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Juan Gutiérrez Alonso

La crispación en el camino de la lobotomía

Vivimos una situación homologable a la que conocimos al otro lado del Atlántico estas décadas atrás.

Vivimos una situación homologable a la que conocimos al otro lado del Atlántico estas décadas atrás.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, aplaude durante el pleno del Congreso de los Diputados. | EFE

Quienes vivimos el chavismo en Hispanoamérica andamos más preocupados que la mayoría de nuestros conciudadanos. Hay dos formas de explicarlo o, mejor dicho, de explicarnos. Una, más o menos elaborada y que pasaría por aquella advertencia de A. Solzhenitsyn sobre la pérdida de sensación del peligro cuando la tiranía acecha, y otra más de andar por casa, que consiste en que esta película nosotros ya la hemos visto y sabemos de sus consecuencias.

En efecto, con algunos matices, vivimos una situación homologable a la que conocimos al otro lado del Atlántico estas décadas atrás. Es decir, el ascenso de una clase gobernante conformada por ignorantes, resentidos y envidiosos, liberados del sentimiento de su absoluta nulidad, pero revestidos, gracias al voto pasajero o coyuntural, de una fuerza brutal e inmensa. Entregados al colectivismo en todas sus formas, algo que deriva necesariamente en un socialismo transformador del marco legal y constitucional para travestir todo en ilusiones, imaginación, nueva moralidad, derechos y justicia social. Un modo de actuar que encamina, primero la destrucción del adversario y toda forma o manifestación de disidencia, mediante su negación y arrinconamiento, luego de la sociedad misma.

Por mucho que se siga negando u ocultando, estamos en manos de una nueva tribu política que ejerce diariamente la irracionalidad desde los peores vicios humanos, la envidia y el resentimiento antes citados, y cuya actuación y decisiones trasciende ya a la población con la inefable colaboración de medios y periodistas, que desgraciadamente ejercen el activismo y no el periodismo. La conjunción es fatal.

Y así es como se llega a esa desagradable situación en la que una parte de la población se muestra entregada al veneno del nuevo lenguaje y proceder del poder, mientras que otra, como predijo J.F. Revel, se opone férreamente. Luego está, por supuesto, la indiferencia, la equidistancia y ese segmento en transición hacia un lado u otro, ese sector donde la sociedad seguramente se juega su futuro. Vamos a llamarles los moderados, por no calificarlos como los temporalmente inconscientes, que sería lo más correcto. Qué recuerdos, los moderados que conocí en Hispanoamérica, muchos de ellos ya huidos. Pensaban que no era para tanto y que no les llegaría a ellos.

En este sentido, sabemos que no es complicado identificar en un mínimo intercambio de opinión a seres ya abducidos, asimilables los fanáticos del populismo en Venezuela, Argentina, Cuba, Nicaragua, Ecuador o Bolivia, dispuestos a justificar y respaldar cualquier fechoría del gobierno, desde el obsceno asalto a las instancias judiciales y organismos reguladores o consultivos con fidelísimos comisarios políticos, hasta la corrupción y perversiones más barriobajeras que uno pueda imaginar, pasando por medidas económicas suicidas, el masivo uso temerario de los recursos públicos para nutrir clientelismos o la connivencia, ya permanente y amigable, con el filoterrorismo de ambos lados del océano. Llámennos exagerados, pero todo esto bastante sencillo de comprobar. Este fervor de corte revolucionario explica la crispación y también las técnicas de lobotomía que le marchan en paralelo.

El devenir de nuestra sociedad, si es que ya no vamos tarde, se dirime así entre la determinación y constancia de los agresores, que son los actuales gobernantes y está fuera de toda duda como demuestra esa ciénaga que es el nuevo Tribunal Constitucional, y la capacidad de resistencia de otros, que somos los gobernados no alineados. Estamos en manos de los individuos que muestran sus dudas sobre este nuevo modo de ejercer el poder y esos otros que, en fin, se quejan en privado porque son conscientes de la senda emprendida y las consecuencias en caso de que ésta se prolongue. De ellos dependemos, de quienes son incapaces de manifestarse, de soltar amarras con su partido, ideología o pensamiento, quienes no muestran un mínimo de valentía o coraje y esperan que otros les arreglen los problemas.

No quiero ser catastrofista. Además, hay quien considera que aunque se ha llegado demasiado lejos no hay que dramatizar porque a partir de diciembre cambiará el rumbo de este ambiente crispado, despótico, constantemente provocador y amenazante. Son los optimistas, que a Dios gracias existen. Pero igual hay que desengañarse, el mejunje inoculado en el sistema trasciende con mucho el marco que dicta una legislatura o un nuevo gobierno que se antoja necesariamente frágil y hasta controvertido, vislumbrándose también falto de espíritu por inconsciencia.

Los nuevos y peligrosísimos chamanes controlan ya todos los ámbitos institucionales de poder y tiene además un plan perfectamente delineado para sobrevivir un traspiés electoral que arroje un gobierno blandengue. Argumenten pues hartazgo, plebiscito, abusos descarados, incapacidad evidente, que las cosas económicamente no van bien o confianza en las elecciones. El corto plazo, en definitiva. Quienes así razonan y no ven la profundidad del daño infligido, en realidad son parte de los males de nuestra nación. Por falta de coraje, por tacticismo, por aburguesamiento y hasta por una cierta melancolía de una realidad política que ya no existe ni va a volver porque los actores, los dueños de nuestros destinos, son ya otros. Y no van a desaparecer tan fácilmente. Ejemplos en la propia Península Ibérica ya tenemos unos cuantos.

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