
El emperador del cuento era el único que estaba convencido de que su apariencia era magnífica y de que asombraría a todos por su elegancia y saber estar. Tenía por cierto que el mundo estaría sorprendido por su audacia, por su astucia, por su manera de expresarse y de vestirse. Se sentía como un descubridor de un nuevo mundo que apenas había existido o conocía la civilización antes de su llegada. Se imaginaba como el Cristóbal Colón del planeta tierra a punto de ser descubierto y colonizado como si nada relevante hubiera pasado antes de su arribada.
Durante la campaña electoral, una y otra vez repetía que acabaría con las guerras en veinticuatro horas, que apoyaría a sus fieles aliados, que acabaría con el poder nuclear de Irán, que el régimen autocrático de Maduro tenía los días contados. También se jactó de presumir de que las deportaciones y las detenciones en la fronteras serían magníficas y que el mundo iba a conocer una nueva era comercial en la que todos aquellos que quisieran hacer negocios con los Estados Unidos deberían establecerse en el país para evitar las barreras arancelarias, aquellas que en el Día de la Liberación fake anunció. Como el emperador del cuento, salió en el desfile creyéndose el líder del mundo pero mostrando que estaba desnudo. Pocos ridículos mayores ha dado la historia de los Estados Unidos que la analógica presentación de una fórmula de aranceles de chiste. No es estrategia lo que practica Trump, sino estulticia.
La famosa llamada de teléfono entre Putin y Trump que según los aduladores de la Casa Blanca iba a dinamizar y casi a producir un efecto inmediato, ha resultado un fiasco y el presidente lo sabía hacía ya mucho tiempo. Dos horas de conversación para llegar dónde sabían que iba a llegar, a nada. Solo acordaron que nadie le pisaría la dignidad a la otra parte desmintiendo su relato. Una complicidad repugnante de la que todo americano debería recelar.
Podían haber terminado a los cinco minutos, pero el relato de Trump que nos va a presentar en los próximos días necesitaba demostrar que los sastres habían tardado semanas en preparar el traje que realmente nunca existió. Me contaron que un político español acudió a la Moncloa en tiempos de Suárez para una negociación. El presidente lo despachó en cinco minutos. El invitado solo le pidió a Suarez poder pasear por los jardines durante un par de horas para al salir mostrar que había sido un duro negociador. La reunión había acabado incluso antes de empezar.
Putin no se debe a ningún votante libre, dice lo que piensa y no tiene problema alguno en explicar los detalles de su perfidia. Lo que el líder ruso le ha dicho a Trump es que ni alto el fuego, ni renuncia a ninguno de sus objetivos, que no solo son territoriales sino de dominación y desaparición de Ucrania como país. Donald Trump se ha dado cuenta de que no había nada qué hacer y que esos ansiados resultados que anunció en la campaña nunca se iban a producir. Disfrazar las ventajas del acuerdo aludiendo al comercio que va a generar entre los países aquel que lo que pretende es dinamitar el comercio internacional es la prueba palpable de que no hay ningún rumbo estratégico ni ninguna dirección en la Casa Blanca. Nunca los Estados Unidos estuvieron en su política exterior más perdidos que ahora. La estrategia de mañana será construir el relato de la victoriosa retirada de la mesa de negociaciones.
En primer lugar, las negociaciones ya solo son responsabilidad de las Partes. Estados Unidos no va a ser el sponsor de la paz sino que va a ser el Poncio Pilatos de la guerra. Le endosa el problema al Vaticano y de paso distrae al Papa al que no quiere ver ni en pintura por la frontera de México ni del Canadá. Algo que la diplomacia vaticana debería evitar a toda costa ya que no hay razón objetiva para comprometer a la iglesia católica en una guerra entre ortodoxos.
La realidad es que se han esfumado las posibilidades de un alto el fuego, de una paz o de algo que sirva realmente para terminar con la guerra. Esta se acabará cuando Ucrania se rinda o Rusia se retire. Que Ucrania no se rinda va a depender en exclusiva de la ayuda europea; nadie más va a hacer nada por el pueblo ucraniano. Una vez queden los americanos fuera de la jugada, no van a poner ningún obstáculo a que Europa incremente su gasto en defensa, asuma la defensa de Ucrania y se enfrente a Rusia. No hay un escenario mejor para Trump que tener distraídos a los rusos y a los europeos en Ucrania mientras él mantiene el resto de su agenda en el Pacífico.
La buena noticia es que la industria europea tiene a día de hoy más capacidad de producción de armas, municionamiento y equipos necesarios para Ucrania que la industria de Estados Unidos que presenta grandes problemas y retrasos para entregar los equipos a su propio gobierno. Mientras que Estados Unidos estuvo entregando bienes de su arsenal, todo marchó bien, pero hoy en día quién dispone de la capacidad industrial para suministrar a Ucrania, munición y armamento, vehículos blindados y material de campaña es Europa.
No es fácil que Europa pueda ofrecer la respuesta necesaria puesto que hacen falta recursos ingentes y una perfecta coordinación política, militar e industrial entre los países miembros. Es imprescindible crear una estructura orgánica militar que coordiné el soporte a Ucrania. Muchos dirán que se perderán activos tecnológicos con la salida de Estados Unidos, así que Ucrania deberá buscar alternativas militares a la actual distribución de recursos y analogizar la guerra. Pero a pesar de que se consiguieran todos estos objetivos, podría no ser suficiente.
Europa tiene ante sí un reto mucho mayor que el de Ucrania. Esta es su última oportunidad para sobrevivir como entidad política y económica. Si la Unión Europea no es capaz de mantener a Ucrania indemne y de enfrentarse a Rusia estará muerta políticamente. Entonces, los nacionalismos europeos comenzarán a mirar cada uno para sus propios intereses ante la amenaza rusa y todos los esfuerzos de paz y de unidad que ha supuesto el proceso de construcción europea habrán terminado, puesto que se habrá demostrado que el fin último al que debía servir fue imposible de alcanzar.
El auge de los populismos en Europa tiene su razón de ser en la incapacidad de Bruselas para resolver los problemas de los ciudadanos, muchos de los cuales han sido creados por la propia Unión Europea. Europa se puede crecer cuando tiene un enemigo común, pero eso no nos hace más eficientes ni nos genera más coordinación; es necesaria una ambición estratégica de qué quiere ser Europa de mayor, de cómo quiere construir el mundo; pero es que Europa ha perdido su posición en el mundo y su ambición. Le basta con satisfacerse a sí misma y esta es la semilla de la autodestrucción.
Hoy es difícil identificar qué es Europa, ¿quiénes son los europeos? ¿cuáles son los pilares sobre los que se construye el sólido edificio europeo?. Con esta amalgama cultural, religiosa y política en la que vivimos, Europa debe pensar y actuar como piensan el Kremlin y la Casa Blanca, con sentido estratégico, sin componendas, sin debilidades, sin miedos, lo que se antoja casi imposible. Debe adoptar un papel protagonista en el mundo y buscar aquellas alianzas que más satisfagan los intereses de los ciudadanos europeos.
Esta es la hora de Europa, pero la última. Si Ucrania cae frente a Rusia, Moscú no necesitará enviar sus divisiones ni sus bombas nucleares a Occidente. Todos los demás países, empezando por los más próximos, mirarán a un lado y al otro y buscarán dónde está aquel que les puede proteger; entonces quizás sentirán en Moscú el calor que no han tenido ni en Washington ni en Bruselas y ahí comenzará una nueva y quizás terrible era para Europa.