
Es tan grave el movimiento de Trump entregando Ucrania a Putin que cuesta admitir la magnitud de sus efectos en la escena mundial, no sólo para hoy y para mañana, sino también para ese ayer en el que los USA se convirtieron en la mayor potencia económica política, militar y moral del mundo. Sí, también moral, porque la bandera tras la que agruparon a los países aliados era la de la libertad, frente al comunismo avasallador del mundo. El último gran presidente norteamericano, Ronald Reagan, asumió como destino irrenunciable la frase de Mateo 5.14: "Ustedes son la luz del mundo, como una ciudad en lo alto de la colina que no puede esconderse". Lo que, en una perspectiva cristiana, asumió España del siglo XV al XVII.
Los valores que sostienen a una potencia mundial
Y es que un país no puede ser una potencia respetada por los demás sin una legitimidad moral que mueva en última instancia sus ambiciones. Los EEUU, único país fundado como democracia, colocan la libertad como bien supremo de una comunidad política que inauguran y la colocan como establecida por Dios. Tras el preámbulo "We the people of the United States of America", el segundo párrafo de la declaración de Independencia dice:
Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Hay, por tanto, un creador por encima de los creadores del nuevo Estado y, para los fundadores, ese no podría ser otro que el Dios de los cristianos.
Que la afirmación era objetivamente inexacta lo prueba la existencia de la esclavitud, así como la restricción para las mujeres del derecho al voto, que tampoco tendrían en la declaración de los derechos del hombre en la constitución francesa y que fueron conquistándose. Pero esos derechos que se incorporaban como enmiendas al texto constitucional no alteran el meollo del mismo: el núcleo de la soberanía que reside en el pueblo ("We the people") y es su origen legítimo, y los derechos esenciales, sagrados, como creados por Dios: "La vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad".
Como en todos los países, los principios que alientan su creación como comunidad política obran hacia el interior y también hacia el exterior. Y la política internacional de los USA, incluida la del "destino manifiesto", se refirió siempre a ese mandato religioso y moral, más allá de sus intereses. La doctrina del "destino manifiesto" hunde sus raíces en el protestantismo de los Pilgrim, que a su vez remite al de Israel como "pueblo elegido" por Dios. Se dice ahora que el lebensraum o "espacio vital" en el Este de Europa, supuestamente destinado a la raza aria y en cuyo nombre Hitler quiso conquistar el mundo, no deja de ser paradójicamente una idea judía. Pero todos los imperios antiguos, empezando por Egipto, idearon alguna forma de cosmogonía que los legitimaba para conquistar a otros pueblos, y eso cuando se tomaban la molestia de ir más allá del derecho de conquista. Por otra parte, el pueblo elegido por Jehová estaba también sujeto a su ira si se apartaba de los mandatos divinos, un rigor que no alcanzaba a los demás. Los nazis no temían ningún castigo divino. Al revés. Los SS desfilaban con la Canción del Diablo (Teufel) que se reía ("Ha, ha, ha!") de las críticas a la guerra nacional-socialista contra la "peste roja" y la derecha "reaccionaria".
Del "destino manifiesto" a la deserción de responsabilidades
El "destino manifiesto", el "América para los americanos" de Monroe, es propio de cualquier potencia con aspiraciones hegemónicas, y su historia, breve, como los propios USA, la inaugura el periodista John O‘Sullivan en la revista Democratic Review de Nueva York, en 1845:
El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino.
Y de nuevo ese mismo año en el New York Morning News sobre la disputa por Oregón con Gran Bretaña, O’Sullivan repite el argumento:
Esta demanda está basada en el derecho de nuestro destino manifiesto a poseer todo el continente que nos ha dado la Providencia para desarrollar nuestro gran cometido de libertad y autogobierno.
Había una base física de esa ambición de dominio: América del Norte estaba casi vacía, y con todo el Oeste por conquistar, al Sur había países independizados recientemente sin la fuerza de la unidad que les daba la Corona Española. Viendo el mapa del continente, y tras la terrible guerra de Secesión, era lógico tentar una aventura exterior para restañar la herida interior. El resto de la historia es conocido. De la Segunda Guerra Mundial salen los EEUU como una de las dos grandes potencias mundiales, cada una identificada con un proyecto antagónico: la dictadura comunista contra la democracia liberal.
El puente aéreo para salvar Berlín, la guerra de Corea, la de Vietnam y todas las guerras regionales contra la expansión soviética en África, Asia e Iberoamérica obedecen a ese conflicto que representan la URSS y sus satélites frente a los EEUU y sus aliados. Es Ronald Reagan el que consigue derribar el poder aparentemente invencible de Breznev en tiempos de Carter y, junto al Papa Wojtyla y Margaret Thatcher, empujan hasta derribarlo el Muro de Berlín, símbolo de la tiranía roja. Reagan dijo allí: "¡Señor Gorbachov, derribe este Muro!" Y no por Gorbachov sino por la superioridad moral, cultural, económica y militar del capitalismo y la democracia, el inmenso y temible imperio soviético colapsó. El cambio radical que supone Trump con respecto a Reagan equivale a decirle al amo del Kremlin: "¡Perdón Señor Putin, ya puede usted reconstruir este Muro!".
Los EEUU combatieron a Hitler y Stalin por una misma razón: sus regímenes eran la negación de los valores fundacionales de su república. Había además intereses y afán de poder, pero, sobre todo, la defensa de la propiedad y de la libertad individual, prohibidas en los países comunistas. Los países occidentales no la aceptaban para sí mismos ni para los demás y respaldaban la heroica lucha de los patriotas húngaros, checos o polacos y de los disidentes anticomunistas tras el telón de acero. Archipiélago Gulag era un auténtico manual en las trincheras contra el totalitarismo rojo. Pues bien, cuando Trump abandona y humilla a Ucrania es como si le dijera a Soljenitsin: "Déjese de monsergas y obedezca a las autoridades de Moscú".
La improvisación narcisista del equipo de Trump es tan grotesca que producirá tragedias terribles en Europa y, a la larga, también en los EEUU. El "Make America great again" era esto: primero, rendirse, y luego, negociar. Los EEUU no sólo aceptan la doctrina de la soberanía limitada que imponían los tanques del Pacto de Varsovia, sino que niega la entrada en la OTAN, que nació para defender la libertad del expansionismo soviético, a todos los países que necesitan esa protección, empezando por Ucrania. Es como si el poder militar norteamericano se rindiera por razones políticas a los rusos. Al final, la gran traición a su país y Occidente es del que decía combatirla.
En Normandía, cerca de la Playa de Omaha, hay un gran cementerio de cruces blancas, del mismo estilo que Arlington, donde descansan los soldados norteamericanos que murieron luchando contra Hitler. Cerca, en un bosquecillo, está el cementerio alemán, también miles de muertos bajo unas cruces de color cobrizo, muy románticas, nada cristianas. Lo que ha hecho Trump es escupir sobre las tumbas de aquellos compatriotas. Revive el pacto Ribbentrop-Molotov de los dos totalitarismos que se repartieron Europa, porque al tío Sam lo ha heredado el Tío Gilito.