La proximidad de las elecciones autonómicas y locales es interpretada por los principales partidos como una suerte de primera vuelta de las generales que se tendrían que celebrar a finales de año o como muy tarde a comienzos de 2024. Las estrategias electorales de la derecha de cara a los inminentes comicios parecen diseñadas y destinadas a solventar las rencillas internas. Tanto el PP como Vox han olvidado al verdadero adversario, esa izquierda encabezada por Sánchez, que con toda seguridad formará tándem con Yolanda Díaz, y cuyas expectativas aumentan gracias a las broncas y reproches entre los principales dirigentes populares y los del partido verde. En ese contexto no es de extrañar que el sanchismo hurgue en las peleas de los partidos del ala conservadora y se frote las manos ante el éxito de sus señuelos.
Las diferencias personales entre los líderes del PP y los de Vox agudizan la sensación de desconcierto en el electorado natural de esos partidos y no animan precisamente a la participación electoral. Han debido olvidar que la única posibilidad de apartar a Sánchez del poder y reconstruir los destrozos sociales, económicos y territoriales de los últimos años pasa inevitablemente por ejercer una oposición compacta, por unas campañas destinadas a erosionar al verdadero rival y por la suma final de los votos del PP y de Vox, no por destruirse entre ellos en un ejercicio suicida de narcisismo político.
De momento, está sucediendo todo lo contrario, como si el principal adversario y el auténtico lastre de España no fuera Pedro Sánchez, sino Vox desde la perspectiva del PP y el PP, según Vox. Una de las consecuencias de la moción de censura ha sido la escenificación de las profundas inquinas entre los dos partidos de la derecha española, cosa que permite a Sánchez e incluso a Unidas Podemos sortear sin grandes daños episodios como las leyes del sí es sí, la trans y la del "bienestar" animal, los indultos a los golpistas, las cesiones a los proetarras, la corrupción generalizada en el PSOE y la reforma del Código Penal a la carta de sediciosos y malversadores. Y tampoco ayuda la fractura entre PP y Vox a subrayar los disparates económicos perpetrados por el Ejecutivo, los hachazos de la inflación, el acoso a empresas y autónomos, el desastre de las mal llamadas renovables y las crecientes dificultades para llenar la cesta de la compra y pagar las facturas de cientos de miles de familias.
La agenda de expedientes que complican el futuro de España es lo suficientemente amplia como para que PP y Vox, Vox y PP, dejen de andar a la greña constantemente al son que les marca Sánchez y se dediquen a lo que deberían hacer, que es expresar la existencia de una alternativa consistente que no pasa por castigar al posible aliado y encelarse en luchas intestinas sino por sentar las bases de una colaboración indispensable que pueda poner punto y final a una de las épocas más oscuras y graves de la historia reciente de España.
La dejación de funciones de ambas formaciones es alarmante, inexplicable e intolerable. Con sus errores están despejando el camino para la reelección de Pedro Sánchez. Es urgente un cambio de rumbo que ponga fin al espectáculo de la descomposición de la única alternativa, la suma de fuerzas entre el PP y Vox. Ahora mismo, ambos partidos están prestando flacos favores a España y a los españoles. Es necesario que el PP abandone ese exceso de pragmatismo que le lleva a sugerir que prefiere acuerdos con el PSOE que está destrozando España y que Vox huya de su desatado maximalismo. Lo que está en juego no es el futuro de sus siglas, sino de los españoles.