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El escándalo del siglo XXI

El enfoque en evitar el conflicto racial a cualquier precio ha llevado a una ceguera colectiva ante crímenes atroces.

En las últimas décadas, el Reino Unido ha enfrentado un escándalo que ha sacudido su tejido social: bandas de hombres de origen paquistaní, en su mayoría musulmanes, han perpetrado abusos sexuales y explotado a miles de niñas inglesas. Este fenómeno, conocido en algunos casos como "grooming gangs", ha revelado una trama de encubrimiento y silencio por parte de las autoridades, los medios de comunicación y la policía, motivado en gran medida por la ideología del multiculturalismo y el miedo a ser acusados de racismo o islamofobia.

El problema comenzó a hacerse evidente en ciudades como Rotherham, Rochdale y Telford, donde numerosas niñas, algunas de apenas 11 años, fueron víctimas de abusos sistemáticos. Estas bandas seleccionaban y manipulaban a sus víctimas, a menudo niñas blancas vulnerables, a través de lo que se conoce como "grooming" - un proceso donde los perpetradores ganan la confianza de las víctimas antes de explotarlas sexualmente.

Uno de los casos más notorios es el de Rotherham, donde un informe de 2014 reveló que aproximadamente 1.400 niñas habían sido víctimas de abusos entre 1997 y 2013. Sin embargo, la policía y los servicios sociales fallaron en actuar adecuadamente, en parte debido a temores de que las investigaciones podrían ser vistas como racistas o xenófobas. Este miedo a la acusación de racismo llevó a una inacción institucional que permitió que los abusos continuaran durante años.

La cobertura mediática de estos eventos fue mínima. Cuando los medios comenzaron a informar de estos crímenes, a menudo se evitaba mencionar explícitamente el origen étnico de los perpetradores para no avivar tensiones raciales o comunitarias. Esta omisión mediática es un ejemplo de censura autoimpuesta que prioriza lo que, desde el cinismo más absoluto, se denomina "sensibilidad cultural" sobre la seguridad de las víctimas. En España también ocurre. El País en lugar de poner el foco en las bandas de musulmanes que violaban a niñas blancas, en su mayoría de clase trabajadora, ha puesto la diana acusatoria en Elon Musk por denunciarlo. Si Gisèle Pelicot hubiese sido violada por una banda de paquistaníes, El País no le habría dedicado cien portadas y mil columnas de opinión de sus feministas butlerianas.

Para que se hagan una idea del horror, porque las violaciones eran torturas más allá de la imaginación, en una de las sentencias contra un tal Mohammed Karrar se lee:

Mohammed preparó a su víctima «para una violación anal en grupo utilizando una bomba... La sometió a una violación en grupo por parte de cinco o seis hombres. En un momento dado tenía a cuatro hombres dentro de ella. Le colocaron una bola roja en la boca para que se callara.

Los políticos, por su parte, miraron hacia otro lado. En el fondo, la política de multiculturalismo, que dice buscar la diversidad pero que en realidad es la forma en la que la izquierda ataca el fundamento liberal, racionalista e ilustrado del Estado de Derecho liberal. Revelar los crímenes y perseguirlos habría hecho que los medios de comunicación progres lo hubiesen vendido como un ataque a una comunidad minoritaria. Esta reticencia no solo permitió que los abusos continuaran, sino que también dejó a las víctimas sin la protección que merecían.

Elon Musk y J. K. Rowling han aprovechado su altavoz en Twitter para reflejar el sentimiento de indignación y frustración de quienes critican el encubrimiento y la inacción de las autoridades británicas, describiendo cómo se ignoraron los abusos por miedo a aumentar las "tensiones raciales". Rowling, la bestia negra absoluta de las feministas "de género" y la izquierda identitaria, subrayó que la protección de la imagen de cohesión social se puso por encima de la justicia y la seguridad de las menores. Musk, por su parte, señaló al primer ministro británico, Starmer, que era el fiscal general cuando alcanzó el cenit de la infamia de las bandas de violadores paquistaníes y la atrocidad de su encubrimiento por parte de las autoridades. Starmer tuvo la desvergüenza de fotografiarse arrodillado en "solidaridad" por la muerte de George Floyd en EE.UU., mientras hacía absolutamente nada por las crías humilladas, abusadas y violadas de su propio país.

En Reino Unido, los medios progres, los políticos políticamente correctos y el statu quo woke han encontrado un chivo expiatorio perfecto para encubrir lo de las bandas de violadores musulmanes. Se llama Tommy Robinson, un agitador de extrema derecha.

Douglas Murray, sin embargo, ha puesto el dedo en la llaga:

Resultará un problema insoluble durante años para todos aquellos que se centraron en condenar a Tommy Robinson, en lugar del abuso a escala industrial de niñas inglesas por parte de pedófilos importados, ayudados e instigados por la policía, los trabajadores sociales y los ayuntamientos.

Murray, por cierto, también es un campeón contra el antisemitismo brutal que se vive en los países anglosajones debido a la alianza entre la izquierda y los islamistas (los reconoceréis por llevar banderas de Palestina, un subterfugio porque en realidad apoyan a Hamás).

En respuesta a la presión pública y a los informes reveladores, ha habido un cambio gradual en la actitud. Se han producido más arrestos y condenas, y el tema ha sido forzado a salir a la luz pública. Sin embargo, el daño ya está hecho, y la confianza en las instituciones ha sido significativamente erosionada. En Reino Unido se habla de la "policía de dos niveles", debido a que la policía británica se puede presentar en tu casa para detenerte por un tuit que consideran islamófobo, pero mira hacia otro lado mientras los delitos son cometidos por musulmanes y otras minorías con licencia mediática para cometer crímenes.

El enfoque en evitar el conflicto racial a cualquier precio, incluso la mentira y los bulos cultural y religiosamente correctos, ha llevado a una ceguera colectiva ante crímenes atroces. Es hora de negar el dogma de la multiculturalidad e imponer la única perspectiva digna de una sociedad abierta y progresista: la de la civilización, cuya derivada primera pasa por proteger a los más vulnerables de la sociedad y no amparar a bestias envueltos en las banderas del terrorismo, el salvajismo y el integrismo religioso. La lección es obvia: ninguna política de integración cultural debería permitir nunca la impunidad de abusos y crímenes, por mucho que no le venga bien a la izquierda identitaria, los progres encaramados en su superioridad moral e ideologías como la "woke" que son un atentado contra la razón, la dignidad y la libertad.

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