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Israel debe ganar por el bien de Palestina

El primer paso consiste en que la guerra convenza a los gazatíes de que no hay absolutamente ninguna esperanza de derrotar a los judíos.

El primer paso consiste en que la guerra convenza a los gazatíes de que no hay absolutamente ninguna esperanza de derrotar a los judíos.
En una imagen distribuida por la oficina del primer ministro, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, visita Gaza con un grupo de soldados israelíe. | EFE

No es raro describir el conflicto entre Israel y los palestinos como un "ciclo de violencia" o una formulación semejante. No es de extrañar: se piense lo que se piense de esta lucha interminable, se esté del lado que se esté, son décadas de continuas acciones y reacciones que parecen no tener fin. Pero ¿por qué? Porque nadie ha ganado. No realmente. Y eso permite que ambos mandos tener esperanza de una victoria definitiva y supone un desincentivo a buscar una paz realista.

Una cosa es que Israel vaya a lograr en esta guerra un éxito mucho mayor que lo logrado hasta ahora en Gaza, porque tanto su población como sus gobernantes han concluido que, después del 7 de octubre, la convivencia con un territorio controlado por Hamás ya no es una opción. El problema es ganar la paz. Que después de esta guerra, Gaza deje de ser un problema de seguridad a largo plazo para los israelíes. Y a no ser que llegue al extremo de expulsar a toda la población con la colaboración de buena parte de los 22 países árabes que podrían acogerla, reconducir la situación tras la guerra parece una tarea imposible.

Los habituales activistas argumentarán que con esta guerra, la más cruenta que se haya librado jamás en la Franja, Israel no ha hecho más que crear nuevos terroristas entre la población, incluso aunque logre liquidar a prácticamente todo Hamás. No es un supuesto irracional; de hecho, es una plantilla aplicable a otros conflictos: hemos visto cómo muchos ucranianos de habla y cultura rusa se han alejado de Rusia hasta el punto de esforzarse por emplear el ucraniano en su día a día, por ejemplo. Pero en la Gaza de Hamás hemos visto en distintas encuestas que la población ya estaba demasiado volcada en el odio al judío como para que nada que haga Israel suponga una diferencia. Cuando un 75% justifica el 7 de octubre y apoya la expulsión de los judíos de Israel, da lo mismo el daño al que sometas a la población civil. Más no te van a odiar.

No es de extrañar. Toda la vida en Gaza, empezando por las escuelas regentadas por la ONU, se mueve alrededor del odio a Israel y la convicción de que los palestinos resultarán victoriosos. De ahí que la única esperanza de Israel de lograr una desnazificación de la Franja pase, en primer lugar, por hacerles perder cualquier tipo de esperanza en esa victoria. La Primera Guerra Mundial acabo con vencedores y perdedores, pero ningún bando fue aplastado e invadido, dejando en la población el convencimiento y la asunción de su derrota; de ahí que el ciclo continuara hasta la Segunda. Algo parecido puede argumentarse de la Revolución francesa y las guerras napoleónicas o incluso, por traerlo al presente y a la región, de las continuas guerras libradas por Jordania y Egipto contra Israel. Hasta que las potencias europeas no derrotaron a Napoleón en 1815 e invadieron Francia, hasta que el Eje no fue completamente destruido, hasta que los países árabes perdieron toda esperanza de echar a los judíos al mar no fue posible una paz duradera.

De modo que el primer paso consiste en que la guerra convenza a los gazatíes de que no hay absolutamente ninguna esperanza de derrotar a los judíos. Parece difícil que el Ejército israelí venza los lógicos escrúpulos morales que serían necesarios para lograr algo así, y más difícil todavía que las muchedumbres judeófobas en Europa y Estados Unidos dejaran de alimentar las esperanzas palestinas de un cambio de política que deje a Israel aislado. Y aunque se produjera ese shock cultural, quedaría la labor de reconstrucción de Gaza bajo una premisa cultural distinta, algo que sólo podría lograrse dejando fuera a la ONU y a la propia Autoridad Palestina, que no es mucho mejor que Hamás, quizá con la ayuda de una coalición de países árabes, ocupación israelí, un completo desarme y una estricta supervisión educativa. Las ayudas externas deben estar destinadas a que los gazatíes reconstruyan la infraestructura destruida, pero impidiendo que, como hasta ahora, la población viva de ellas y no de su propia capacidad de generación de riqueza.

Es un camino demasiado tortuoso donde demasiadas cosas pueden salir mal. Pero no se me ocurre otra solución viable que permita que los palestinos tengan una vida decente y los israelíes un vecino que no quiera exterminarlos. Por eso, si de verdad los civiles palestinos y su futuro les importaran un poco, la extrema izquierda antisemita estaría manifestándose a favor del completo exterminio de Hamás y de todas las demás organizaciones terroristas palestinas cuya razón de ser es la destrucción de Israel. Pero, por supuesto, no lo harán, porque los palestinos de carne y hueso siempre les han dado igual. Tan sólo los quieren como mascota que les permita verse a sí mismos como los buenos de la película, que es la columna vertebral en la que basan toda su visión del mundo y a la que no pueden renunciar sin dejar de ser quienes son.

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