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La verdad en democracia

Las sociedades a veces optan por autolesionarse y esta autolesión suele coincidir con la pérdida de la racionalidad.

Las sociedades a veces optan por autolesionarse y esta autolesión suele coincidir con la pérdida de la racionalidad.
Joaquin Phoenix caracterizado como Napoleón. | Filmaffinity

En democracia, la verdad rara vez coincide con los hechos porque todo el sistema político trabaja, intriga y confabula para que coincida con un consenso general. Por eso la democracia puede no tener nada que ver con el gobierno virtuoso y por eso sufre mutaciones continuas, se desliza por la pendiente de la mediocridad colectiva, genera no pocas víctimas y permite a muchos vivir como reyezuelos. Hasta la prensa, que se inventó para descubrir la verdad, en democracia llega a trabajar activamente para encubrirla.

Contaba Napoleón que la mente ha creado más daños que las acciones, que los gobiernos sólo pueden ver a los hombres como masa y que los partidos son todos jacobinos. Para él, la política no era moral, aunque de alguna manera debía hacer triunfar la moral, pero normalmente se acuerda de la moral cuando se pone en riesgo el saqueo. El pueblo, además, no elegirá nunca verdaderos legisladores, la igualdad puede existir sólo en la teoría y las leyes de circunstancias son abolidas por nuevas circunstancias.

Para el infame corso, a quien a pesar de todo no se le puede negar autoridad, ni siquiera existe el derecho de los pueblos en Europa, sino que se trata simplemente de juntar unos con otros como se hace con los perros. Tomemos nota de sus reflexiones o pensamientos para comprender y asimilar determinadas situaciones, muchas de ellas relacionadas con la verdad y nuestra autotutela como ciudadanos.

Las sociedades a veces optan por autolesionarse y esta autolesión suele coincidir con la pérdida de la racionalidad. Por eso no es nada extraño pasar del orden, la seguridad y la estabilidad, al caos, el desorden y la inseguridad. Se cita y estudia desde hace tiempo este fenómeno y ejemplos no faltan, pero nada ni nadie lo neutraliza cuando aflora, limitándonos a debatir sobre percepciones, la verdad y la mentira o el relato, es decir, el interés de quien detenta provisional o definitivamente el poder, que no tiene que coincidir necesariamente con unas siglas de partido. Por eso un tirano puede estar todo el día loando la democracia y un convencido demócrata puede ser percibido y estigmatizado hasta el escarnio como antidemócrata.

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