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Mentiras, luego más mentiras pero ni un solo mentiroso

La relación de los políticos con la verdad es como la de los vendedores de crecepelo: más que mentir le dicen a su público lo que quieren oír.

La relación de los políticos con la verdad es como la de los vendedores de crecepelo: más que mentir le dicen a su público lo que quieren oír.
Imagen obtenida automáticamente desde Dailymotion | Dailymotion

Tras el debate, por así llamarlo, entre Sánchez y Feijóo, los fieles de cada pugilista se lanzaron a verificar si lo que habían dicho era cierto. Aunque Feijóo ganó el debate por unanimidad, incluso El País entregó una tarjeta en la que daba vencedor al boxeador gallego, posteriormente se ha cuestionado que emplease la técnica de debate "galope de Gish", también conocida como "ametralladora de falacias" en la que un luchador vapulea a su contrincante con una sucesión de medias verdades, mentiras o tergiversaciones emitidas de forma rápida. Un encadenamiento de golpes dialécticos tan rápidos y combinados que no hay forma humana de contrarrestarlos.

Se llama "Gish" por Duane Gish, un defensor del creacionismo (doctrina que defiende que el universo y la vida se originaron por acción divina) en el siglo XX, enfrentado a los partidarios de la teoría de la evolución. Pero también podría llamarse "el abrazo de Sócrates", pues es la técnica que Platón usa con su personaje de ficción Sócrates para que vapulee a los avasallados sofistas, que ante la tormenta de falacias, tergiversaciones y medias verdades apenas pueden chapurrear de vez en cuando "sí", "claro", "lo que tú digas, Sócrates".

Frente a aquellos que critican que se dijeron muchas mentiras en el debate, tanto por Sánchez como por Feijóo, lo que creo es que en este debate, y, en general, en los debates electorales en una democracia representativa no se dice ni una sola mentira. O, dicho de otro modo, ningún político es un mentiroso. Lo que sucede es que en un debate de estas características, a diferencia de un debate académico sobre todo en el campo de las ciencias duras, lo que importa no es en absoluto la verdad sino el poder. Y para alcanzarlo nadie con dos dedos frente y conociendo al público general, el votante medio, va a competir con conjeturas sobre el mundo, sino con ficciones sobre los deseos y sentimientos de sus posibles votantes.

Los grandes deseos y sentimientos del común de los mortales son dos: la esperanza y el miedo. En este sentido, Feijóo encarnó la esperanza y Sánchez prefirió ponerse de parte del miedo. El momento álgido del debate fue cuando la lugarteniente del lider socialista, la periodista Ana Pastor, interpeló a uno de los contrincantes diciéndole que las mujeres españolas tenían miedo. ¿A quién cree que se lo reprochó, al responsable de haber rebajado la pena a más de mil violadores y de excarcelar a más de una centena o a Feijóo? Efectivamente, Ana Pastor, la que accedió a cubrirse con un pañuelo la cabeza y así no molestar en una entrevista a un islamista misógino torturador y asesino, no criticó a Sánchez en nombre de las mujeres, de la que se erigió en representante, sino a Feijóo por su posible pacto con Vox (el partido que propone aumentar la pena respecto a los delitos cometidos en los que la mayor parte de las víctimas son mujeres).

Por cierto, Ana Pastor lidera una agencia de verificación de hechos, que es como poner al Conde Drácula a gestionar la donación de sangre en Cruz Roja. Los informes de Newtral pertenecen a esa rama de la ficción que es la parodia, mezclando hechos con interpretaciones en una sucesión tan abigarrada y bizarra que podría denominarse siguiendo a la "ametralladora de Gish" como el "napalm de Anita".

Que un debate y una campaña electoral, momentos paradigmáticos de una democracia representativa, sean asuntos más de ficción que de ciencia explica que haya tantos abogados y algún que otro economista que se dedican a ello y tan escasos científicos y filósofos. Al fin y al cabo, un abogado tiene que defender a su cliente suponiendo siempre que es inocente, aunque sea Al Capone (por supuesto, todos los acusados juran que son inocentes). Por lo que respecta a los economistas, suelen pertenecer a "Escuelas", siendo más importante sus presupuestos ideológicos que los resultados empíricos. Hay economistas que creen en el homo economicus, otros en la lucha de clases, los de más allá en el laissez faire… como los aztecas creían en Quetzalcóatl.

Que un debate y una campaña electoral pertenezcan al terreno de la ficción y no de la referencia no implica que no tengan limitaciones dadas por la realidad. Un ejemplo paradigmático es Feijóo afirmando ufano en un mitin que "Yo voy a decirle la verdad a los españoles, sin más". Es tan obviamente mentira que ni cuenta como mentira. La relación de los políticos con la verdad es como la de los vendedores de crecepelo: más que mentir le dicen a su público lo que quieren oír. No es posible mentir a quien no cree en la verdad y prefiere creer en ficciones, supersticiones y esa cosa llamada "predicciones".

La política, sobre todo en las democracias representativas, no es un asunto de verdad y razón, sino de representación y voluntad. En la política el valor decisivo no es el de la verdad, sino el de la supervivencia, el de la utilidad, en relación a lo que los ciudadanos prefieren creer como ficción. Al fin y al cabo sigue habiendo una diferencia entre creer que Papa Noel es Adolf Hitler o Franklin Delano Roosevelt, por muy creadores de ficciones que hayan sido ambos. Decía Nietzsche que la verdad es insoportable, así que la cuestión, estimado lector, no es votar al que menos mienta, sino a aquel cuya ficción crea que le va ocasionar menor daño a usted y al país.

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