Estimados padres amateurs: si quieren que el niño deje de joder con la pelota, en lugar de recurrir al móvil y a sus derivados, prueben con un buen libro de animales. Imprescindible: que contenga una pila de ilustraciones. En primer lugar, evitarán o, cuando menos, retardarán que el zagal les salga medio lelo y/o tecnoyonqui; en segundo, estimularán su curiosidad y, ya puestos, su aprendizaje. Pocas cosas son más atractivas para una mente infantil, tan visual y tan esponja, que un tucán toco, un leopardo o una jirafa. Si el libro es como la magnífica Enciclopedia Salvat de la Fauna de Félix Rodríguez de la Fuente, el crío descubrirá la existencia de los continentes, aprenderá conceptos como "hábitat", "ecosistema" o "cadena trófica", y comprenderá la complejidad, la delicadeza, la crueldad y la belleza que caracterizan al reino Animalia.
El chaval que, por ejemplo, agarre el tomo II se coscará de que un león real se parece al de las películas de Madagascar como una novela de Cristina Fallarás a El Quijote. El Panthera leo leo es un mamífero del orden de los carnívoros, ergo, para sobrevivir, para no extinguirse, vaya, en lugar de recurrir al tofu y a las aberraciones veganas del Burger King, da matarile a cebras, antílopes o facoceros –cerdos como Pumba, el de El Rey León–, etcétera, y se los come. Así, aun a riesgo de herir sensibilidades, en la página 165 del libro de Rodríguez de la Fuente vemos a una empoderadísima leona posando junto a un ñu recién abatido; en la 167, a otra mordiendo el cuello de una gacela de Thomson, o en la 172, a una tercera dando cuenta de una cebra. Además, en un apartado titulado "La incierta infancia de los leones", leemos: "El cincuenta por ciento de los cachorros muere de hambre, devorados por las hienas por los licaones –perros salvajes– y por otros leones". Angelicos.
Sucede que el hombre se ha cansado de ser hombre y de asumir que, el día menos pensado, la diña. La muerte es el gran tabú del Homo sapiens con complejo de Peter Pan. Y ese no sé si numeroso, pero sí ruidoso puñado de zumbaos que considera que tu vecina del quinto no es superior a su caniche extiende esa tanatofobia contemporánea allende nuestra especie. Por ello, se rasga su túnica cuando un león macho se zampa una cebra en el zoológico de Leipzig. Der Spiegel dio cuenta del asunto hace unas semanas. El zoo sacrificó a una cebra de quince años que no pudo ser reubicada ni utilizada para la reproducción y la sirvió en plan bufé en el recinto del felino. Unos testigos presenciaron cómo el bicho se la jalaba, se indignaron, dieron por saco en las redes, PETA echó más arroz a la paella, se exigieron responsabilidades y, como es habitual, la institución pasó por el aro: el cuidador de las fieras, Jörg Gräser, ha pasado de ocuparse de los primos de Mufasa a estar pendiente de, según cuenta en Bild, "cabras enanas, conejos gigantes y periquitos". 18.000 justos han firmado una petición para su reinserción, o como se diga, pero, hasta el momento, la cofradía animalista de Helen Lovejoy –"¿Es que nadie va a pensar en los niños?"– celebra su victoria. Raro será que no exija que, siempre que haya público presente, los grandes gatos del zoo de Leipzig sólo se alimenten de chucrut, apfelmus y gazpacho elaborado con tomates de Marruecos, y al que no, que se le mande a un programa de reinserción dietética con Txumari Alfaro.
Y que se convoquen manifestaciones. Por unos leones del siglo XXI veganos, ecosostenibles y resilientes. Por unos leones distintos a los que aparecen en los libros de Rodríguez de la Fuente.