Con Jesús Garzón desparece quien fue una de las principales referencias del movimiento conservacionista español. Naturalista con mayúsculas, no confundir por favor con sucedáneos esperpénticos: "Suso", como le llamábamos quienes tuvimos el honor de ser sus amigos, era un verdadero orgullo para España y su maltratada naturaleza.
Jesús Garzón era un sabio a la vieja usanza; naturalista y humanista en proporción equilibrada. Sus profundos conocimientos sobre la biología y en particular la ecología le convertían en un eminente hombre de Ciencia, pero su pasión por el trabajo de campo y su contacto constante con el medio rural hacían de él un eslabón imprescindible entre este mundo y el del científico universitario.
Caballero extremeño y profundo conocedor de la naturaleza de aquellas tierras, tan prodigiosas como ignoradas, llegó a ser nombrado director general de Medio Ambiente de la Junta de Extremadura, después de haber fundado, entre otras muchas, la asociación naturalista Adenex. Pero Suso Garzón no era hombre de despachos y grandes sueldos fijos, sino un verdadero naturalista de campo, de manera que aguantó en la política apenas tres años y volvió a integrarse en el trabajo en su querida naturaleza.
Uno de los mayores méritos ecológicos de Garzón fue, durante su etapa juvenil como activo naturalista de campo, conseguir la paralización de las obras de deforestación, aterrazamiento y plantación de eucaliptos que había iniciado el ICONA (Instituto de Conservación de la Naturaleza) en una de las zonas de bosque mediterráneo más interesantes de la península, la situada en plena cabecera del Tajo, en la provincia de Cáceres, una selva ibérica a la que los romanos llamaron "monte fragoso" asombrados por la riqueza forestal que vieron en ella.
El "monte fragoso cacereño" estaba condenado por la mentalidad de aquella lejana época de los ochenta; Garzón consiguió frenar obras y decretos y convertir el proyecto de los forestales en otro completamente diferente: la conservación integral de aquel entorno privilegiado y su posterior declaración como parque nacional, una institución que conserva hoy el nombre que le adjudicaron los primeros visitantes romanos: Monfragüe.
Para tal prodigio contó el joven naturalista con la ayuda del prestigio y los medios materiales que le proporcionó el gran Félix Rodríguez de la Fuente, que consideraba, con razón, a Jesús Garzón como uno de los más prometedores continuadores de la semilla que él había sembrado.
Pero siendo innumerable la relación de los méritos de Jesús Garzón como líder conservacionista, una de sus acciones adquirió tal popularidad y aceptación que hoy más de treinta años después y después de su muerte hacen muy sencilla su identificación por todos los madrileños, y que resulta de la mayor importancia en estos tiempos de una España rural maltratada e ignorada.
Nos referimos a la reivindicación de la existencia y el uso de las llamadas cañadas reales, una red de 125.000 kilómetros de vías pecuarias que nuestro país había diseñado en tiempos de Alfonso X, llamado el Sabio, para permitir el desarrollo de la Mesta, es decir de la trashumancia del ganado desde los pastos invernales a los estivales y viceversa.
El gran éxito mediático de Garzón se produjo al conseguir que una manada de ovejas y cabras recorriera anualmente la cañada real que pasaba en sus orígenes nada menos que por la Puerta de Alcalá madrileña. Las ovejas, con el naturalista como uno de sus pastores, causaron tanta simpatía como asombro y así lo vienen haciendo desde entonces. Muchos padres se congratulan de que sus niños puedan ver, oler y tocar por primera vez en sus vidas a una oveja, por cierto merina, o a una rústica cabra.
Nada de "okupaciones": la manada reclamaba, y obtenía, un antiquísimo derecho, y, dentro de una legalidad, reconocida por los distintos sucesivos ayuntamientos, pagaba los maravedíes estipulados históricamente, al tiempo que propinaba un coscorrón a los pastores novatos contra un hito de piedra situado en el margen de la acera de la Plaza de la Independencia. Siempre respetando las tradiciones y la Ley. Tomemos nota.
La mejor confirmación de las razones de Garzón ha tenido lugar el pasado 6 de diciembre, el mismo mes del fallecimiento del naturalista, al ratificar la Unesco la calificación de "patrimonio inmaterial de la humanidad" para la trashumancia, una actividad pastoril nómada de acentuada raigambre en nuestra España y una reivindicación que Jesús Garzón consideraba prioritaria en su lucha contra el abandono y el deterioro del medio rural hispánico.
Cada año, cuando llegaba la fecha en que llegaban las ovejas a la Puerta de Alcalá, los medios de comunicación que no conocían a Garzón se asombraban de lo bien que se expresaba aquel pastor tan alto y al que tan bien sentaba su gorrilla de cuadros característica, pero no olvidemos que aquel naturalista era realmente un pastor vocacional, aunque sus conocimientos, su prestigio y su carisma le arrastraran en cortas etapas de su vida al terreno de la gestión política.
Desde las pasadas navidades las merinas, y sus perros pastores los mastines españoles, que también defendió Garzón como protección de los rebaños contra el lobo, han perdido a su mejor pastor: pero su recuerdo y su obran quedarán entre nosotros para siempre.
Miguel del Pino, catedrático de Ciencias Naturales.