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Sánchez rechaza convocar elecciones para que no gobierne la derecha

La forma en que justificó su enrocamiento en el poder demuestra hasta qué extremos está dispuesto a llegar Pedro Sánchez para evitar la libre alternancia democrática.

La comparecencia del presidente del Gobierno tras la reunión de la Ejecutiva Federal del PSOE siguió el guión melodramático que ya dejó entrever la semana pasada, cuando orquestó una performance similar, en aquella ocasión con más maquillaje. Nada hacía presagiar el ofrecimiento de una salida sensata a la crisis nacional desatada por el reciente informe de la UCO, que recoge abundantes indicios de corrupción galopante en el seno del PSOE y el Gobierno. Conociendo al personaje era evidente que no iba a asumir ninguna responsabilidad. Sin embargo, la forma en que justificó su enrocamiento en el poder demuestra hasta qué extremos está dispuesto a llegar Pedro Sánchez para evitar la libre alternancia democrática.

Mientras las investigaciones judiciales apuntalan la sospecha de que el PSOE es una organización criminal que cobraba mordidas a través de sus dirigentes más destacados, Sánchez se presentó ayer nuevamente como una víctima de la ultraderecha, "en causas judicializadas que no obedecen a ninguna verdad". En lugar de asumir responsabilidades por la trama corrupta orquestada por sus colaboradores más cercanos, Sánchez dio un mítin contra el PP y Vox para extender el miedo a un Gobierno de derechas y reclamar una especie de salvoconducto que le permita conservar el poder hasta que él lo estime necesario.

Sánchez remachó con insistencia el argumento de que un Gobierno en el que no estén él y su partido sería catastrófico para nuestro país. Por eso aseguró ayer, una vez más, que no va a dimitir, porque no piensa dejar España "en manos del señor Feijóo y Abascal" y su "agenda reaccionaria". A lo largo de su intervención insistió en ese argumento para permanecer en el poder aunque la corrupción política lleve a su Gobierno a una situación límite, porque de lo que se trata es de impedir los mecanismos democráticos que podrían propiciar una victoria electoral de su principal rival político. "Las elecciones son cada cuatro años -explicó innecesariamente en un momento de su monólogo- y "así seguirá siendo", porque "no vamos a romper la estabilidad de España, que vive en uno de sus mejores momentos, para poner el país en manos de la peor oposición que ha tenido nuestro país", un mensaje sobre cuya esencia despótica no hay la menor duda.

Porque la democracia no consiste en que Sánchez deje o no a la derecha gobernar. Eso lo deciden los españoles con sus votos y el Parlamento surgido de las elecciones, de manera que cualquier cambio de Gobierno está siempre sustentado en el sufragio popular. Lo que hace Sánchez es prolongar la agonía de su Ejecutivo para retrasar al máximo una salida del poder que se antoja inevitable, esparciendo el miedo a la derecha como si solo la izquierda tuviera títulos para gobernar.

Pero Sánchez ni dimite, ni se somete a una cuestión de confianza, ni adelanta las elecciones, y ello a pesar de los escándalos de corrupción que lo acorralan al frente del Gobierno más precario de nuestra historia democrática. Solo cuando sus socios radicales consideren que ya no les sirve para mantener su agenda antinacional lo dejarán caer con estrépito, como salida forzada a una situación que se pudre a pasos agigantados.

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