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La ultraizquierda se hunde en una guerra interna y amenaza al sanchismo

Sánchez pretende engañar a todo el mundo a la vez y esa es una proeza falsaria que ni siquiera un trilero de la política como él va a poder llevar a cabo.

Pedro Sánchez ha pasado de pedir la desaparición del Ministerio de Defensa a convertirse en el responsable de la mayor inversión en armamento de nuestra historia democrática, un giro radical más entre los muchos que ha protagonizado el personaje en su malabarismo permanente para poder seguir durmiendo en La Moncloa. Sánchez ha mentido siempre y a todos, pero en esta ocasión pretende engañar a todo el mundo a la vez y esa es una proeza falsaria que ni siquiera un trilero de la política como él va a poder llevar a cabo.

Las presiones de la UE para aumentar el gasto militar son razonables por la guerra de Ucrania y el abandono anunciado de EEUU, pero mucho más en el caso de España, el país con menor gasto en armamento de la OTAN. El problema de Sánchez es que, primero tiene que desdecirse de toda su trayectoria anterior y, a continuación, engañar a sus socios de Gobierno para colarles ese aumento del gasto en Defensa sin hacer saltar por los aires la coalición que le sostiene (la pérdida del apoyo de sus socios parlamentarios en esta cuestión se da ya por descontado). Si lo primero no pasaría de ser un episodio más en la larga historia de mentiras flagrantes del sanchismo, lo segundo puede comprometer el futuro del Gobierno social-comunista y provocar de manera irremediable un adelanto electoral.

Consciente del rechazo de sus aliados, Sánchez pretende sacar adelante este incremento exponencial del gasto bélico sin pasar por el parlamento ni reflejarlo en unos nuevos Presupuestos Generales del Estado. Su desprecio al Congreso y a las normas más elementales de la vida democrática queda patente, una vez más, con esta operación de ingeniería presupuestaria que hurta al parlamento el conocimiento y aprobación de un asunto trascendental —el gasto militar sería el segundo de mayor cuantía del Estado, tan solo detrás de las pensiones— y a los ciudadanos la posibilidad de que sus representantes legítimamente elegidos realicen las enmiendas que consideren oportunas.

Los comunistas integrados en Sumar ya hablan de hacer saltar por los aires a la marca ultraizquierdista, un maremágnum de grupúsculos radicales unidos apenas por su odio a la libertad y un antisionismo de tintes enfermizos. Con la ruptura de su socio de Gobierno y la precariedad insalvable de sus alianzas parlamentarias, Sánchez se enfrentaría a un panorama desolador que podría acabar dinamitando también la propia legislatura.

El presidente del Gobierno, sin embargo, podría salvar esta situación acordando con el segundo partido de España unos nuevos presupuestos generales que incluyan el aumento del gasto militar exigido por la UE. Pero eso daría al traste con la única estrategia que mantiene a duras penas la unidad de la izquierda, basada en el odio al PP y a la necesidad de "levantar un muro" (Sánchez dixit) para dejar sin representación democrática operativa a los votantes que no soportan la inmundicia ideológica que representan Sánchez, sus socios y aliados.

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