Ese gigante de pies de barro al que llamamos Rusia ha sufrido a lo largo de su historia contemporánea tres invasiones procedentes de países inmensamente más pequeños: Francia, que no tenía una ambición territorial sino política; Alemania, que fue detenida por el invierno a las puertas de Moscú; y ahora Ucrania, que ha elegido el mítico campo de batalla de Kursk para un golpe de efecto que en las próximas semanas veremos qué recorrido tiene. En los tres casos, los mismos errores en el lado ruso: ausencia de inteligencia, desorganización y corrupción política. La diferencia es que en este tercer caso, Rusia será derrotada porque su población no está dispuesta al sacrificio forzoso al que fue sometida por el zar Alejandro I o Stalin.
No ha habido en la historia de las guerras de grandes frente estabilizados un solo caso en el que uno de los contendientes no haya intentado un golpe de diversión para romper la dinámica de una guerra eternizada. Lo que sorprende es que Rusia no se percatara de los movimientos de tropas y de armamento ucranianos hasta siete días después de haber penetrado una fuerza de más de diez mil hombres y decenas de carros de combate con artillería de campaña en territorio ruso y con un notable apoyo aéreo. Es absolutamente incomprensible.
Como se narra en la serie sobre Chernóbil, los rusos se pasaron una semana eludiendo responsabilidades y buscando culpables, incapaces de abordar el problema con la seriedad que se merecía. En este caso se une algo casi cómico: cómo Rusia no está en guerra, ¿cómo podrían las Fuerzas Armadas intervenir militarmente dentro del país? Salvo admitiendo la realidad de una agresión militar, y estos dimes y diretes son los que le han costado a Rusia dos semanas claves. Quince días después, Rusia ni siquiera ha comenzado el movimiento de tropas para expulsar a los ucranianos de su territorio donde ya han establecido su poder político como potencial moneda de cambio en una negociación con Moscú.
La maniobra de Kursk no tiene mucho recorrido militar salvo que se plantee como una operación suicida para atraer a varias divisiones rusas y aligerar el frente para ejecutar una operación en otro lugar más estratégico, seguramente en el sur para llegar al Mar Negro a través de Melitopol o atravesar el Dniéper en dirección a Crimea, o bien para evitar una posible ofensiva rusa de final de verano en Donetsk que rompiera las líneas ucranianas.
¿Por qué la guerra está paralizada?
La cuestión militar real es: ¿por qué esta guerra permanece paralizada con apenas ganancias territoriales después de más de dos años? En mi opinión, Ucrania, una vez solventada la amenaza de la destrucción total de las primeras semanas de guerra, se planteó una estrategia de resistencia, de desgaste. Luchando en su propio territorio, con su logística cercana al frente y con un ejército motivado. No tenía nada más que continuar atacando en una guerra de guerrillas, golpeando con la artillería de precisión y los drones y protegiendo su espacio aéreo. Resistir y destruir con mínima exposición, así se resume la estrategia ucraniana en esta guerra.
Para Rusia, que es la que debe exponerse, las enormes pérdidas demuestran que ha sido incapaz de romper la línea del frente y que cada día que pasa le será más difícil. Tomando las cifras más conservadoras, Rusia ha perdido el 90% de sus carros de última generación y el 50% de los de los años setenta. Ahora mismo ni siquiera tiene superioridad blindada frente a Ucrania.
Un Irán que tiene que atender a sus propios frentes está ralentizando el suministro de drones a Moscú, mientras que China tiene bastante con sus problemas financieros, que solo podrán ser resueltos si la comunidad occidental, su principal cliente que acumula más del 70% de los activos del planeta, tiene interés en ayudar a resolverlos. La visita del primer ministro indio a Kiev es claramente un punto de inflexión, ya que Bharat ha sido en estos dos años, el gran soporte financiero de Rusia a través de las compras de petróleo a precios reducidos.
En definitiva, Moscú se encuentra en plena crisis de sus aliados y con unas pérdidas que ya son insostenibles. No dispone de armamento moderno, sus stocks de misiles han caído un 70%, no son capaces de reponer los que se gastan y están reparando carros de combate de la guerra de Corea. Si a esto unimos que apenas dispone de dos centenares de aviones de combate de cuarta generación, podemos concluir que Rusia se halla en un momento muy delicado y a la vez peligroso, ya que las ventanas de oportunidad para una ofensiva se agotan cada semana que transcurre.
Cada día Rusia está más cerca de la derrota
Así que cada día que Ucrania aguanta, Rusia está más cerca de la derrota. La clave está en mantener la ayuda occidental, especialmente de munición de gran calibre, con sistemas cada vez más precisos y modernos para que esta resistencia victoriosa no decaiga y Ucrania reduzca sus pérdidas al mínimo posible. A los rusos solo hay que dejarlos que perseveren en sus errores, de los que nunca saldrán.
En la actualidad, Rusia se dedica a bombardear el frente sin exponer fuerzas, lo que parecería anunciar un avance significativo de tropas, que quizás ha sido detenido con la operación de Kursk. Ucrania solo necesita unos seis meses para disponer de su flota de F-16 y de los sistemas que podrían cambiar el curso de la guerra.
A su vez, Putin se encuentra en una situación cada vez más complicada. Esta guerra era su apuesta personal y el fracaso ha sido rotundo. No ha conseguido una victoria militar, ni mucho menos política contra Europa, las sanciones están complicando mucho la vida de los ciudadanos y cada vez está más solo dentro de su propio partido. Son muchas las voces que internamente abogan por una negociación basada en la retirada militar del este de Ucrania y cada día que transcurre de esta sangrienta guerra, estas ideas cobran más fuerza.
Rusia ya no tiene armamento para una ofensiva a gran escala, ni capacidad militar suficiente para destruir la infraestructura energética y alimentaria de Ucrania, que sigue operativa. Los talleres ucranianos cerca del frente reparan sistemas a una velocidad diez veces mayor que los rusos y su armamento de largo alcance y gran precisión está destruyendo la logística y las bases aéreas y de misiles al interior de Rusia desde las que se ataca a Ucrania. Si Kiev consigue el levantamiento de todas las restricciones para usar los sistemas recibidos, podría destruir toda la infraestructura logística y de operación rusa en cuestión de semanas y esto sí sería un jaque mate casi definitivo.
No podemos estar seguros de que Putin, llegado el momento de la decisión final, no acabe buscando la internacionalización del conflicto o su nuclearización para dinamitar el impasse actual y retomar la iniciativa, pero hasta esto cada vez se antoja más difícil con un mando militar desmotivado y con equipos y sistemas diseñados hace cincuenta años. Es difícil, pero no imposible; por ello hay que perseverar en esta estrategia occidental y ucraniana hasta el final, que no puede ser otro que la caída de Putin y de su régimen nacionalista ortodoxo y el regreso de las libertades a Rusia y de la seguridad al Planeta, no tenemos otra opción.