
Lo primero que quiero decir en este artículo es lo obvio, pero considero necesario que quede escrito: siento muchísimo la muerte de los siete cooperantes de la ONG World Central Kitchen, puesta en marcha por el conocido chef José Andrés, que fallecieron en un bombardeo del ejército de Israel en la Franja de Gaza. No creo que me lean, pero en cualquier caso quede aquí reflejado mi más sentido pésame a sus compañeros y familiares.
Dicho lo anterior, creo que algunos aspectos de este asunto merecen una reflexión más profunda que, como suele ocurrir con todo lo relacionado con Israel, y especialmente en esta guerra, no se ha dado ni en los medios ni en las cancillerías.
Lo primero que cabe preguntarse es qué ha pasado y la mejor fuente para saberlo es, obviamente, el informe que ya ha hecho público el ejército Israel, que confirma que estamos ante una cadena de errores que ha resultado tener un final trágico, pues por desgracia así es como suelen resultar los errores en una guerra: no hay ningún conflicto armado en el que no podamos encontrar ejemplos de ello.
Sí, ya sé que hay por ahí teorías conspirativas de todo tipo, propias de un libelo antisemita sólo ligeramente modernizado, que aseguran que hay un plan israelí para acabar con los trabajadores de las organizaciones humanitarias. Es más: el propio José Andrés anda lanzando unas acusaciones que no voy a entrar a analizar porque entiendo que el hombre atraviesa un momento difícil que quizá le esté nublando el entendimiento.
Pero frente a esas tonterías hay dos evidencias importantes: la primera, la investigación, las afirmaciones y la asunción de responsabilidades del ejército de Israel. Un ejército que es el de una democracia que somete al poder a un duro régimen de opinión pública, mucho más libre y menos complaciente con sus gobernantes e instituciones de lo que, por desgracia, tenemos algunos países europeos como España.
Y la segunda que, incluso asumiendo el discurso de la izquierda que en su antisemitismo procaz presenta a Israel como una entidad malvada con intenciones perversas en todo lo que hace… ¿qué gana matando a siete cooperantes de una organización con prestigio en el mundo entero? ¿Cuál es el beneficio de enfrentarse a un personaje popular, que no sólo es muy conocido sino que es particularmente influyente en Estados Unidos?
Es obvio que no sólo no gana nada sino que Israel pierde mucho: en un momento en que su posición internacional es más débil que nunca y en el que necesita, al menos, mantener el apoyo de la administración Biden, esto no le pone las cosas más fáciles, sino mucho más difíciles, como de hecho está ocurriendo.
Los seres humanos somos maquinarias capaces de las mayores genialidades, pero también con una notable facilidad para cometer errores, que suelen multiplicarse en un entorno de máximo estrés en el que las decisiones son vitales y tienen que tomarse en segundos. Eso es, exactamente lo que describe el informe de las IDF y es una explicación mucho más creíble que una conspiración cuyo resultado es ponerle las cosas mucho más difíciles al conspirador.
Es una guerra, señores
Uno de los fenómenos más sorprendentes de las sociedades actuales es cómo nos estamos alejando de la realidad de las cosas, en algunas ocasiones incluso llegando a aceptar como real lo que sólo es una ensoñación más o menos popular sobre cómo debe ser algo. Así, por ejemplo, lo importante no es lo que una persona sea, sino lo que él, ella o elle siente que es.
Las guerras en general, y esta en particular, son otro ejemplo perfecto de ello: pretendemos que sean cien por cien justas, que no causen sufrimiento, que no muera ni un inocente y que los campos de batalla sean completamente seguros. Pero claro, eso no es una guerra y, si me apuran, ni siquiera un partido de fútbol.
