El PP y la UE tienen que espabilar
Hay que ofrecer, no diré superhéroes, pero sí soluciones.
Este domingo el diario El Mundo publicaba una entrevista con la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, una de las dirigentes políticas con menos pelos en la lengua de este país. Así lo demuestran una vez más sus contundentes opiniones sobre la condonación de la deuda autonómica, la gestión y las intenciones de Pedro Sánchez y el pulso con el fiscal general del Estado. Se le entiende todo. En cambio, en la entrevista hay dos temas sobre los que Ayuso muestra una significativa y cuidadosamente aquilatada prudencia.
El primero es cuando le preguntan cómo ve las perspectivas del PP en el actual panorama político. Textualmente dice: "El PP tiene que espabilar". Es decir: no vamos bien. Aunque acto seguido matiza que "hacer oposición en estas circunstancias es durísimo" y pone en valor a Alberto Núñez Feijoo como líder, a la vez que constata que los populares tienen que aprender a relacionarse con los votantes de Vox de manera distinta a como lo están haciendo con los líderes de esta formación, a los que critica sus alianzas internacionales de alto riesgo. Ayuso evita asimismo ni apoyar explícitamente a Carlos Mazón ni entrarle a degüello. Alega que lo hace por no fomentar la bronca política, algo que genera cierta perplejidad en el entrevistador, Carlos Segovia, ya que la presidenta madrileña es famosa, precisamente, por no temerle a un buen zafarrancho. Sin llegar a los extremos vividos por Trump y Zelenski en el Despacho Campal, digo, Oval.
De esa sonada escena, Ayuso afirma que le pareció "inaudita" pero evita adelantar un pronóstico sobre sus consecuencias. "A Trump lo pusieron los progresistas con su mundo imposible woke", recuerda, y añade: "Y ahora lo que yo quisiera es que tuviéramos la mejor relación, porque Estados Unidos y Europa tienen que entenderse en el nuevo orden mundial, pero la falta de entendimiento la alimenta Pedro Sánchez, que se escuda, por cierto, en la Unión Europea para que sus tintes autoritarios queden disipados. Y la alimenta Trump con sus alianzas con Rusia. Es un profundo error".
Interrogada sobre su visión de Trump se alinea con la expresada por Esperanza Aguirre o por Esteban González Pons, la presidenta madrileña vuelve a exhibir prudencia:
"Ni un caso ni el otro. Yo tengo una responsabilidad de gobierno y quiero entenderme con Estados Unidos, como quiero entenderme con el resto de Europa. No pienso romper los puentes mientras sea posible. Y eso es lo que defiendo, pero es verdad que me gustaría que la Casa Blanca y que la comunicación de Estados Unidos volviera a ser en español también y que España no pierda enteros ante los ojos del mundo".
Moraleja: el PP tiene que espabilar, pero España y la UE también, porque la realidad es la que es, y a quien la quiera cambiar no le basta con presentar a Pedro Sánchez y a Donald Trump como villanos de la Marvel. Hay que ofrecer, no diré superhéroes, pero sí soluciones.
Tiene gracia que sea el premier británico, Keir Starmer, el que esté recogiendo los platos rotos en el Despacho Oval y, ya puestos, en toda Europa. No olvidemos que los británicos abandonaron la UE, un movimiento no menos impactante que la amenaza de Estados Unidos de salir de la OTAN y de la ONU. Mucho se ha especulado con si se arrepienten o no se arrepienten del Brexit y con si volverían atrás si pudieran. ¿A lo mejor ahora pueden? El renovado protagonismo de la Gran Bretaña se basa precisamente en su inmejorable posición de puente entre la UE y la Casa Blanca en esta hora oscura.
Era fácil de prever que todas las cancillerías europeas se desharían en loas a Zelenski tras ser este deliberadamente y feamente humillado en público por Trump. Otra cosa es cómo traducir esas palmaditas en la espalda en apoyos concretos. Si resulta que el mayor apoyo concreto que se le puede prestar a Zelenski es ayudar a recomponer un plan de paz en Ucrania aceptable para Trump, eso es tanto como reconocer que sin Estados Unidos no se puede hacer nada. Igual cuando Trump le dijo al ucraniano, con muy mejorable educación, "tú no tienes cartas que jugar ahora mismo", esperaba que también todo el resto de europeos nos aplicáramos el cuento. Tampoco viene mal preguntarse si el francés Emmanuel Macron fue el anfitrión de la cumbre de París, y está también en el ajo del plan de paz auspiciado por Starmer —a un nivel que no lo están ni Alemania, ni España…— porque su país tuvo el acierto, que otros no han tenido, de mantener viva la apuesta por la energía y por el arma nuclear. Una de las pocas bazas disuasorias que quedan en el continente, tanto si hablamos de autosuficiencia energética como de seriedad defensiva.
Ya veremos cómo salimos de esta y cómo se resuelven todas estas penosas y clamorosas contradicciones que arrastramos desde hace demasiado tiempo, que ya determinaron el horroroso principio y el triste final de la guerra de Bosnia, y que hace más de una década, no menos, que sitúan a Ucrania en el papel de incómodo mártir. Incómodo para Rusia, qué duda cabe. Pero también para toda una Europa que por ahora se ha mostrado incapaz de mantener y defender coherentemente sus supuestos principios fundacionales. En todos los territorios al este del antiguo Muro de Berlín algo saben de esas carencias. Putin invadió Ucrania porque podía. Por lo mismo encerró a Navalni en el gulag en el que moriría tres años después, sin que Europa atinara a hacer otra cosa que homenajes a su viuda.
Pues eso, que no basta con tener razón o creer que se tiene. Hay que espabilar. Y a lo mejor hasta empezar a llamar a las cosas por su nombre. Si no, nos van a echar a todos no ya del Despacho Oval, sino de nuestra propia Historia.
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