
Unzué contra el Congreso. Es el titular de las jornadas parlamentarias que tuvieron lugar el pasado martes para reivindicar que la ELA, la enfermedad más vil de la que fue testigo este mundo, cuente por fin con una ley propia que permita vivir dignamente a los afectados. El otrora segundo de Luis Enrique tiró de tablas futbolísticas y marcó el tono de la sesión desde el inicio de su comparecencia cual defensa central dejando los tacos al delantero rival en el primer balón dividido. "¿Cuántos diputados hay en la sala? Creo que he contado cinco", dijo. Tras una pequeña pausa para digerir la vergüenza ajena de la escena, sentenció: "imagino que el resto tendrán algo muy importante que hacer".
El hemiciclo se disfrazó de Larra para recibir al portavoz de CONELA (Confederación Nacional de Entidades de ELA) y despedirle por donde vino hasta la siguiente. No es la primera vez, porque la dichosa ley lleva más de un año en el cajón cogiendo polvo a base de enmiendas. Pero claro, hasta el mal se convierte en hábito y los diputados han hecho callo, toreando con maestría el lógico cabreo del personal afectado y el estupor de la ciudadanía. Reclamaba Unzué voluntad y empatía a nuestros dirigentes para desbloquear la ley; desde luego, si hay alguien que puede permitirse el lujo de subir al estrado a repartir lecciones es él, que tan sólo reclama lo que predica: "mi situación económica no va a condicionar mi decisión final de cuándo morir, pero a muchos compañeros sí les condiciona, y eso no es justo".
Hablando de lo justo –no por justicia, sino por cantidad y fidelidad a los hechos–, las cinco diputadas asistentes eran las portavoces de Sanidad de los cinco grupos parlamentarios mayoritarios, además del ministro Pablo Bustinduy. ¿Por qué no la ministra de Sanidad? Tendría algo muy importante que hacer. La baja afluencia de público electo provocó el enfado de Unzué y de no pocos comunicadores y profesionales de la información, pero hete aquí, España ininteligible, que hubo sujetos –a sueldo de Hades, supone uno– a los que dicho enfado y críticas posteriores les parecieron injustos, oportunistas y desmedidos. Reivindicaban los primeros mayor asistencia porque el asunto avergüenza ya a toda España; contraatacaban los segundos denunciando el desconocimiento del legislativo e invocando a la pedagogía del funcionamiento de "nuestras" instituciones: el trato a los afectados había sido más que razonable, y reclamar más diputados en la sala era un discurso antipolítico facilón porque andan éstos a otros quehaceres muy variados e importantes. Tal debió ser el caso de la Comisión de Sanidad del Congreso, por ejemplo, formada por unos 50 miembros que no hicieron acto de presencia. Premio a la empatía para nuestra clase política –mención honorífica para el gobierno "progresista" que podría aprobar la ley– y los palmeros que les justifican en esa piara que son las redes. Ambos abonados a los cauces democráticos, la cortesía parlamentaria, el decoro institucional y toda esa suerte de memeces sintácticas para tapar las vergüenzas.
El coste de la ley ELA para las arcas públicas se estima en 38 millones de euros. Esta misma semana, el Consejo de Ministros aprobaba "la ampliación de la declaración de emergencia para la prestación de servicios, realización de obras y adquisición de suministros esenciales para atender las necesidades básicas de personas migrantes llegadas a las costas, por un importe de 60,6 millones de euros". Ya se sabe: el dinero público no es de nadie (Carmen Calvo dixit). Ni tiene titularidad, ni orden ni criterio en su dispendio. Acertaba Unzué con su diagnóstico, ya expuesto desde el año pasado: "tenemos la sensación de que nos están ninguneando"; "estoy decepcionado con los políticos, ya no tienen la excusa del desconocimiento porque saben perfectamente lo que es la ELA. (…). Un político lo que debe tener es humanidad y ayudar a los más vulnerables, no tienen perdón si no nos dan estas ayudas". Poco más que añadir. El asunto es tan denigrante que sonroja. Esta época de humo y barniz y formas sin fondo se resume en estas jornadas. Floritura legislativa al servicio de la deshumanización del prójimo. Vuelva usted mañana, señor Unzué. A ver si consigue que algunos recuperen el alma que perdieron por el camino. Y que no sea en nombre de aquel mañana que no ha de llegar jamás, como decía Larra.