
Rusia ha vivido este fin de semana algunas de sus horas más críticas de las últimas décadas. Las fricciones entre los responsables del Ministerio de Defensa y el dueño de Wagner, el grupo de mercenarios más conocido del mundo, eran públicas y notorias desde hace meses. Hasta el punto de que ya llegaron a poner en peligro la toma de Bajmut, la gran victoria militar rusa en Ucrania de los últimos meses.
En esa guerra interna nunca ha habido espacio a las dudas sobre la invasión rusa de Ucrania, sino sobre cómo se está gestionando una maquinaria bélica que ha mostrado desde el principio los pies de barro del segundo ejército más poderoso del mundo. Sobre los graves problemas logísticos que ha tenido el Ejército ruso y sobre si la maquinaria ministerial estaba sirviendo o no como debía a las necesidades en el campo de batalla de los mercenarios de Wagner.
Yevgeny Prigozhin, propietario de Wagner, midió mal sus fuerzas, más aún cuando lanzó a sus huestes sobre Moscú con su propia familia en la capital rusa. Ahora le queda el destierro en Bielorrusia y su nombre en letras doradas dentro de la lista de oligarcas descarriados o sentenciados por Vladimir Putin con opciones a sufrir un catastrófico accidente doméstico o un extraño envenenamiento.
La incógnita ahora es qué va a pasar con Wagner, un grupo que estaba siendo vital para Rusia en la invasión de Ucrania. Los mercenarios de este grupo privado han protagonizado algunas de las mayores victorias rusas en suelo ucraniano, junto a unas ya muy erosionadas tropas de élite del Ejército, con un rendimiento muy superior a la de los decenas de miles de reclutas que están siendo llamados a filas por el Gobierno de Moscú.
El Kremlín ha empezado ya la transferencia de equipamiento y material pesado desde Wagner a su propio Ejército. Un material más moderno que el que usan muchas unidades regulares. La cuestión ahora es qué pasará con los propios mercenarios. Tienen tres opciones: irse con su líder a Bielorrusia, desmovilizarse e irse a su casa o firmar un contrato con el Ejército ruso o su Guardia Nacional (Rosgvardia).
La desaparición de Wagner en el campo de batalla ucraniano va a afectar a las posibilidades rusas sobre el terreno, lo que no sabemos es cuánto. Si el desajuste inicial, que Ucrania debe aprovechar en aquellas zonas en las que el grupo de mercenarios era la base sólida de la posición rusa, se prolonga o no podrá ser clave a la hora de decantar el éxito de la gran ofensiva ucraniana que acaba de empezar para recuperar el terreno ocupado.
Va a ser de vital importancia ver cómo son capaces de incorporarse al Ejército o a la Rosgvardia los elementos que hasta ahora parecían ser eficaces bajo los mandos de Wagner, pero que puede que una vez dentro de la burocrática y caótica disciplina del Ejército ruso pierdan buena parte de su capacidad. E igual de importante es ver si la integración es eficaz en el tiempo y no supone una mayor merma de las capacidades rusas.
Pero más allá de Ucrania, la realidad es que el grupo de mercenarios Wagner ha venido siendo utilizado desde hace años por el Gobierno de Moscú como un elemento de política exterior de segunda velocidad. Una forma de intervenir directamente en conflictos armados pero sin la entrada directa del Ejército ruso. También ha servido para configurar la guardia pretoriana de presidentes más que cuestionables que no se fiaban ni de sus propios militares.
En la última década han pisado escenarios bélicos como Siria o Libia, pero la gran preocupación de la Unión Europea ha sido su incursión en escenarios complicados como los de República Centroafricana o Mali, países donde ha habido y hay misiones europeas de estabilización y donde Rusia ha terminado entrando con este grupo de mercenarios, o bien haciendo salir a los europeos o bien dejando las misiones de la UE heridas de muerte.
Mientras las misiones militares europeas obligan a los países donde se instalan a seguir unas normas bastante occidentales, sobre todo a lo que se refiere al cumplimiento en el país de los derechos humanos, algo muy engorroso para muchos presidentes africanos, los rusos no ponen reparo alguno en que sus mercenarios miren para otro lado ante excentricidades del Gobierno local o ante las vulneraciones de los derechos humanos.
Perdida República Centroafricana, cuyo interés para Europa es cuestionable, la clave es Malí, un país del Sahel convertido en un polvorín y que si entra en guerra civil contra el yihadismo puede generar unas oleadas migratorias a las puertas de Europa que España será la primera en padecer. Allí hay ahora mismo 140 militares españoles en una misión UE de adiestramiento militar casi totalmente paralizada, aunque antes de Wagner la cifra alcanzó el medio millar.
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