Con datos del INE a diciembre de 2022, el salario más frecuente en España (no confundir con el salario medio) era de 1.320 euros brutos mensuales por catorce pagas; lo seguía muy de cerca el segundo, que apenas rozaba los 997 euros mensuales, también fraccionados en catorce pagas. Bien, pues en un país donde la gente normal y corriente, la común, tiene que llegar a fin de mes con eso, una de las lideresas nacionales de la izquierda que se dice radical, la ministra Belarra, plantea entre los ejes esenciales e irrenunciables de su programa político transformador la prohibición de que se pueda dejar a los perritos, atados y solos, en las puertas de los supermercados.
Mientras tanto, los precios de los alimentos subían un 15%, realidad a la que Belarra solo contraponía a modo de dique de contención retórico el chascarrillo de que Juan Roig se estaba forrando. Por su parte, Yolanda Díaz le hacía saber a Jorge Javier, su entrevistador ocasional, que "no hay nada más aburrido que una reunión de tíos heterosexuales". En España hay varios millones de tíos heterosexuales y de izquierdas, pero la candidata más de izquierdas considera que todos ellos integran una muy triste y lamentable cofradía de aburridos. A su vez, el otro referente de la izquierda más izquierdista, Iglesias, gusta de dar prioridad en sus campañas electorales a un africano que, tras entrar ilegalmente en España, montó un negocio igualmente ilegal de bisutería para establecer una competencia desleal con los pequeños comerciantes autónomos madrileños que pagan religiosamente sus impuestos.
Y su pareja, la ministra Montero, postula a gritos que ser "bollera, sorda y feminista" constituye el mejor currículum personal imaginable a fin de dirigir una de las ciudades más importantes del Mediterráneo. Tal vez sea cierto, tan cierto como que el PP gana siempre en Chueca. Se lamentan desolados de que la derecha consiguió imponer su marco —ETA, okupas—, pero la izquierda de la izquierda también logró que el suyo propio triunfase. De hecho, triunfó tanto que la mayoría de sus electores potenciales —los españoles heterosexuales, no musulmanes, carnívoros, propietarios de coches baratos propulsados por combustibles contaminantes y que ganan poco dinero— prefirió quedarse en casa y no votar. En la izquierda no cabe un sordo más.