
No voy a negar que, con el tiempo, he ido sintiendo simpatía creciente por su personaje, que es lo que esencialmente es, un personaje trazado en su peculiar obra tragicómica. Aún conservo los papeles de un curso de economía marxista, no socialista, que el "dales caña" favorito de la izquierda cañí impartió en la Escuela de Aparejadores de Sevilla, sería por el año 72 o 73. Le había conocido un poco antes en la Facultad de Filosofía porque, en realidad, era un mediano perito industrial que daba clases de dibujo técnico en la Universidad Laboral de Sevilla, si bien tenía aspiraciones intelectuales y curriculares además de políticas.
Luego volví a encontrarlo en la vida periodística cuando recién incorporado a El Mundo en 1989, me topé con el "hermanísimo" Juan en las primeras investigaciones del luego conocido como Caso Guerra. De hecho, tuve parte de responsabilidad en su caída política –a veces muy hábilmente manipulado por el felipismo en la sombra que destilaba datos ciertos de forma oportuna para lograr borrarlo del mapa—, debido a haber aportado numerosos datos a la causa. Luego hemos sabido que aquel sumario fue una miniserie si se compara con los macroseriales del socialismo posterior y actual. Indicaba maneras, claro, pero nada que ver con los ERE, por poner un solo ejemplo.
En la última función en que ha actuado, Alfonso Guerra se ha mostrado conservador de un supuesto "socialismo liberal" que habría constituido medularmente al PSOE desde sus primeros tiempos. No hace falta recordar a Montesquieu –a quien quiso liquidar con la reforma de la Justicia de 1985— ni ser un experto en Hayek o cualquier otro liberal auténtico para comprender que a fuer de liberal no hay socialismo. Ni siquiera lo fue el de Julián Besteiro, que si se negaba a la guerra civil y a la revolución que predicaba Largo Caballero no era por su espíritu "liberal" (o socialdemócrata) sino porque, marxista convencido y estudiado, creía que era el turno de una II República burguesa hasta que las fuerzas productivas señalasen el camino de la dictadura del proletariado, que, sí o sí, debía producirse.
Leí con mucho interés su última obra de memorias –siempre habla de sí mismo—, sobre la España en la que cree. Me entristeció mucho que a lo largo de todas sus páginas fuera incapaz de darse cuenta de su dificultad para explicarse lo que es y ha sido la nación española. Atrapado en la peculiar leyenda negra que el primer socialismo se tragó sin más, España, como mucho, le parecía digna de un patriotismo constitucional a lo Habermas, dejando de nuevo la historia preconstitucional –que es casi toda—, en manos de sus adversarios políticos. Aún así, ya se entrevió algún intento, no sé si sincero, de hacerse un autoexamen acerca de la realidad nacional española para aproximarla a un socialismo de rostro patriótico y democrático.
En realidad, Alfonso Guerra —que podría aún si quisiera ser el paladín de una socialdemocracia higiénica donde la democracia no fuera un estadio benefactor para llegar a la "hegemonía" política y cultural (lo de la dictadura hoy no mola), sino el modo más avanzado de convivir y reformarnos poco a poco con juego limpio y decencia—, tiene la joroba de un pasado en el que pesan mucho más las palabras que dijo que los silencios que protagonizó. Cuando se ponía el pañuelo jornalero de cuatro picos sobre la cabeza y llamaba tahúr a Adolfo Suárez y tantas cosas a tantos otros, quedó esclavo de ellas para el resto de su vida. Y sus silencios, sobre el Estatuto Catalán de 2007, por ejemplo, aún claman.
Aquel Míster "Arfonso", azote de los fachas, centristas y disidentes todos, fue un papel que le gustó representar cuando llevaba chaqueta de pana, el esperpento en la cartera y sus monturas de gafas negras que inducían al miedo escénico. Poco a poco fue aflorando el "doctor" Guerra, grado que creo no tiene pero que nos vale para la ocasión, un socialista más moderado que intentó que Pedro Sánchez no triunfara pero que no supo ver que el malo, malo malísimo, de la película no eran ni González ni él, sino este diputado por carambola de Madrid al que alguien aupó hasta Moncloa.
En el nuevo prólogo que ha escrito a su La España en la que creo, que es un prólogo de censura a la totalidad de la trayectoria del amo de la Moncloa, el "doctor" Guerra, además de inventar lo del socialismo liberal, qué arte, fustiga con dureza a Pedro Sánchez. Con ello, hace comprensible y oportuna la moción de censura de Vox e incomprensible la actitud del PP y Cs. Si hasta un socialista de toda la vida reprueba al gobierno monstruoso de Pedro Sánchez, ¿cómo es que no lo desaprueban aprovechando la ocasión el PP de Feijóo y el pecio de Arrimadas?
Pero, claro, luego emerge Míster "Arfonso", el que asimila la pócima sagrada de la organización, y no se atreve a hacer lo que debería para ser consecuente. Es muy fácil. Se trata de que esta semana que viene, cuando se vote la moción de censura, un puñado de diputados socialistas, los no nombrados por Sánchez sino por los amigos del "doctor" Guerra, que todavía los hay, se abstengan (cuando menos).
Ya verán cómo los socialistas "liberales" no son otra cosa que el título de otro esperpento. Puro teatro, lamentablemente.