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Federico Jiménez Losantos

La España del 11-M: la costumbre de la mentira, la ley de la impunidad

Seamos pesimistas, pero no dejemos nunca de informar, ni de buscar la verdad. Por si alguna vez se hace justicia, o suena la flauta, o hay un milagro. A veces, los hay.

Seamos pesimistas, pero no dejemos nunca de informar, ni de buscar la verdad. Por si alguna vez se hace justicia, o suena la flauta, o hay un milagro. A veces, los hay.
Monumento a las víctimas del 11-M. | Europa Press

Ayer se cumplieron diecinueve años y hoy es el primer día del último de los veinte años que, si un juez decente no lo remedia, abocará a la prescripción de la masacre del 11-M de 2004. Para España no fue sólo una masacre de personas –casi doscientos muertos y dos mil heridos– sino de todas las instituciones que sustentan el Estado de Derecho, la primera de las cuales es el derecho a la verdad. Pero desde los "terroristas suicidas con tres capas de calzoncillos" de la Ser en la noche del atentado, a la última deposición de Reinares, el asesor asesorado de Rubalcaba, el que dijo en TVE "España se merece un gobierno que no le mienta", y lo que llegó con Rubalcaba fue Zapatero, a los españoles nos han acostumbrado a la mentira, o, al menos, a no buscar la verdad.

La mentira siempre será mentira

Con tantos muertos y heridos de por medio, enterrar la verdad no ha sido fácil. Exigía una acción denodada por parte de jueces, de partidos políticos y, sobre todo, de medios de comunicación, que decidieron que, una vez logrado el cambio de gobierno, que según las encuestas no se iba a producir, lo único importante era que nadie discutiera su legitimidad. Eso era moralmente deleznable, con tantos cadáveres de por medio, pero era físicamente posible. Si casi lo han conseguido con los crímenes de la ETA, con autores conocidos, ¿cómo no iban a lograrlo con los muertos, sin autor conocido, del 11M? Bastaba insistir en la violencia de la mentira. Y casi veinte años después, con la obstinada excepción del Grupo Libertad Digital, puede decirse, como Luis del Pino, que los criminales beneficiarios se han salido con la suya. Lo que no nunca lograrán es hacer de la mentira verdad.

Lo peor de ese "olvidar lo inolvidable", contra el que nos previno nuestro recordado Gabriel Moris, es que nos olvidemos de lo que somos y de lo que moralmente debemos ser: ciudadanos, no súbditos del imperio del muerto al hoyo y el vivo al bollo. Ante la masacre del 11M se alzan las tres estatuas de los monos orientales que no ven, no oyen y no hablan. Allá el que prefiera habitar ese planeta de los simios amordazados. Nosotros, no.

Ayer, Libertad Digital actualizaba, en un magnífico trabajo de Carlos Sánchez de Roda, cuyo sentido último explicaba Javier Somalo, lo que aquí seguimos haciendo: mantener viva la verdad de la inmensa mentira oficial del 11M. Lo que yo he podido aportar como resumen de esa mentira está en el capítulo La novela negra del 11M de Los años perdidos de Mariano Rajoy, primer perjudicado y primer representante del pancismo del olvido en la derecha. Es un honor ser los últimos en no rendirnos como los demás medios. Otros vendrán que verán lo que vemos y sentirán lo que sentimos. En tiempos oscuros, lo importante es mantener la llama del afán de saber. Ya vendrán sabios en el futuro, que aprenderán a leer en lo que dejemos. Lo esencial es que, aunque no lleguemos a averiguar la verdad, nos neguemos a tragar las ruedas de molino de la mentira. Otra cosa es llevarla a juicio.

Pero a veces, incluso ante la Justicia, lo que parece prescrito revive. Es el caso de la corrupción arbitral del Barça, que siempre denunciamos, aunque sin esperanza, por la sencilla razón de que era verdad. Y ahora, por una carambola fiscal, está en el banquillo, y el Club dels Valors en la ruina.

Barça-Negreira o lo difícil de enterrar el cadáver de la verdad

Estos días, en los que nadie quiere recordar la masacre del 11M y ese volcán de memez llamado Mónica García lo llama "terrible accidente", la atención popular está dirigida al escándalo de la compra de árbitros por el F.C.Barcelona, auténtico Ministerio de Exteriores del separatismo catalán. No es que no se supiera que el club que presumía de ser "més que un club" era favorecido por los árbitros desde hace, al menos dos décadas, si no tres.

Ahora se exhuman famosas ruedas de prensa de José Mourinho, el gran viriato del Real Madrid que resumió en un "¿Por qué?" el cúmulo de injusticias que alfombraban el camino del Barça hacia triunfos y títulos que al final, y pese a tan descaradas ayudas, ganaba pocas veces, sobre todo comparado con el Real Madrid, el gran perjudicado, que, pese a tanta corrupción, ha reducido a poco más que hojalata la Edad de Oro del club que presumía de haber inventado el fútbol y de encarnar "els valors". Los únicos valores que veíamos algunos eran los favores arbitrales y la cobardía de los medios, incluidos los madridistas, ante un discurso tan fatuo como el de Guardiola, cuya condena en Italia por nandrolona se ocultó como mero accidente, no como indicio de una continuidad nunca investigada, como la compra de árbitros. Faltaba la factura humeante, y por ahorrar, apareció.

