
Huele a fin de fiesta, a final del camino. No por la corrupción, porque Sánchez ya tenía imputados a dos de los tres que lo acompañaron en el Peugeot con el que reconquistaron el PSOE y destruyeron España, además de su mujer y su hermano, y hasta su fiscal general. No, el cambio se huele en el hedor que dejan a su paso las ratas periodísticas que están abandonando el barco. Los Ferreras, los Maestre, los Cue empiezan ahora a reconocer lo que todos sabíamos sólo porque saben que ya es imposible ocultar el sol con su dedo y quieren salvar las apariencias para poder volver a mentirnos la próxima vez como si estuvieran limpios.
Quienes vivimos enganchados a la actualidad norteamericana tenemos la ventaja de contemplar algunas de las cosas que suceden en España con la perspectiva de haberlas visto pasar un poco antes en Estados Unidos. Y el año pasado, casi por estas mismas fechas, los periodistas de mucho progreso y mucho lameteo de la bota demócrata descubrieron entonces que Biden estaba senil. Antes no se sabía ni había forma de saberlo pese a que era obvio y bastaba con abrir los ojos, incluso desde el otro lado del Atlántico. Y durante el mes escaso entre el desastroso debate con Trump, tras el que no se podía ocultar su estado mental, y la renuncia a presentarse ejercieron de periodistas por primera vez en más de cuatro años. Interrogaron hasta al último becario que había pasado por la Casa Blanca, lanzaron a expertos sobre demencia que se habían mantenido callados como puertas, avasallaron a la portavoz con preguntas que habían calificado de inadmisibles dos días antes. Y dejaron de hacerlo el día que Biden renunció y el Partido Demócrata puso a dedo a Kamala Harris como candidata. Acabó el paréntesis durante el que habían ejercido su supuesta profesión para volver a ser el brazo armado del Partido y así han seguido hasta ahora.
Meses después de perder las elecciones, ha comenzado la publicación de libros donde se explica cómo la Casa Blanca engañó al mundo y a ellos mismos, igual que Carlos Cue se lamenta ahora de lo mucho que le mintieron los dirigentes socialistas. Sólo que ni la Casa Blanca ni Moncloa engañó a nadie. Lo hicieron ellos, los periodistas. Porque sólo mediante la ignorancia elegida, o mediante un gran esfuerzo de voluntad y compromiso ideológico con la mentira se podía seguir en la ficción de que Biden estaba en plena forma o incluso mejor que nunca. Y todos esos libros y artículos de fuente anónimas sobre los años en que Estados Unidos tuvo uno o varios presidentes en la sombra que nadie había elegido los publican ahora que Biden está ya muerto políticamente; son sólo una mentira más, por mucho que cuenten la verdad. La mentira de que son periodistas que buscan la verdad, cuando no son más que activistas políticos que usan la verdad y la mentira como armas contra el rival político y a favor de los suyos, que como son de izquierdas no pueden ser sino los buenos, que incluso cuando mienten y roban lo hacen por el más limpio y puro de los motivos.
Del mismo modo, hasta el jueves de la semana pasada, nuestro periodismo progre patrio, con perdón, nos aseguraba que no era cierto lo que cualquiera con dos o cuatro ojos podía ver: que Sánchez era y es el jefe de una organización criminal y nunca fue otra cosa. Y ese era el mundo en el que vivía el periodismo de bien, a ambos lados del Atlántico, el que gana los premios otorgados por ellos mismos y sus iguales en el resto de Occidente, el que vive en la ficción de que los medios de Prisa, las tertulias de RTVE, los factcheckers hemipléjicos o el panfleto de Escolar son el alfa y el omega del periodismo a pesar de todo. Los que, encima de vivir por y para la mentira, encima pretenden darnos lecciones a los demás.
Estos días estamos viviendo un breve momento de periodismo en la izquierda. Pero, al igual que sucedió con el yanqui, esto también pasará en el momento en que la PSOE elija una nueva cabeza de la hidra. Escribirán entonces libros sobre lo malo que fue Sánchez, mientras escriben artículos y dirigen radios y periódicos para explicarnos lo bueno que es el nuevo Amo, como también lo fueron Sánchez, Rubalcaba y Zapatero. Los Antón Losada, Silvia Intaxurrondo, Ana Pardo de Vera, Gerardo Tecé, Javier Gallego, Maruja Torres, Rosa María Artal, Virginia Pérez Alonso, Jesús Maraña y un largo etcétera de firmantes de aquel manifiesto por la censura contra los periodistas de verdad seguirán viviendo de hacer campaña política a través de los titulares. Porque no hay pecado, confesión, penitencia ni propósito de enmienda en el periodismo de izquierdas. Tan sólo la autosatisfacción moral, a prueba de santos cerdanes, ábalos, armengoles, sáncheces y, sobre todo, zapateros, de que se está del lado del bien y que los malos de verdad no son los puteros y ladrones que han destruido España para llevárselo crudo. No, el malo de verdad es Feijóo. El radical de derecha extrema Feijóo. Porque todos los demás somos Hitler y contra Hitler todo está justificado.