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Pedro de Tena

Votos baratos y votos caros

¿Qué precio real pagó González a Pujol en las elecciones generales de 1993? ¿Qué le pagó Aznar al mismo ratero y racista tres años más tarde?

¿Qué precio real pagó González a Pujol en las elecciones generales de 1993? ¿Qué le pagó Aznar al mismo ratero y racista tres años más tarde?
Pancarta pidiendo el voto para el PSOE en Mojácar. | EFE

Que los votos se compran y se venden no es nada nuevo. Cualquier mirada aguda desde cualquier ventana de la Historia lo certifica. Pongamos por caso, por lo sublime de su rango, el caso de la compra de votos en la Iglesia. Parece certificado que un cardenal español, Rodrigo Borgia, luego el papa Alejandro VI, compró los votos de los cardenales Orsini, Sforza, Colonna, de Sant’ Angelo, Savelli y, que se sepa hasta ahora, el del cardenal Gerardi de Venecia, a cambio de dinero, propiedades y otros favores.

¿Caso único? No, los griegos clásicos ya sabían de estos manejos antidemocráticos e inventaron una máquina, el kleroterion, que trataba de que el nombramiento para algunas funciones públicas relevantes como los jueces y jurados, por ejemplo, fuesen aleatorias, de entre lo aptos para desempeñarlas, de modo que no pudieran ser compradas o vendidas por quienes querían influir en las decisiones. Idea interesante ésta de los viejos griegos que, más que pretender elecciones limpias de dirigentes políticos, descartada por improbable y tal vez imposible, deseaban nombramientos no controlados de los funcionarios que debían aplicar las leyes y administrar los servicios.

¿Tiene la decencia política y el respeto a los ciudadanos alguna oportunidad? Uno que la defendió y la creyó posible, el colombiano liberal centrista Diego Fajardo, no pudo hacer nada frente al ascenso del infame Gustavo Petro. Decía Fajardo: "Cero mermelada" y añadía: "Nosotros combatimos la corrupción desde la campaña con una condición esencial: ni un peso por un voto... Nadie tiene precio para nosotros. Siempre repito: un voto comprado es un robo asegurado. Si no pagamos para llegar no llegamos a robar. No le debemos nada a nadie… Y una vez ganadas las elecciones, ni un puesto ni un contrato para ningún congresista". Suena bonito. Canción de un mirlo blanco reciente.

No merece la pena decir nada sobre la compra de votos "democráticos" en la España caciquil, a derechas e izquierdas. El fabulador Paul Preston siempre se refiere al mercadeo de sufragios de las derechas, que lo ha habido, pero se olvida, como tantos, del fraude perpetrado ya en 1931 por los republicanos (ordenando repetir las elecciones que perdieron el 12 de abril de ese año mayormente en las localidades en las que perdieron). Incluso, uno de los considerados "venerables" socialistas originales, como Andrés Saborit, fue señalado por incluir a masas de difuntos en el censo electoral de Madrid en 1931. No digamos nada del robo de las elecciones de febrero de 1936, denunciado por el expresidente republicano Niceto Alcalá Zamora y certificado de forma contundente por recientes estudios indudables.

Pero hay votos baratos y votos caros. Durante esta semana pasada, hemos comprobado como el precio de los sufragios para la gente de a pie que hemos ido a las urnas, ciudadanos como usted y como yo, es bien bajo, entre 150 y 200 euros. Con estos votos, se trata de asegurar la victoria o la posición dominante o arbitral en las elecciones de los municipios y comunidades y ciudades autónomas. Verbigracia, caso Mojácar, la de Pedro Sánchez, caso Melilla. O Maracena, donde muchos votos tendrán que ser comprados para que repita el PSOE. Estos son los votos baratos. En Mojácar, la de Félix Bolaños, una ridícula inversión de 150.000 euros, –1.000 votos a 150 euros, una migaja para quienes tengan intereses relevantes—, podría haber dado la alcaldía al PSOE.

Ahora reparen en Maracena. Antes del secuestro de la concejal socialista y del culebrón bipolar del amiguete de la alcaldesa también socialista, ya intentaron comprar el voto y el silencio de la secuestrada para que no molestara. Si al secuestrador le ofrecieron "vivir de puta madre" el resto de su vida, ¿qué le ofrecieron a la secuestrada Vanessa Romero? Pues ya se sabrá, pero mucho. El caso es que no aceptó y de ahí su rapto a punta de pistola.

¿Lo ven? Hay votos mucho más caros. A partir de hoy, que se abre el mercado de las mayorías, el precio de los votos se multiplica exponencialmente. Pero ya los aspirantes a venderlos no son los ciudadanos del montón, sino los políticos electos y sus partidos. Si la compra venta de votos es siempre oscura, a partir de hoy las transacciones serán invisibles porque ninguno de los actores está interesado en desvelarlas. Ni luz ni taquigrafos ni leches.

¿Qué precio real pagó Felipe González a Pujol en las elecciones generales de 1993? ¿Cuál fue el que pagó Aznar al mismo ratero y racista tres años más tarde? Aunque el dinero presupuestario, de ahora o de futuro, es la moneda habitual, a veces se paga en especie, laboral o no, en cosas de comer o en pedazos de alma. ¿Cuánto o qué valdrá el voto de quiénes aseguren la alcaldía de una ciudad importante ( o no tanto)? ¿Cuánto el de quienes sostengan al gobierno de una Comunidad o Ciudad Autónoma?

No, no. Esto no es un rastro. Rastro es lo que no queda nunca, salvo que se sea tonto, o novato, o desinhibidos de Mojácar. Imaginen lo que se puede pagar, aquí o en el extranjero, por hacer a alguien presidente del gobierno a quienes con su voto pueden conseguirlo. Se me dirá que es una suposición… ¿En serio? Lo dicho. Votos baratos para pobres y caros para otros a partir de hoy.

El no siempre clarividente Ortega ya detectó sin embargo "la tendencia fatal en todo Estado de asumir en sí la vida entera de una sociedad". No hay otro remedio, si se quiere que la democracia no sea una farsa macabra, que crear "órganos de socialidad, de cultura, de técnica, de mutualismo, de vida, en fin, humana en todos sus sentidos: de energía pública" al margen del Estado de partidos. Y de moralidad civil, añado, soñando, claro.

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