El efecto ha sido, en un primer momento, de estupor. Todos, incluso los clubes más perjudicados y que más lo habían denunciado, hasta que la decadencia del club por el latrocinio de sus dirigentes y grandes figuras lo ha dejado limitado a ganar la Liga española, y sólo si otros fallan, se han quedado de piedra. Hasta los que nos hemos negado siempre a cantar los milagros del Santo Messi, símbolo de tanta superchería, estamos atónitos. Pero, poco a poco, traqueteando por la falta de costumbre, los medios de comunicación iban admitiendo la evidencia: si el Barça entregaba millones de euros -unos mil doscientos millones de pesetas- al hombre fuerte del Colegio de Árbitros, era para comprar favores arbitrales. ¿Para qué, si no?

"Pruebas", dicen, como si los millones no lo fueran

La prensa en general, y la deportiva en particular, huérfana de todas las referencias supuestamente indiscutibles de estos últimos veinte años, dice ahora, en todo el mundo: "Habrá que ver qué pruebas tiene la fiscalía". Es fácil entender, aunque no para los bufanderos azulgranas, que si uno paga a un sicario por matar al alguien, aunque no llegue a matarlo, va a la cárcel por intento de asesinato. No importa si se ha cometido, o si ha fallado. Lo esencial es el intento de matar. Conseguirlo agrava el delito, no lo cambia.

En este caso, es evidente que si el Barça ha gastado tanto dinero durante tantos años en asegurarse el favor arbitral, estaba alterando la competición y corrompiendo los resultados, en particular y en general. No hacía falta que el árbitro alterase cada partido. El resultado de conjunto era el que finalmente valía el dinero que se pagaba. No es preciso que cada árbitro confiese si recibió dinero. El ascenso o descenso de categoría, en manos de Negreira, ya suponía mucha diferencia de dinero. Y los sueldos arbitrales son pasmosos: casi trescientos mil euros en primera, casi quinientos en Europa, paraíso económico que también facilitaba o vetaba el corrupto y corruptor Negreira, más de veinte años a sueldo del Fútbol Club Barcelona.

El dinero invertido prueba el delito. Que Laporta lo cuadriplicase demuestra su eficacia. No hacen falta facturas si se pagaba en billetes. O en ascensos. O en recomendaciones. O en otras cosas que aún no sabemos. La prueba del delito es, como casi siempre, el dinero. Y aquí lo hay de sobra.

¿Hemos vivido entonces en el fútbol veinte o treinta años de ficción? No: de corrupción. De mentira reiterada. Lo que pasa es que sólo resulta escandalosa cuando en el escrito de la Fiscalía aparecen, con el cobrador Negreira, dos presidentes pagadores, un alto ejecutivo y, la pieza clave, Albert Soler, que estuvo al frente del Consejo Superior de Deportes con Zapatero y Sánchez, y, con Rajoy, siguió en el Barça.

La Ley de la Impunidad

La impunidad, que es la única Ley que ha dominado la vida pública catalana desde Pujol, y de la que ya hablé otro domingo, reinaba en todo lo referente al Barça. Desde el cochinillo de Figo hasta las burlas a los rivales en las comparecencias de la Copa del Rey, todo le salía gratis. Se creía que era por miedo al separatismo, que permea toda la vida española, y en parte era así, pero acostumbrados al fraude, un día aparece lo esperable: que de Pujol a Negreira, muchos han aprovechado esa impunidad para forrarse. Y ese detalle, técnicamente innecesario, ha destapado la ya intuida verdad.

¿Es posible que, por vías que parecen cegadas, un día empiece a aparecer la verdad o las verdades del 11M? Hoy no se vislumbra siquiera, tras obstruir todos los caminos y destruir todas las pruebas. Pero lo más difícil de un crimen es siempre hacer desaparecer el cadáver. Véase el caso del fútbol español, enfermo de corrupción. Sus tumores, la banda de Tebas y Roures y la de Rubiales y Piqué están en el quirófano de la Justicia, que ahora debe proceder a extirparlos para salvar el deporte y la competición.

¿Podrá, sabrá o le dejarán hacerlo? Imposible, dicen casi todos. Pero más difícil parecía que la fiscalía, en tiempos de Sánchez, que es la cima de la corrupción judicial, llegara a imputar al Barcelona, a sus presidentes, a su comprador de árbitros y a su intermediario gubernamental. Y lo ha hecho. Dicen que el pesimista es un optimista bien informado. Seamos pesimistas, pero no dejemos nunca de informar, ni de buscar la verdad. Por si alguna vez se hace justicia, o suena la flauta, o hay un milagro. A veces, los hay.

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