Holocausto cuando nadie hubiera pensado que dispusieran de esa capacidad política y militar? Si uno bucea en la historia de estos países encontrará cómo se gestó este sentimiento de superioridad y a la vez de haber sido víctimas de un modo de vida que según ellos los ignoraba y agredía. Leyendo un magnífico libro de Alex Ross sobre el Wagnerismo, uno se da cuenta como desde la Edad Media se fue conformando un espíritu de superioridad y ambición de poder en Alemania, como pasó en Japón. China y Rusia quieren dominar el mundo porque en sus conciencias ha crecido la idea de que Occidente los desprecia y que pretende su destrucción, máxime cuando se trata de sociedades débiles y corrompidas frente a la pureza de los ideales rusos y chinos. Es decir, hay una ideología fuertemente asentada de ambición y de dominio global en las élites rusas y chinas.

¿Esta situación es evitable? La respuesta es que sí, pero el modo de conseguirlo no es fácil. ¿Podemos pensar que la muerte de Putin o Jinping supondría el fin de esta pesadilla? Yo creo que no. Hemos visto a muchos líderes soviéticos y chinos cambiar y no variar la estrategia. Los sistemas políticos ruso y chino tienen una red de poder e influencia tan enorme que está muy anclada en sus sociedades la creencia de que deben dominar a Occidente para sobrevivir. Leí hace unas semanas un magnifico libro de Ian Kershaw, sobre el final de la Guerra Mundial y porqué Alemania, cuando estaba siendo destrozada y aniquilada, mantuvo la disciplina hasta el final; la respuesta fue la violencia más extrema contra la oposición que se dio durante todo el régimen. Rusia y China no dudarán en recurrir a la represión más cruel para mantener a sus sociedades adocenadas y obedientes al servicio de los intereses de esa minoría déspota que pretende llevar el mundo al abismo.

Evitar este Armagedón pasa por una derrota sin paliativos de Rusia en Ucrania, por la caída del régimen ruso y su sustitución por un modelo democrático y liberal, y para ello todo lo que se haga estará justificado. Una demostración de fuerza ahora apartará a otros de tentaciones belicistas, alimentará a la oposición interna que clama por libertad en China, Irán o Bielorrusia y devolverá al planeta a la senda de desarrollo y paz que merece el hombre para sobrevivir.

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