
Seguramente, John Nash se vería fascinado por la situación en la que se encuentran Puigdemont y Pedro Sánchez. Ambos persiguen fines distintos que, sin embargo, sólo pueden alcanzar con la cooperación del otro. Es una colaboración que ninguno quiere ofrecer porque conlleva perjuicios, pero que es necesaria para conseguir lo que quieren. En estas situaciones, hay que medir el coste de dar lo que se exige para compararlo con el valor de lo que se obtiene. Puigdemont quiere la amnistía para poder volver a España y presentarse a las elecciones catalanas sin ni siquiera tener que sentarse en el banquillo. El coste es la humillación de participar como español en el funcionamiento constitucional del país. Es a todas luces evidente que el beneficio es muy superior al perjuicio. Sánchez por su parte quiere ser presidente del Gobierno y necesita el voto de Puigdemont porque sin él no lo será. No obstante, tiene que darle la amnistía antes. El coste de darla es alto, pero lo pagará el PSOE, no él mismo, que podría retirarse tras haber sido nueve años presidente del Gobierno y el que venga que arree. De nuevo, para el jugador las ganancias son superiores a las pérdidas.
Con este análisis, podemos dar por investido al socialista. No tienen en consecuencia sentido las especulaciones de esta semana acerca de la mayor probabilidad de que vayamos a elecciones. No hay movilización, por muchos que acudan a ella, ni dictamen jurídico, por sabio que sea el que lo redacte, que pueda disuadir a Sánchez. Recuérdese la negociación con ETA y las masivas movilizaciones contra ella. Zapatero no necesitaba a la banda para ser investido presidente, tan sólo estaban en juego vagas colaboraciones futuras. Y, sin embargo, no se arrugó ante los gritos de la calle. Al contrario, siguió bajándose los pantalones ante los terroristas, incluso después de que a negociación empezada se perpetrara el atentado de la T4 donde fallecieron dos personas. Y, a pesar de eso, ganó las elecciones de 2008. Así que, en esta ocasión, donde las rentas son mayores que entonces y los daños no son peores, es seguro que Puigdemont y Sánchez llegarán a un acuerdo.
La única esperanza que nos queda está en la imbecilidad de los jugadores. La teoría de juegos parte del supuesto de que los que negocian son seres racionales. Pero, los dos que nos ocupan son considerablemente estúpidos y por lo tanto bastante irracionales. Puigdemont podría pensar que le conviene romper la baraja, aunque es evidente que no tanto como aparecer en las Ramblas libre de toda culpa para ser aclamado como un héroe. Como Sánchez podría llegar a creer que en enero mejorará los resultados de julio. ¿Podrían ser tan idiotas de pelearse? Podrían, pero no es probable.