
El despliegue militar de los países occidentales en Mali empieza su punto y final durante este fin de semana. Será casi inadvertido, sin las miles de cámaras de televisión y miles de horas de conexión en directo que acompañaron la huida precipitada de Afganistán hace casi tres años. Pero la conclusión es la misma: los países occidentales vuelven a fracasar en su intento de estabilizar un país con los principios de la democracia y los derechos humanos como bandera.
Esta vez la operación la cerrará el general de brigada del Ejército de Tierra Santiago Fernández Ortiz-Repiso, el mando al frente la misión de la UE en Mali. No tendrá una fotografía para la historia hecha a través de un visor nocturno como la del entonces general de brigada Chris Donahue, comandante de la 82ª División Aerotransportada, último soldado estadounidense en salir de Afganistán, pero sí un reconocimiento como Caballero de la Orden Nacional de Mali.
El fracaso de la misión en Mali no es el fracaso de España, sino el fracaso de Occidente en su conjunto. Los militares españoles han hecho todo lo posible para que Europa no dé la espalda a Mali, agarrándose con uñas y dientes a una misión de la que depende también la seguridad de los propios españoles. La inestabilidad de Mali y el Sahel repercute en nuestras fronteras en forma de olas migratorias y expansión del terrorismo yihadista.
Pero hace demasiado tiempo que la misión había fracasado. De los 22 países que llegaron a aportar tropas ya sólo se mantenían ocho. Del más de un millar de efectivos ya sólo quedan 160. Y de ellos más del 80 por ciento los aporta España, que repliega 135 militares desplegados en el país africano. Es decir, los otros siete contribuyentes (Portugal, Rumanía, Austria, Finlandia, Hungría, Bélgica y Lituania) estaban sumando un total de 25 efectivos.
Los europeos llegaron a Mali para evitar el colapso del país ante el avance de los yihadistas de Ansar Dine o Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) y los independentistas toureg, que llegaron a estar a la puertas de Bamako, la capital del país. Y diseñaron un proyecto para convertir al ejército maliense en un ejército relativamente moderno, entrenado y disciplinado que pudiera defender su propia integridad territorial.
Así nació Boubacar Sada Sy, la academia donde españoles y europeos creaban los batallones maliense contra el yihadismo. Más de 8.300 militares de nuestras Fuerzas Armadas estuvieron entre Bamako y Koulikoro en once años de misión. Más de 20.000 militares maliense recibieron formación de los instructores españoles. Sólo los militares españoles realizaron 110 proyectos de impacto rápido sobre población civil y 80 donaciones de elementos básicos como ropa, alimentos no perecederos o material sanitario o higiénico.
Pero la visión transformadora de Occidente siempre es a largo plazo y África no es continente con paciencia. El descontento dentro del país se fue incrementando de manera exponencial. A la guerra contra el yihadismo y el separatismo toureg se sumaban las tensiones étnicas entre grupos tribales. Y la mala situación económica del país. La situación estalló en agosto de 2020 con un golpe de Estado militar. Y después un segundo golpe militar en mayo de 2021.
Los nuevos líderes golpistas coinciden en haber recibido formación militar en Rusia. Y Moscú es mucho mejor aliado para ellos. No obliga a los países a cumplir con esa cosa tan farragosa en muchas zonas de África como es el respeto a los derechos humanos. Y además los rusos siempre están dispuestos a aportar armamento –Europa nunca compró armas a Mali– y mercenarios para el campo de batalla –el grupo Wagner aterrizó en 2021 en el país–.
En plena invasión rusa de Ucrania, con Moscú y los países de la UE y la OTAN reproduciendo conflictos en terceros escenarios como ocurrió durante la Guerra Fría, Occidente suma un nuevo fracaso. Eso sí, con una gran diferencia. Mientras en Afganistán están encerrados en sí mismos bajo el puño de hierro talibán, en Mali y el Sahel rotan las potencias influyentes y Rusia se hace más fuerte cada día.
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