
Suele atribuirse la invisibilidad a aquella mano de Adam Smith que parece concertar los intereses económicos particulares de modo que promueven finalmente un fin —la riqueza de las naciones y sus ciudadanos—, que "nunca tuvo parte en su intención". Con el capitalismo ya en marcha casi adulta desde los siglos XV y XVI no cabe duda de que la pobreza ha disminuido, cierto que desigualmente según las zonas, a pasos de gigante.
Según los estudios disponibles y a pesar de sus diferencias, puede decirse que la pobreza universal ha descendido desde aquejar a un 60 por ciento de la población mundial a afectar a un mero 8,5 por ciento de toda ella, aunque el número de habitantes es muchísimo mayor[i]. Es un hecho. De algún modo, esa mano providente funciona. Lo que no funciona es el dedo tiránico de las dictaduras, cuando son totales y totalitarias.
Se habla poco, sin embargo, de una consecuencia vital de la presunción de la mano invisible: la consecuencia democrática. Sabido es que, sin una información veraz, los ciudadanos no pueden elaborar un juicio fundado sobre las diferentes opciones políticas y, por consiguiente, su voto puede ser manipulado. De ahí la importancia de que la verdad civil y política, que genera convicción moral, aflore.
Tal vez sea cierto el axioma arquimediano de la democracia que sienta que tal verdad experimenta un empuje irresistible hacia la luz pública proporcional al grado de libertad de información y expresión que existe en la sociedad. En las dictaduras, sean del signo que sean, se reprime esa libertad. En las democracias, sus actores políticos, económicos y sociales tratan de controlarla mediante "relatos" institucionales que pretenden ocultar y/o deformar los hechos puros y duros.
No obstante, y a pesar de todas las influencias, amenazas y apagones, bastante de lo que no debe ser dicho ni sabido se dice y se sabe. Quizás no inmediatamente, quizás no en su totalidad, pero sale a la superficie. ¿Por qué? Por el milagro de las filtraciones, que son el manantial de donde fluye de la mayor parte de las verdades que afloran en la vida política, económica y social, e incluso religiosa.
Se repite que el periodismo cabal es aquel que exhibe ante los ciudadanos las verdades que los poderosos de todo tipo no quieren que se conozcan. Aceptémoslo porque en buena parte así es. Pero digamos sin dilación alguna que esas verdades sólo pueden emerger por la investigación o por la filtración de partes interesadas que no buscan la salud democrática sino por los propios intereses de empresa, grupo, facción, partido o credo.
El periodismo de investigación sistemática existe, pero es caro, incierto y de resultados temporalmente imprecisos. Por ello, la mayoría de las verdades incómodas en una democracia se conocen gracias a las filtraciones. Alguien odia a alguien, alguien sirve a alguien, alguien ambiciona algo o alguien persigue algo y para conseguir sus fines, llama a un plumilla y desvela lo que las más voluntariosas pesquisas no habrían descubierto probablemente nunca o muy difícil y tardíamente. Y lo hace en tiempo y hora, con intención de dañar.
Cierto es que cada una de las conocidas como "fuentes", las manos que mecen la cuna de las noticias relevantes, buscan su propio interés y beneficio, pero, en su conjunto y observadas desde una distancia suficiente, sirven a la generalidad de los ciudadanos que, gracias a los secretos desvelados, pueden elaborar sus juicios políticos y decidir en las urnas el futuro de su nación. O sea, que las filtraciones operan como una especie de mano invisible de la democracia.
Pueden ser perversas, miserables o venales sus intenciones, hay que aceptarlo porque es así. Los filtradores pueden producir náuseas morales, asco político, repugnancia íntima. Pero es una práctica fomentada por todos los grupos de poder, a derecha e izquierda (la mendaz hipocresía del PSOE, gran especialista en filtraciones a lo largo de su historia, es repulsiva) y, en su conjunto, permite a los ciudadanos acceder a lo que no se quiere que sea contado ni exhibido. No hay mal que por bien no venga.
Dicen que el Puto Amo está cabreado con la filtración de sus guasapeos con su colega corrupto José Luis Ábalos, antes y ¡después! de liquidarlo. Podría hacerse, para su vergüenza, una historia de las filtraciones socialistas que han tratado de derribar a otros socialistas enemigos internos desde las revelaciones del robo descarado de depósitos bancarios españoles del Yate Vita en plena Guerra Civil a los informantes felipistas del caso Juan Guerra pasando por sus propias aportaciones fontaneras al costalazo de la indignada, pero pagada, Susana Díaz. De los tres pares de calzoncillos y otros dóbermans, ni hablamos.
Lo mismo puede hacerse con los demás partidos, grupos económicos u organizaciones. Las de unos contra otros y las ellos contra sí mismos. El turno se ha cebado ahora en el Puto Uno, revelando lo que no debía ser conocido: que es un sátrapa sin respeto alguno por nada y que nadie está a salvo de sus descalificaciones y desprecios. Esta filtración ha funcionado tan bien que ha pegado un ¡zas! en toda la boca al desalmado y seguramente ha abierto de par en par muchos ojos de sus propios que no lo creían tan villano.
La mano invisible de la democracia funciona. Es casi lo único.
[i] Se estima que a principios del siglo XVI la población mundial era de 450-500 millones de personas mientras que en 2025 se calcula en más de 8.000 millones, esto es, alrededor de 16 veces más.