
Ministros del Gobierno de España lucen símbolos antisemitas, escriben frases antisemitas y persiguen a empresas relacionadas o con intereses en Israel. Y lo hacen públicamente, exhibiéndose ante todo aquel que quiera verlo y, sobre todo, entenderlo.
Las universidades españolas amenazan a sus pares israelíes y prometen cortar cualquier tipo de relación con ellas, unas relaciones sin las que, si me permiten la broma, quizá los centros académicos hebreos no puedan subsistir, dada la eminencia de nuestro país en el campo: hemos logrado colocar un total de cero universidades entre las 150 mejores del mundo y una entre las 200. ¡Qué tremenda arrogancia hay en la amenaza de estos rectores, incapaces de otra excelencia que no sea en antisemitismo!
En esos mismos campus los estudiantes se manifiestas en apoyo de Hamás y los alumnos judíos se ven acosados y tienen miedo de ir a las clases. No es un miedo absurdo: a una chica le escupieron en la cara no hace mucho y a otra le dijeron que se quitara la estrella de David que llevaba, así lo ha contado la Federación de Comunidades Judías de España.
Los poquísimos colegios judíos en España necesitan protección policial, así como las sinagogas. Incluso el stand de Israel en la última edición de Fitur tuvo que contar con seguridad privada, siendo el único de los 96 países presentes que tuvo que recurrir a ella.
Seguimos: uno de los museos más importantes de España e incluso de Europa presenta un ciclo de actos con un título usado habitualmente por terroristas y que es una alusión nada velada a la desaparición de Israel, país al que acusa de genocida con la naturalidad con la que los niños llaman "papá" a su padre.
Por desgracia, España no es una excepción: muchas de estas cosas están ocurriendo en no pocos países de Europa y, por supuesto, en Estados Unidos. Sin ir más lejos: en la ciudad sueca de Malmö miles de personas han intentado boicotear la actuación de una cantante de 20 años cuyo delito es haber nacido en Israel. No nos puede pillar muy de sorpresa: aquí ya lo hicimos hace casi nueve años.
En España no ha habido manifestaciones contra Eden Golan, representante israelí en Eurovisión, pero las Juventudes Socialistas ya han pedido a la gente que apague la televisión cuando aparezca en la pantalla la joven cantante judía, como ven, estos tíos sí que están dispuestos a cualquier cosa por sus principios.
Eso sí, muy pocos países disfrutan de todo lo que les he contado y, además, de un Gobierno que está dispuesto a premiar el terrorismo de Hamás reconociendo al Estado Palestino por decreto. Un reconocimiento que no va a contribuir en absolutamente nada a la paz, pero sí a que Sánchez y los suyos se den un baño de progresía mientras siguen sin poder aprobar nada en el Parlamento.
El ambiente previo… ¿a qué?
No es la primera vez que en España o en Europa se genera un ambiente claramente antijudío. En la Edad Media la cosa solía acabar con un asalto a la judería, robos y diversos destrozos de la propiedad privada y, por supuesto, unas cuantas violaciones y algunos asesinatos. Lo llamaron pogromo y fue una costumbre transnacional desde Rusia hasta, por supuesto, España. No solemos querer recodarlo, pero a finales del siglo XIV fuimos unos auténticos campeones en dicha especialidad: comunidades judías con miles de miembros –por ejemplo, la de Valencia– fueron prácticamente exterminadas en unos pocos días de furia antisemita.
En otras épocas y en otros lares la cosa acabó en unas leyes firmadas en Núremberg cuyo propósito era discriminar minuciosamente a una parte de la población. Y lo siguiente ya saben ustedes lo que fue.
No, no quiero decir que esto vaya a acabar en un Holocausto, pero sí que no se había visto tanto antisemitismo y tan impúdicamente exhibido desde aquella Alemania de los primeros años 30. Y me parece aterrador.
Llevo años interesado por Israel y por el mundo judío, denunciando el antisemitismo allí donde lo encontraba pero siempre pensando que era algo minoritario cuando no marginal. No podía ser de otro modo después de Auschwitz y Treblinka: la inmensa mayoría tenía que haber aprendido la lección. Me equivocaba.
La realidad es que no, que la semilla maldita del antisemitismo estaba ahí en muchísima gente y sólo esperaba el momento adecuado para germinar, que no hay tantas diferencias entre la Europa de ahora y la Alemania de aquellos primeros años 30 en la que de deshumanizaba a los judíos y, para empezar, se les degradaba a ciudadanos de tercera.
Algunas de las excusas han cambiado y otras se mantienen, pero el fondo y la raíz es exactamente la misma: el odio antisemita que ha vuelto o que quizá, en contra de lo que yo pensaba, nunca se había ido.
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