
El periodismo contemporáneo se ha convertido en una factoría de fantasías. Para los bienintencionados, la cosa tiene más que ver con el delirio que con la manipulación. Tan numerosos como la descendencia de Abraham son los profesionales de la información que venden la piel del oso antes de cazarlo porque, en su fuero íntimo, creen que acabarán abatiendo a la fiera. Cegados por un anhelo ferviente, cuando no carnal, se tiran a una piscina que, por lo general, se halla vacía. Y se hostian, claro. Sostienen, por ejemplo, que el Real Madrid fichó a Mbappé, mes arriba/mes abajo, en el verano de 1212, al poco de que el ejército cristiano venciera al musulmán en las Navas de Tolosa. Sostienen, por ejemplo, que son legión los socialistas que, asqueados por las políticas de Pedro Sánchez, terminarán votando al PP en las próximas elecciones. Y, si bien sin demasiada convicción, hasta este mismo miércoles sostenían que, con un respaldo de 137 diputados, Cuca Gamarra se convertiría en la tercera autoridad del Reino de España. En fin, volviendo nuevamente al maestro Cela: "Cada uno se corre como puede".
La sesión constitutiva de la XV Legislatura arrancó con menos misterio que una peli porno. Una hora antes de que arrancara el jaleo, ERC y Junts, los partidos que impulsaron el golpe de Estado de octubre de 2017, anunciaban que apoyarían la candidatura de la socialista tras acordar el "uso inmediato" del catalán en la Cámara y en "las relaciones entre los ciudadanos y la Administración", el cruci de los sediciosos para con la justicia y, sobre todo, la tramitación de una "ley de amnistía". Los lacayos del prófugo Puigdemont, además, pidieron tener un grupo parlamentario propio, asunto complicado, y la creación de comisiones de investigación sobre el espionaje con Pegasus y los atentados islamistas del 17 de agosto de 2017 en Cataluña. El republicano Tardá, en su cuenta de X, antes Twitter, escribía: "Amics de Junts, benvinguts a la política dels independentistes d’Esquerra ‘nyorda’, ‘traïdora’ i ‘botiflera’ evidentment". Traducción libre mía –la literal se la dejo a Carmelo Jordá–: "Mucho mesianismo, mucha pureza y mucho pa de pessic, pero al final se la acabéis comiendo a Sánchez". Comiendo la investidura, quiere decirse.
Los 137 soldados del PP brindaron a Alberto Núñez Feijóo un aplauso anoréxico, pírrico, como generado por un batallón de soldados agonizantes. Yolanda Díaz no fue jaleada por la saliente Irene Montero, y los socialistas, con dieciséis diputados menos que los genoveses, ovacionaron a Sánchez como si fuera el cabeza de cartel del FIB. Cristina Narbona, presidenta de la Mesa de Edad, soltó una homilía sobre, te tienes que reír, la "honestidad", la "integridad", la "transparencia" y la "empatía". Por fortuna, no recurrió a lo "ecosostenible" ni a lo "resiliente". La socialista Ada Santana, la diputada más joven, rebautizó a Bendodo como "Elías Bendoiro". Durante la invocación de sus señorías –González Pons, Esteban, ora pro nobis; Nogueras i Camero, Míriam, ora pro nobis, etcétera–, no se mencionó a la activista saharaui Tesh Sidi, de Sumar. "Muchas gracias, diputada", dijo Narbona tras enmendar el error. "A ti", respondió la nueva parlamentaria.
Fusilado poco después del alba el suspense por los partidos de los sediciosos catalanes, Francina Armengol celebró como una estudiante que acaba de aprobar el último examen de la carrera su elección como presidenta del Congreso con 178 votos: los del PSOE, Sumar, PNV, ERC, Junts, Bildu y BNG. Gamarra obtuvo 139: los del PP, UPN y Coalición Canaria. Feijóo y la candidata intentaban disimular en vano una desmoralización absoluta. Vox no votó a la popular después de que el PP rechazara ayudar al partido de Abascal a lograr un puesto en la Mesa, y brindó su apoyo a Ignacio Gil Lázaro, que ahí sigue, el tío. El hombre teme al tiempo, pero el tiempo teme a las Pirámides y, el Congreso, a Ignacio Gil Lázaro. El centro-derecha perdió la batalla, si bien todavía puede continuar descuartizándose tan ricamente. A las malas, siempre queda el chiste.