Nada resume mejor el infausto 2023 que el chupinazo revolucionario de Pamplona. Ahí se ha firmado la constitución —de momento, en minúscula— del nuevo régimen. El certero repaso de Carlos García Adanero durante la moción de censura montada por la franquicia etarra y el PSOE contra Cristina Ibarrola para echar a UPN de la alcaldía es todo un alegato de resistencia que merece el respaldo de cualquier demócrata.
Alberto Núñez Feijóo acusa a Pedro Sánchez de "acabar el año brindando con Bildu". La imagen es certera pero no es brindis de clausura, quede claro, sino de inauguración del proceso que incluye esta y otras ignominias. ETA mataba para imponer una dictadura que siempre quisieron compartir los separatistas catalanes. Ellos, eso sí, pidieron no mancharse de sangre —aunque mataron, hirieron y secuestraron— a cambio de desarrollar la trama presuntamente política que acabó en un golpe de Estado. Es el proyecto de siempre contra España, que en 2024 será crucial.
Que nadie dude de que los siguientes pasos incluirán todos los intentos posibles de derribo institucional, empezando por un referéndum, consulta encubierta o maniobra similar sobre la monarquía; la entrada a patadas en grandes empresas y el acoso oficial, por múltiples vías, a los medios de comunicación no adscritos.
Ese infame brindis del que habla Feijóo no debe incluir, por tanto, acuerdo alguno en materia tan sensible como la Justicia. La oposición tiene el deber de ser impedimento, el escollo más insalvable.
En Pamplona aparecen fantasmales las urnas de Cataluña y Euskal Herria, con Navarra caída, que nunca recogerán el voto de los que fueron expulsados a empujones en tantas noches de cristales rotos, o a tiros y dejando muertos atrás. En Pamplona se ve a Otegui y a Puigdemont abrazándose en su común odio a la democracia. Pamplona se erige en capital del sanchismo, del indulto al delincuente y del delito trasformado en virtud, de la emboscada a la Constitución.
Pamplona es el cuadro de la traición, ni siquiera de la rendición porque en ese caso habría un perdedor. Es la puñalada por la espalda, hendida lentamente mientras el traidor nos susurra al oído:
"Con Bildu no vamos a pactar, si quiere se lo digo cinco veces o veinte durante la entrevista. Con Bildu no vamos a pactar".
Después un poco más profunda, más dolorosa y ya casi mortal:
"Con el único partido que no vamos a entablar diálogo es con Bildu".
Y ya por fin hasta la empuñadura, acompañando el último aliento, estertor de muerte:
"El PSN y el PSOE tenemos la misma posición y es que con Bildu no se acuerda nada".
Y mientras hundía el frío metal de la traición seguía sonriendo, viajando por los aires lo que podría cubrirse hasta andando, burlándose de propios y ajenos y presumiendo de la escandalosa ilegitimidad de su poder.
El peor momento
No hay casualidades. Todo llega gracias a una debilidad que viene de lejos. Un abandono que nos ha traído a las generaciones peor educadas: unas, rigurosas ignorantes de su historia, y las otras, armadas hasta los dientes contra España en escolas e ikastolas. Imposible defenderse así.
Tampoco acompaña la clase política, menos preparada que nunca, nacida y crecida en sedes de partidos. Frágil, holgazana y huidiza. Mediocre y débil ante el fracaso electoral. Y qué decir de los desastres sucedidos en el centro derecha, desde el abandono de Rivera hasta la inexplicable deriva de Vox pasando por la desdichada etapa de Casado-Teodoro. Once millones de ciudadanos votando contra el socialismo sin poder hacerle frente como es debido. Sálvese quien pueda.
El socialismo y el comunismo necesitan el peor caldo posible, el que sólo rompe a fermentar cuando se dan unas condiciones muy especiales, como ahora sucede. Llegado ese momento sólo necesitan crear una inercia hacia el caos que les permita aparecer, ya traspasado el umbral de la pobreza y la inseguridad, como único remedio. Y ante situaciones especiales… pues leyes, medidas y tribunales especiales. Gobiernos de excepción.
¿Exagerado? La escasa memoria y la pésima educación despejan casi siempre el camino del mal.
2024, año de la fruta
A Sánchez no le gusta la fruta. Le molesta, de hecho. Uno de sus gestos ensayados ante el espejo, como esos que pone cuando se mira en los monitores del Congreso, ha sido especialmente diseñado para referirse a la fruta, indicador popular de indignación contra la izquierda en el poder. Parpadea rápido, esboza un puchero, hincha las aletas nasales… Todo un despliegue para decir, muy rápido y con voz de tubo:
"No es aceptable el nivel de descalificación e insultos a los que ha llegado la oposición en las últimas semanas. Desde el punto de vista social, debería ser absolutamente reprochable que un líder de otro partido político bromee diciendo 'me gusta la fruta’".
Tanto le desagrada, que hasta le parece condenable. ¡Menudo agravio! Casi peor que lo de Pamplona, vaya:
"Me parece completamente deleznable y demuestra el bajo nivel al que ha llegado la política por parte de la oposición. Y esto se debe condenar siempre, hasta que se retracten aquellos que lo hacen".
Pero sabe que sus pucheros resultan insoportables y por eso los usa. Para provocar reacciones airadas, manotazos torpes e insultos gruesos y entonces volver a gesticular, enfundado en un trajecito lila con corbatita de los Men in Black hasta hacerse insufrible. Así que lo mejor es dar acuse de recibo con alegría y saludar a este año 2024 con una sonrisa y mucha fruta. Un grandísimo cesto de fruta.
Por Pamplona y por España. Feliz Año de la Resistencia.