La realidad es que en las guerras hay muerte, sufrimiento y horror, pierden la vida muchos inocentes –y más si los culpables los usan de escudos humanos, pero ese es tema para otro artículo– y los errores tienen consecuencias trágicas. Hay destrucción, hay hambre y son, por definición, entornos en los que el riesgo es extremo. Por eso admiramos tanto a aquellos que se juegan la vida para aliviar todo ese sufrimiento, como los trabajadores de las organizaciones humanitarias, o a los periodistas que nos informan desde los conflictos. Sin embargo, ya que la mayor parte del mérito que les damos se debe a los peligros que asumen quizá no debería sorprendernos tanto de que acaben falleciendo, por mucho que por supuesto eso siga siendo una tragedia.
¿Valen más los cooperantes que los palestinos?
Pero al contrario, cada vez que muere un cooperante o un periodista en una guerra –y más todavía si Israel es uno de los implicados en el conflicto, ya sabemos que todo es mucho más y mucho peor si lo protagoniza Israel– Occidente se rasga las vestiduras como si fuese algo sorprendente, insólito, inaudito e inaceptable.
Lo curioso del tema es que los mismos que ahora andan por ahí vociferando como si estuviésemos ante el crimen más nefando de la historia llevan meses aceptando la versión de Hamás de que miles y miles de inocentes, sobre todo mujeres y niños, han sido "asesinados" por Israel. No sé, veo cierta contradicción: ¿acaso las vidas de estos cooperantes, seis de ellos occidentales bien blanquitos, valen más que las de esos palestinos que esa misma masa vociferante lleva seis meses diciendo que defiende? ¿O quizá sólo es que se está aprovechando la ocasión y las posibilidades sentimentales que ofrece el caso para atacar otra vez a Israel?
Les dejo que respondan ustedes mismos lo que consideren oportuno.
¿Dónde está la UNRWA?
Hay otra cuestión alrededor de todo este asunto de la que nadie habla y que no me parece en absoluto baladí: el propio Israel reconoce que tiene serias dificultades para distribuir la ayuda humanitaria en Gaza y ha hablado del "vital" trabajo que organizaciones como WCK están haciendo.
Sin embargo, la gran agencia humanitaria, la que tiene miles de empleados, la que maneja presupuestos de cientos, cuando no miles, de millones parece desaparecida: ¿dónde está la UNRWA? Cuando por fin tendría sentido, cuando podría cumplir con una función más allá de alimentar económicamente a Hamás y favorecer su logística, cuando tiene la posibilidad de hacer algo más que educar en el odio a los niños palestinos nadie sabe que ha sido de la famosa UNRWA.
Sí, ya sé que yo mismo estoy diciendo que operar en mitad de una guerra es muy arriesgado pero, justo cuando de verdad hay cientos de miles de palestinos viviendo en campamentos fuera de sus hogares, justo cuando de verdad sería coherente hablar de refugiados palestinos, parece que la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina no se ocupa de ellos. Ya es mala suerte.
Y que conste: la culpa es y seguirá siendo de Hamás
Por último, sí ha sido el ejército de Israel el que ha cometido varios errores y como consecuencia de ello han muerto siete personas completamente inocentes, pero esta guerra no empezó esta semana y no la empezó Israel: Hamás es el responsable de todo lo ocurrido no sólo el 7 de octubre, sino también después.
Un día antes del brutal atentado que sesgó con extrema crueldad la vida de 1.200 personas nadie en Israel, ni los más radicales de los radicales, tenía el más mínimo interés en empezar una guerra en Gaza, pero tras el monstruoso crimen ningún país medianamente responsable habría tendido otra opción.
Es más: desde entonces Hamás podría haberse rendido y haber devuelto con vida a los secuestrados, pero ni siquiera ha aceptado un acuerdo de alto al fuego y un intercambio razonable. A pesar de que el antisemitismo rampante de Occidente nos quiera hacer creer lo contrario, todos y cada uno de los muertos de esta guerra son responsabilidad directa de una banda de fanáticos psicópatas terroristas que odia tanto a los judíos como desprecia la vida de su propio pueblo.
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