Se ha dicho, con razón, que si las grandes tormentas, huracanes y ciclones reciben un nombre propio para distinguirlas de otras, por qué las Depresiones Aisladas en Niveles Altos (DANA), antes "gotas frías", y ya llevamos unas cuantas desde hace décadas y antes, cuando sólo eran mal tiempo y riadas, no reciben nombre alguno. En este trágico caso valenciano, castellano-manchego y andaluz, lo tenemos bien fácil. ¿Cómo nominarla con otro nombre que el de Pedro Sánchez, el presidente del gobierno en ejercicio cuando su violencia devastó el levante español y partes del Sur con grave sufrimiento de sus ciudadanos?
En cuanto comenzaron a difundirse las noticias de la tragedia me lo temí. Alguien podría tener la tentación de convertir la catástrofe para revertir el proceso, hasta ahora creciente e inevitable, de deterioro del gobierno socialista. Ya se intentó durante la pandemia de COVID, cuando trató de culparse, cómo no, a la Comunidad de Madrid, cuando se cerró ilegalmente en Parlamento para evitar comparecencias y clamores y cuando se usaron los medios públicos para organizar un tinglado corrupto que ya está en los juzgados, el caso Ábalos, o Koldo, o Sánchez.
Ya se hizo con toda precisión y alevosía durante el 11-M, tras el mayor atentado terrorista de la historia de Europa, con 192 muertos y alrededor de 2.000 heridos. La oposición socialista, en lugar de respaldar al gobierno legal conmocionado por la masacre, le acusó de mentir –inolvidable aquel "los españoles merecen un gobierno que no les mienta" de un Rubalcaba que aprovechó el día de reflexión para su infamia—, invirtiendo el resultado predicho por las encuestas dando paso al gobierno de Jose Luis Rodríguez Zapatero, que ya hemos visto quien es y a que juega. La vileza fue grande, pero más grande fue su éxito. España ha sido otra desde entonces.
¿Y qué sería necesario cambiar ahora en la percepción ciudadana sobre este caso? Si en el 11-M –del que nadie sabe aún quiénes fueron los instigadores reales—, se trató de responsabilizar al Gobierno de España del propio atentado cometido por otros y de acusarlo de mentir, ahora se trataría de que la responsabilidad política –dadas las espantosas consecuencias vitales, materiales y de todo tipo– recaiga, no sobre el gobierno de la Nación, PSOE-Sumar y socios nacionalistas, que controla y puede controlar todos los recursos y medios de Estado, sino sobre el gobierno de la Comunidad Valenciana, de PP, sobre todo, y Vox.
Pues la tentación ya está encima de la mesa. Ciertamente los primeros avisos de un posible temporal en el levante español datan del día 24 de octubre cuando la Agencia Estatal, no autonómica, de Meteorología dependiente del Gobierno central, anunciaba su posibilidad. Desde aquel día hasta el día 27, que ya anunció una DANA en los días siguientes hasta el 31 de octubre. Pero, ¿dónde estaba el presidente del Gobierno, que debía conocer las predicciones? Sencillo. El día 28 , lunes, comenzó su viaje a la India, cuando ya Valencia estaba en Alerta Naranja. Y siguió en la India el día 29 con la alerta roja ya en varias zonas. De hecho no alteró su viaje a pesar de las decenas muertos que ya se conocían.
Al mismo tiempo, sus ministros y terminales mediáticas comenzaban a desarrollar su labor a la vista de que la indignación ciudadana ante una calamidad de proporciones desconocidas desbordaba la estrategia inicial de hacer recaer las sospechas de los errores de previsión sobre el presidente valenciano, Carlos Mazón, del PP. La evidente ausencia de las fuerzas militares en las zonas afectadas no podía atribuirse al gobierno de la Generalidad valenciana, que carece de competencias. Es que ha sido un clamor civil, un grito, una súplica.
El rizo se rizó cuando el ministro de Política Territorial, el socialista canario Ángel Víctor Torres, mintió el 31 de octubre, tras reunirse con Sánchez ya en Madrid, sobre la petición del gobierno valenciano de la presencia de la Unidad Militar de Emergencias. Dijo que había pedido su presencia, como si el gobierno no pudiera enviarla tras advertir la gravedad de la situación, cinco horas después de lo que en efecto lo hizo, como aclaró la propia delegada socialista del gobierno en Valencia.
Ya para entonces los mensajes de los medios afines eran que el gobierno valenciano habría sido negligente, e incluso frívolo, y que disponía de todas las competencias para alertar a la población sobre los graves riesgos, cuando tal cosa es imposible porque la información y los recursos dependen del gobierno central. ¿De quién depende la AEMET, los militares y las fuerzas de seguridad? Pues ya está.
Lo que ha apuntillado el pérfido intento de hacer responsable único de los errores, insuficiencias y ausencias al gobierno regional, ha sido la incomparecencia del ejército español que, sólo en Valencia, cuenta con más de 5.000 efectivos. Esta vez la tentación de aprovechar una desgracia nacional para beneficio partidista ha vuelto a emerger pero ha sido destrozada por los hechos.
El presidente, en la India. El ministerio de Defensa en posición de descanso y el ministerio del Interior sin alma mientras miles de voluntarios desde toda España trataban de suplir el abandono del Estado ante una tribulación insoportable. Ha sido demasiado claro. El retrato ha sido fiel evidenciando la bajeza y la insensibilidad de los que hoy mandan en el Estado.
Pero no crean. Las elecciones están, eso se deduce, cerca, y la tentación sigue viva porque el modelo del 11-M resultó ser un modelo de manipulación perfecto. Otra cosa es que España, o lo queda de ella, pueda seguir así.