La apertura de diligencias judiciales en relación a las actividades profesionales de Begoña Gómez, esposa del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, aumenta el lastre que soporta un Ejecutivo atenazado por casos de corrupción tan graves como el referido al exministro José Luis Ábalos, su hombre de confianza y los negocios de la pandemia, o el del llamado Tito Berni, entre otros. Pero en este nuevo expediente el protagonismo no es del entorno político de Pedro Sánchez, sino del familiar, lo que introduce elementos de una gravedad inédita en España.
La recaudación de fondos no es precisamente el sector más adecuado para el desarrollo laboral y personal de la pareja de un presidente del Gobierno, dadas las múltiples implicaciones de carácter privado e íntimo. La sentencia sobre la mujer del César resume perfectamente el papel de Begoña Gómez. Y difícilmente puede cumplir dicho papel quien ha vendido cursos para captar fondos públicos. El caso, por tanto, no supera el más indulgente de los exámenes éticos. Claro que la ética es algo que le trae sin cuidado al presidente del Gobierno, a sus ministros y a la cúpula del PSOE de Santos Cerdán y su excolega Koldo.
La hiperventilación socialista por la judicialización del que ya se puede llamar con toda propiedad caso Begoña Gómez muestra a un Gobierno seriamente tocado y a un partido desbordado por la magnitud, grosor y alcance de los escándalos. Y es que Sánchez está rodeado. La oposición señala a la familia en pleno. Un juzgado de Madrid admite una denuncia contra su esposa por tráfico de influencias y corrupción. Menudean las informaciones sobre el notable patrimonio de su hermano, sus peculiares circunstancias profesionales y el hecho de que teniendo un sueldo público español tribute en Portugal. Más los negocios del suegro y los fondos Next Generation del padre, tal como ha denunciado este miércoles el PP. Todo un panorama para quien ha repartido lecciones de honradez.
Operaciones como el rescate de Air Europa, la cátedra sin carrera, las adjudicaciones a empresas de un amigo que a su vez financia las deambulaciones internacionales de la mujer de Sánchez son asuntos que deben aclararse. La señora Gómez debería comparecer en comisión parlamentaria, donde puede remitirse a su derecho a no hablar, como Koldo, dada la judicialización de sus labores. También Sánchez tiene mucho que aclarar sobre su pareja y sobre su hermano. Debería como poco cumplir con los mínimos que exige en la materia de la familia y los negocios al PP.
Su carta a la ciudadanía a través de la red social X es una muestra de desesperación, un recurso tremendista y una evidencia del impacto de la corrupción en la estabilidad del sanchismo. El aspaviento tuitero de Sánchez es pura pose y victimismo, un alarde de tono autoritario con una suspensión de la agenda con la que manifiesta su personal interpretación del poder y el servicio público. El presidente del Gobierno exhibe ahora su lado folclórico en vez de atenerse a los rituales democráticos de la justicia y aduce razones sentimentales e invoca al pueblo. No cabe mayor cinismo. Es un auténtico peligro y emite señales cada vez más nítidas sobre su proyecto totalitario.
La carta abre más interrogantes aún sobre el comportamiento de la esposa de Sánchez. En primer lugar, da pie a preguntarse si Sánchez es consciente de la gravedad de las acusaciones que pesan contra su pareja y ha decidido irse antes de que lo echen. La gravedad de sus palabras, ese amago de tirar la toalla resulta contradictorio con la negación de los delitos que se atribuyen a su esposa. Si tan claro es que se ha activado la "maquinaria del fango" no tendría ningún sentido amenazar con la dimisión. Y todo esto a dos días del comienzo de la campaña catalana en cuya inauguración Sánchez era la gran estrella.