
Las amnistías marcan el fin de un régimen y el inicio de otro. Es sobradamente conocido que la de 1977 señaló el del franquismo. La aprobaron unas Cortes constituyentes, las que dieron a luz la Carta Magna de 1978. Lo que se ha recordado menos estos días son los paralelismos con otra amnistía, la que decretó la Diputación permanente de las Cortes entre la primera y la segunda vuelta de las elecciones de febrero de 1936, ésas que ganó el Frente Popular. Más allá de la violencia que imperaba en España en aquella época y que ahora, gracias a Dios, no padecemos, los parecidos son notables.
La mayor parte del PSOE quería entonces que se amnistiara a todos aquellos que estaban inculpados o condenados por su participación en la revolución de octubre de 1934. Decían que esa revolución fue contra el Gobierno de la derecha, que ganó las elecciones de 1933 gracias precisamente a una ley electoral pensada para que ganaran las izquierdas cuando se presentaran unidas. Como no lo hicieron, perdieron y, como no les gustó el resultado, se levantaron en armas. La revolución no pretendió sólo derrocar a un gobierno, sino también a un régimen que era tachado de burgués. Para las de 1936, la izquierda republicana no quiso cometer el mismo error y patrocinó la formación de una amplio frente de izquierda que acudiera unido a las elecciones. El PSOE, que desconfiaba de la oferta republicana, finalmente se avino a formar el Frente Popular a cambio del compromiso de la amnistía, aunque sin renunciar a su intención de destruir el régimen cuando la ocasión fuera propicia. Para la izquierda republicana, por peligroso que fuera unirse a los socialistas, la disyuntiva era aceptar sus condiciones o resignarse a perder las elecciones. Así que aceptaron. Se aprobó la amnistía y, a partir de ahí, los socialistas se dedicaron a minar al Gobierno republicano en vez de apoyarlo. Ya se sabe qué ocurrió después.
A salvo la ausencia de violencia física, que no es diferencia pequeña, la situación hoy es muy similar, pero en ella el PSOE ocupa la posición que entonces jugó la izquierda republicana. Los socialistas, como los republicanos entonces, necesitan a los nacionalistas, enemigos del régimen de 1978 como los socialistas lo eran del de 1931, para poder gobernar. Y lo primero que exigen los soberanistas a cambio de su respaldo, como los socialistas en 1936, es una amnistía que borre sus responsabilidades en el intento de golpe de Estado de 2017.
El régimen que tenía que liquidar la amnistía de 1936 era, como es lógico, el de 1931. Naturalmente, el PSOE no contaba con que desembocara en una dictadura militar. Esperaba que, tras un breve Gobierno de izquierda republicana, al estilo del de Kerenski, llegara la guerra y la revolución para instaurar la dictadura del proletariado previa a la llegada del paraíso comunista. Pero que quisiera una cosa y resultara otra no obsta a que lo que para empezar deseaba, y desde luego consiguió, fue acabar con la Segunda República. Igual que los nacionalistas que hoy chantajean a los socialistas en el Gobierno, que lo que quieren es poner fin al régimen de 1978 para crear una confederación que sea el paso previo a la independencia total de sus respectivas regiones. La diferencia está quizá en que, mientras en 1936 la izquierda republicana insensata y erróneamente creía que, a pesar de la amnistía, podía salvar al régimen, el PSOE de hoy sabe que, si cede, el de 1978 no sobrevivirá. Y lo terrible es que le da igual. No nos jugamos sólo que Puigdemont se libre de pagar sus crímenes. Nos jugamos la democracia de 1978 y la unidad de la nación.