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Antonio Robles

Ni Cincinato ni abuelo cebolleta, luminosa candidez

Su decisión ni siquiera ha logrado conseguir su objetivo: retratar a Pedro Sánchez. Aunque lo parezca. O se lo parezca a sus seguidores más cafeteros.

Su decisión ni siquiera ha logrado conseguir su objetivo: retratar a Pedro Sánchez. Aunque lo parezca. O se lo parezca a sus seguidores más cafeteros.
Ramón Tamames durante la moción de censura | EFE

Al final, todos quienes barruntaron la amenaza tenían razón, la moción de censura de Vox ha sido un regalo inesperado para el acorralado Pedro Sánchez. Al partido de Abascal le ciega a menudo la pasión sin reparar en las consecuencias. Su decisión ni siquiera ha logrado conseguir su objetivo: retratar a Pedro Sánchez. Aunque lo parezca. O se lo parezca a sus seguidores más cafeteros.

Suele ocurrir. El desahogo suele confundir al tiraopalante, pero lo importante en política no es la percepción subjetiva de quien cree poner las cosas en su sito, sino la percepción de la ciudadanía. Y ésta está mediatizada por los relatos que le llegan encapsulados. En eso Pedro Sánchez es un experto. Posee los medios más poderosos, miente por sistema, su cinismo es patológico y carece por completo del sentido del ridículo. La consecuencia es un relato coherente con voluntad de verdad. Sea o no manifiesta su incoherencia. Nunca antes la máxima de McLuhan, "el medio es el mensaje" fue tan exprimida.

Los escasos 68 minutos de Ramón Tamames hubieron de enfrentarse a los 178 de Pedro Sánchez. A esos, y a los de YoYolanda, a los del chusquero Patxi y a los del resto de la jauría que andaban a la gresca dos minutos antes. Con ellos sepultaron a Ramón Tamames y a su ponderado discurso.

Ni Cincinato ni abuelo cebolleta, candidez y ternura. A Don Ramón Tamames se le suponía sabiduría y tablas, y a Vox, la responsabilidad de presentar a un candidato en plenas facultades. Fallaron los dos. El primero demostró una bisoñez política que dejó en evidencia su desconexión con la realidad de un Congreso convertido hace tiempo en ciénaga de caimanes; y el segundo mostró una irresponsabilidad difícil de calificar, pero constatada en el turno de réplicas.

Fue desolador. Si lo que pretendía Vox era retratar, desnudar la impostura de un presidente fake, ¿cómo presentar a un candidato que carecía de movilidad, con audición disminuida y capacidad precaria para tomar notas y replicar con la agudeza del catedrático que fue? Renunciar a esas réplicas, era negarse a tirar en la tanda de penaltis dónde había de resolverse el partido, era renunciar a desenmascarar al equipo que se negó a jugar limpio durante el lance. Renunciar a las réplicas era aceptar que su discurso fuera entoñado por horas de vaciedad y narcisismo sin contestar una sola de las cuestiones capitales: eliminación del delito de secesión y sus consecuencias, el abaratamiento de la malversación, la exclusión de la lengua común, la venta por parcelas de la soberanía de todos, la compra electoral a costa de la deuda de la nación, la satanización del empresariado, renunciar a un Plan Hidrológico Nacional… o reducir la dialéctica democrática a fascistas y antifascistas donde la memoria democrática es utilizada para desenterrar la sangre de los muertos para envenenar la de los vivos.

Era una ocasión única para desenmascarar al impostor con la auctoritas que los años y el estudio le otorgaron. Empezando por desenmascarar uno de sus mayores fraudes, el de otorgarse la facultad de atribuir a los suyos todas las virtudes democráticas, y definir a las fuerzas contrarias como fascistas. Una democracia a su medida: demócratas y franquistas, progresistas y reaccionarios, buenos y malos, defensores de la mujer y violadores… Esa impostura es tan chusca, sucia, tan mal intencionada y peligrosa, que su denuncia es un a priori transcendental de toda convivencia democrática.

Don Ramón tuvo la oportunidad de desmontar con un discurso demoledor esa intoxicación maniquea. Y no lo hizo. Ni ese ni ningún otro. Sólo algún chascarrillo sobre Blas Piñar y Largo Caballero para historiadores con pinceladas al vuelo que pasan desapercibidas para el pueblo llano. Cuando renunció a esa labor pedagógica tras la intervención de Pedro Sánchez, sólo me vino a la cabeza el rito taurino: devolverlo a los corrales. A él y a los irresponsables que lo propusieron a sabiendas de su estado.

Aun así, el abuso manifiesto de Pedro Sánchez al viejo profesor, que convirtió la moción a su Gobierno en una moción a Feijóo y a todo lo que se moviera a su derecha, puede haber profundizado la aversión creciente que provoca en la gente corriente. Tanta chulería y matonismo, reforzada por la intervención mercenaria de Patxi, sólo dejaba espacio para la ternura que inspiraba un señor mayor, desconcertado y aturdido ante tanta testosterona escasa de ilustración y sobrada de sectarismo.

Pareciera que la moción la hubiera diseñado Pedro Sánchez para matar dos pájaros de un tiro: a Feijóo y a Pablo Iglesias. Le dio la alternativa a la empalagosa Evita Perón de Pontevedra con ínfulas comunistas, y ésta aprovechó la corrida para córtale la coleta a Ione Belarra e Irene Montero. La de Pablo ya se la había cortado él mismo cuando la nombró sucesora.

A la luz de los hechos, no habría que echar en saco roto la advertencia de Inés Arrimadas: "Sánchez es demasiado peligroso como para darle por muerto". La cuestión, a mi parecer, es más bien si el pueblo español ama demasiado la siesta como para considerarlo despierto. Hasta el dicho "¡Qué buen vasallo si hubiere buen señor!" habría que cuestionarlo a la luz de la pereza de tanto vasallo.

PD. ¿Qué pasa con Cs? Inés Arrimadas hizo intervenciones magistrales, de las mejores. Y sin embarco su bancada, incluida ella, se negaron a aplaudir el discurso de Tamames. ¿Qué había en él que no pudiera defender Cs? Deberían recordar que Cs nació para defender ideas honestas, independientemente de quienes las defendieran y su rédito político. ¡Qué solos se quedan los muertos!

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