
Muy poca gente, fuera de las fronteras imaginarias del País Petit, sabe quién es Laura Borrás. Pero resulta que esa Laura es —o lo era hasta hace un rato— la presunta líder de la presunta derecha catalana. Porque en el caso de la convicta Borrás todo resulta siempre muy presunto, menos los trapicheos administrativos y corruptelas cutres, muy cutres, en que le dio por meterse para enchufar en nómina del chiringuito cultural de la Generalitat que hace unos años controlaba a otro pobre desgraciado amigo suyo, un falsificador de moneda de medio pelo cuya principal actividad laboral consistía en el comercio de drogas al por menor en locales nocturnos.
Así, la jefa de filas de la derecha catalana (Borrás figura todavía a estas horas como presidenta de Junts per Catalunya) y el quinqui de medio pelo, un tal Isaías Herrero que ya se había comido antes un marrón de cinco años a la sombra por otro asunto de heroína y alucinógenos sintéticos, acordaron remasterizar un gran clásico de las chorizadas en los concursos públicos: trocear la adjudicación fraudulenta de un contrato de 260.000 euros para el quinqui, recurriendo a la tradicional vía de repartirlo en 18 pagos separados e independientes, todos ellos por un monto inferior al que la ley exige para que se convoque concurso.
Un caso, como se ve, de pura calderilla. Y por esa nimiedad ridícula, por esa menudencia insignificante, le han buscado la ruina a la pobre Laura. Artur Mas y David Madí se tienen que estar partiendo de risa a estas horas en sus respectivas casas. Pero quien debe de temer ya que le dé una ataque de hipo por las carcajadas incontinentes e incontenibles es el muy honorable Ubú, que a sus 92 años, y tras haber competido con todas las cleptocracias del continente africano por el primer puesto en la liga mundial de los salteadores de caminos, sigue sin ni siquiera fecha estimada para que se celebre el juicio de lo suyo en la Audiencia Nacional. Ni tan siquiera fecha estimada para una vista cuyo sumario se remonta, agárrense a la silla, a 2012. Y es que todavía hay clases, señores.