
Justo al contrario de lo que ocurrió con sus inmediatos antecesores, Ratzinger y Wojtyla, Francisco fue un papa mucho más popular y querido entre los laicos no católicos que entre los fieles de la Iglesia, en particular los pertenecientes a la estructura jerárquica interna de la institución. Una evidencia, esa, que resulta palmaria por mucho que estos días de duelo oficial se intente ocultar con más o menos discreción. Rechazo, por lo demás siempre larvado, al que no fue ajena la muy peculiar triple condición que concurrió en su persona.
Y es que Francisco no sólo fue el primer papa oriundo de un país subdesarrollado y de la periferia. También fue el primer papa en la historia adscrito a la Compañía de Jesús, algo fundamental para entender su pontificado y que siempre se olvida. Además, por si todo ello fuese poco, igualmente fue el primer (y esperemos que último) sucesor de Pedro al frente de la diócesis de Roma que militó en el Movimiento Justicialista, corriente política fundada en su día por el coronel Juan Domingo Perón, célebre admirador criollo de Benito Mussolini.
De personalidad discreta y modesta, algo tan difícil tratándose de un argentino, Francisco parecía un buen hombre y también un buen cristiano; sin embargo, fue un mal papa. Porque cayó en el mismo error que otro mal papa, el mitificado Juan XXIII. La Iglesia es como la monarquía, una institución milenaria que no se debe intentar modernizar en exceso, so pena de arriesgarse a que pierda toda su aura de grandeza, lejanía y misterio. Cuando los reyes quieren parecer próximos y campechanos, nadie los respeta. Y cuando la Iglesia ansía reconciliarse con la modernidad por la vía de desprenderse de su boato barroco y su rigidez dogmática, le ocurre lo mismo. Hoy, los templos permanecen vacíos porque la angustia metafísica ante el sinsentido de la existencia humana no se cura predicando desde el púlpito contra el cambio climático, vindicando modificaciones reglamentarias en la legislación de fronteras o enumerando, en fin, el catálogo de los derechos lgtbi+. La Iglesia será reaccionaria o no será.