
Como el Dios del Apocalipsis, Pedro Sánchez hace "nuevas todas las cosas". Para mal, claro. El sanchismo es un sin precedentes pasado por el eterno retorno de Nietzsche y libre de penalización. El intento de humillación a Alberto Núñez Feijóo durante su sesión de investidura, amén de a los once millones de personas que votaron al PP y a Vox, fue descarado y, de tan chulesco, fallido; el desprecio al Parlamento y a la Nación, pornográfico. Los diputados genoveses se dejaron las cuerdas vocales –ya quisiera sonar así la Grada Blanca del Bernabéu– gritándole "cobarde" al presidente en funciones. Nihil obstat, pero el enfoque es, cuando menos, incompleto. El trasunto monclovita de Calígula no sólo azuzó a su nuevo perro de presa pucelano por canguelo: el motivo troncal de la desvergüenza que se vivió en la tarde de este martes en el Congreso, de la devaluación y del ultraje de un procedimiento democrático, es la altivez despótica de Sánchez, su endiosamiento. Por ello, el candidato popular a la presidencia del Gobierno no es digno de su atención, sino de la de su rabioso lacayo: un renegado de Valladolid. "No tomarás el nombre de mi señor en vano", le faltó esputar a Óscar Puente en su cenagosa intervención.
El exalcalde de la ciudad que vio nacer, vivir y morir a don Miguel Delibes se exhibió como una copia –aún más– verdulera del bolivariano Diosdado Cabello. Aposté que parafrasearía aquella sentencia con la que, según escribió Plutarco en Vidas paralelas, Catón el Viejo finalizaba sus discursos en el Senado: del "Carthago delenda est" al "PP delendum est", o sea, el PP debe ser destruido. Durante su alucinante perorata, como de otro mundo, como de otro régimen, manifestó que los socialistas "estamos encantados con el resultado electoral". Advirtió "a toda la derecha del país, la política, la económica y la mediática" de que no quebrará "a este PSOE", un PSOE del que no son representativos ni Felipe González ni Alfonso Guerra porque "este PSOE es de sus militantes" –mientras Sánchez aplaudía en pie–. Vinculó al PP con el franquismo y a Feijóo con el narcotráfico: "Forma parte del PP de Galicia, esa gran familia retratada en Fariña". Además, auguró el "inminente final" de Feijóo "al frente del PP": "Vino a derogar el sanchismo y acabará siendo usted el derogador derogado". Comenté la jugada con Borja Sémper: "Es injusto llamarle portero de discoteca, no he conocido nunca a un portero tan macarra. ¡Qué degradación del Congreso y de la institucionalidad!". También con Noelia Núñez, quien me aportó más mala leche: "Podrían haber sacado directamente a Ábalos. Siempre prefiero el original a la copia".
En su réplica, Feijóo disparó con sosiego e ironía: "Usted me pedía seis debates en la campaña electoral, y no es capaz de hacer el segundo". Entonces, se montó el quilombo: los 137 diputados del PP le gritaron a Sánchez "¡¡¡COBARDE, COBARDE!!!". La presidenta del Congreso, Francina Armengol, demostró que es matrícula de honor en cinismo alegando que "en democracia se respeta a las instituciones". Restituida la calma –temporalmente–, el candidato aprovechó para recordarle a Patxi López que "el único cargo que ha tenido en su vida" se lo debe al PP y para darle la enhorabuena a su contrincante: "Ya ha purgado lo suficiente desde que le cesaron como portavoz del Comité Ejecutivo Federal. Los ciudadanos de Valladolid no merecen este nivel".
Previamente, Feijóo pronunció un discurso que duró una hora y tres cuartos. Rechazó la amnistía y el referéndum de autodeterminación, reivindicó la Transición, agradeció "a las señorías socialistas que me vean incapaz de pactar lo que ustedes van a pactar" y anunció la incorporación al Código Penal de un delito de deslealtad institucional y un incremento de "las penas de malversación de fondos públicos". Que "España será siempre una nación de ciudadanos libres e iguales" fue un estribillo recurrente. Garantizó que "no habrá imposiciones ni adoctrinamientos en las aulas" y se ganó una ovación tremenda cuando les preguntó a los "señores del PNV y de Junts" si "les han votado a ustedes para que se aplique la política económica de Podemos". Al concluir, la bancada popular le brindó un aplauso interminable. González Pons y Bendodo le agasajaron como los pastores de Belén al Niño Jesús.
Por su parte, Santiago Abascal, después de que Puente convirtiera el hemiciclo en un baño del Primavera Sound, afeó a Feijóo sus desprecios pretéritos a Vox, afirmó que "si al señor Sánchez le hiciera falta el voto de un partido de violadores y pederastas, tendría el voto en agradecimiento a la Ley del Sólo sí es sí, que tanto les ha beneficiado" y, optimista, avisó a los separatistas de que "están viviendo en un espejismo": "El cheque del señor Sánchez no tiene fondos", "pero ni siquiera con ese aliado en la Moncloa van a ser capaces de destruir nuestra nación". El candidato del PP pasó de batallar con el líder de Vox y, divirtiéndose, se cebó, nuevamente, con Puente: "Ha venido a ver si lo rehabilitan. (…) Ya le echaron una vez y le van a echar otra".
Lo de Marta Lois fue, con perdón, un pitorreo. La portavoz de Sumar centró su intervención en una fotografía de 1977 "en la que no hay ni una sola mujer" y subrayó que "España es más que nunca plurinacional". Feijóo recurrió al delirio aeroespacial de Yolanda Díaz y a la memoria democrática. A la verdadera, quiere decirse: "Aquí está la primera mujer que fue presidenta del Congreso de los Diputados, señora Rudi. Aquí no está, pero imagino que estará en Sevilla, la primera ministra de un gobierno democrático, la señora Soledad Becerril". Concluyo: la consigna de Sánchez es la misma que la de la puerta del Infierno de Dante: "Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate". Es con lo que se queda todo el mundo. Sin embargo, continúa el genio italiano: "Y, cual persona cauta, él (Virgilio) me repuso: ‘Debes aquí dejar todo recelo; debes dar muerte aquí a tu cobardía’". Que tomen nota en el centro-derecha. Este miércoles más y, salvo milagro, peor. Mucho peor.